11_Nacionales_16_3p01Por:Claudio Caamaño Vélez

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Las lágrimas le brotaban, mojaban sus enrojecidas mejillas. Ella lloraba, no de tristeza ni rabia, lloraba de amor, ilusión, esperanza. El tomó sus manos y las besó.

La observó con una mirada firme y cariñosa; esa forma de mirarse quienes están unidos por el amor, la pasión, y las ideas….

“Nos vemos pronto”, fueron sus últimas palabras.
Francisco Alberto Caamaño Deñó, luego de entrenar en Cuba por cuatro años, finalmente partía hacia la República Dominicana; ya sus compañeros estaban unos días delante.

Tenían que hacer un periplo por varios países antes de abordar el “Black Jack” en Isla Guadalupe, para luego desenterrar las armas y los pertrechos colocados por los cubanos en Isla de Pájaros; de ahí al suelo Patrio, a vencer o morir.

El dos de febrero de 1973 pisaron tierra quisqueyana. Nueve hombres desafiando la maquinaria opresiva de un régimen despótico y criminal. Amaban la vida y a sus familias, pero más era el amor por su pueblo, por los derechos, por la libertad.

“¿Y si te hacen preso?”, una vez le preguntó Vicenta Vélez, esposa y compañera de Caamaño; él respondió: “A mí no me agarrarán vivo”.

Ella, entonces le dijo: “Al Che lo agarraron vivo”… De forma firme contestó: “Mira, si a mí me agarran, me van a matar, me van a picar y me van a quemar, pues sabrán que tienen frente a ellos a un enemigo…”. Increíble predicción de lo que ocurrió el 16 de febrero, al ser capturado y por órdenes de Balaguer, mandado a asesinar y desaparecer su cadáver.

Durante dos días un cabo del ejército estuvo intentando quemar su cuerpo; lo destazó para que se quemara más rápido. Pero el frío y la humedad no permitieron que fuera incinerado. A pesar de que Emilio Jiménez Reyes, Secretario de las Fuerzas Armadas, le había instruido: “Lo que quede tírelo por una cañada para que se lo coman los puercos cimarrones”; un sentimiento humano que no tuvo el general, no le permitió hacer eso, colocando sus despojos próximo al lugar donde habían sido meticulosamente enterrados Lalane Jose y Pérez Vargas.

Retumba en mi mente aquella frase pronunciada por el Presidente Caamaño en su discurso de entrega del poder: “no pudimos vencer, pero tampoco pudimos ser vencidos”.

Así pasó en Abril, y así pasó en Caracoles, pues en una guerra el objetivo no es matar al enemigo, sino quebrantar su voluntad; y la de Caamaño jamás fue quebrantada. Le quitaron la vida, pero no le quitaron la razón.

La lucha de Caamaño y sus compañeros hoy es continuada por miles de hombres y mujeres que siguen su ejemplo y anidan sus principios. Ese ideal de nación aún está pendiente, pero cada vez estamos más cerca. Algún día se cumplirá la parte final de su premonición: “…

Y cuanto encuentren lo que quede de mis restos, entiérrenlos en la montaña; cuando se haga la revolución, pongan sobre mi tumba la Bandera Nacional”. Esa bandera ondeará, hacemos esa firme promesa; por nuestra vida lo juramos.