Si la República Dominicana fuera un país, estaría ardiendo por los cuatro costados ante las evidencias innegables de las múltiples formas de fraudes electorales cometidos por el gobierno con la complicidad de la Junta Central Electoral y los medios de comunicación.
Pero este no es un país. Y si lo es, entonces es un país de mierda, una porquería de país, un Macondo cualquiera, una selva tribal, atrasada y subdesarrollada donde aún intercambian “cangrejitos por botones”, un pedazo de isla poblado por indígenas que siguen regalando oro para que les devuelvan espejitos baratos.
El Estado volvió a imponerse en las elecciones de mayor perversidad, inequidad, corrupción y fraudes diversos que registra la historia desde la muerte de Trujillo.
Desde 1962 hastaninguna elecciónhabía sido tan antidemocrática, tan injusta, ni de tanta anomalía, ni siquiera las del 2012, como las de éste 2016 que terminacon “victoria” apabullante de Danilo Medina y su PLD.
Soy de los que cree que no tiene sentido participar en elecciones si el Partido de la Liberación Dominicana se las roba o la compra, vulnerando la Constitución y las leyes sin que el país coja fuego por las cuatro esquinas, como debería estar en estos momentos.
¿Qué sentido tiene participar en un proceso electoral donde el gobierno gasta del dinero de todos, entre 40 y 50 mil millones, con el respaldo de empresarios, la iglesia católica y los medios de comunicación que son beneficiados con los 18 o 20 millones de pesos diarios en publicidad y pago de bocinas para comprar o robarse los comicios?
¿Para qué acudir a las elecciones si no hay árbitros independientes, si los jueces, al igual que los fiscales pertenecen o están atados al partido de gobierno?
¿Qué sentido tiene hacer una cola para botar si el gobierno corromperá a los presidentes y secretarios de los colegios electorales, montará mercados en cada centro electoral para comprar cedulas masivamente, chantajeará al 24% de los ciudadanos que están en el padrón electoral que reciben algún subsidio del Estado, utilizará a las Fuerzas Armadas y la Policía para robarse las urnas y reprimir a la oposición, adulterará los datos a su favor, etc., sin pagar ninguna consecuencia?
¿Para qué votar si no contarán los votos, si los echarán a la basura cuando no les favorece al PLD, si falsificaran las actas, se robarán las urnas y violarán las leyes? ¿Para qué votar?
Lo que acaba de ocurrir es una monstruosidad, una barbaridad, algo insólito, inaudito que solo sucede en el país de los pendejos, de hombres sin material colgante y mujeres sin ovarios para defender sus derechos. Gilipollas, como dirían los argentinos.
Ahora, como hace cuatro años, como hace ocho, como hace doce, como hace 16 y como hace 20, todos piden a gritos ley de partido y de garantías electorales. ¿Pero para qué, me pregunto si la ley electoral actual fue violada flagrantemente por el presidente de la JCE Roberto Rosario para favorecer al gobierno sin que pasara nada? ¿De qué Constitución o leyes me hablan si al final no se cumplen? El problema de este país no es de ley, es de respeto y cumplimiento de las mismas.
Admitamos de una vez y por todas que vivimos en una dictadura que cada cuatro años monta una farsa para legitimarse internacionalmente. A los que no nos guste vivir en dictadura larguémonos en yola o en lo que sea para que los 35 miembros del Comité Político, sus lacayos, bocinas y testaferros, sigan robándose y destruyendo el país. O hagamos lo que tenemos que hacer para que no nos sigan cogiendo de pendejos.
Pero no sigamos haciendo cola cada cuatro años para votar. De verdad, no tiene sentido.