gregory castellanosPor Lic. Gregory Castellanos Ruano
I
Aprovechando las últimas luces
esquineras del atardecer
una manga de murciélagos salía
por las ventanas abiertas
de la casilla o buhardilla
que correspondía al lado Sur
del ático o desván
de la segunda planta de mi casa natal.
II
Salían volando a pequeñas alturas,
se elevaban ligeramente en el cielo
alcanzando una altura poco más arriba
del desván de donde salían
hasta lanzarse en picada a nivel del rostro humano.
Parecían juntarse
con otros de los alrededores,
poblaban ligeramente el cielo
buenas cantidades de ellos,
como si fueran palomas
o ciguas o cualquier otro tipo de aves comunes;
dándole un toque gótico a un ambiente tropical
donde estaba sembrada la casa de mi familia.
III
¿Quién diría que aquel lugar elevado
era su reino del submundo?
A pesar de sus cuidados
con el cerrado
de dichas ventanas
tras sus inspecciones de la antena,
como uno de los pioneros
del fanatismo de la televisión
en el pueblo,
mi hermano mayor en alguna inadvertencia incurrió
y por eso ellas quedaron abiertas,
siendo ello aprovechado por estos seres sumidos
en el misterio
que pasaron, así,
a allí quedar aposentados.

IV
Por ese contacto visual entrábamos, así,
sin proponérnoslo,
a su mundo misterioso.

V
Dejaban escuchar su misterioso lenguaje de extraños chillidos.
Eran los agudos murmullos extraños
de la noche en comienzo.
Se combinaban con los a veces perceptibles sonidos del «flap-flap«
de sus alas
con forma de doble ú (w) enmembranadas.
Eran, a la vez, sus capas,
las mismas a las que en los cómics
y en el cine
quiere cuasi- imitar Batman.
VI
Todos moviéndose a las sombras,
con sus caras de pilotos kanjis
(mal interpretados como «kamikazes«
por la inteligencia militar estadounidense),
negras y grises,
que, sin embargo,
no perdían ni el equilibrio ni la orientación.
Seres de la noche que salían a prima noche
y ejecutaban vuelos rasantes
que cuasi-pasaban desapercibidos
cuando la obscuridad total de la noche sentaba sus reales.

VII
Revoloteaban durante buen rato en los alrededores
como si estuvieran alegres
por estar en libertad
y luego se esfumaban:
evidentemente se dirigían
a los árboles frutales
de los alrededores
de la ciudad a alimentarse
y a empujar la vida vegetal
de la naturaleza auxiliada
por este frugívoro, extraño e involuntario
ejército fertilizador nocturno.
…Su retorno,
entre las sombras,
a la buhardilla,
pasaba desapercibido…