En el pequeño prontuario del filósofo español Fernando Savater que él llamó “Ética de urgencia”, intentando dibujar una noción exacta de la realidad se lee lo siguiente: “La realidad es lo que no cambia simplemente por efecto de nuestro deseo (…). La realidad es lo que siempre está ahí, queramos o no, y tiene unas condiciones que nosotros no podemos modificar, o que podemos modificar pero no a voluntad”. Mirando el espectáculo de la proclamación del candidato-presidente Danilo Medina vine a toparme abruptamente con la perversión de la realidad. Leonel Fernández estaba allí, el dato era totalmente indiferente a cualquier esfuerzo de explicación; pero al reducir la imagen del personaje, el Leonel Fernández que percibíamos era como un instrumento de ocultamiento de su propio ser. La imagen era sombría, parecía un preso de confianza, y se le traslucía en el rostro el rictus del amargado.
Estaba allí, cierto, pero era como un convidado de piedra; y daba hasta pena observar a aquel hombre mustio y entruñado que podía entonar el estribillo célebre de la bachata que dice “Estoy aquí, pero no soy yo”. Pensé entonces que hubiera sido mejor no llevarlo, porque vestido así de amargura la impotencia lo deformaba. Lo que la estrategia preveía era emitir una lectura semiótica de unidad del partido, pero- en el mejor lenguaje de Marshall Mcluhan – el medio no fue el mensaje. Leonel expresaba compulsión, incluso miedo al Danilo Medina cuya ambición desmedida le demostró con hechos de lo que era capaz, y al sucio manejo del poder con el que lo acorraló como a una rata.
Todo lo sombrío que se podía leer en el rostro contraído de Leonel Fernández, tenía su causa primigenia en el sujeto llamado Danilo Medina que fingía sonreír a su lado. Danilo lo humilló, lo zarandeó y escupió usando el poder sin ninguna benevolencia; luego lo obligó a asistir al acto de su proclamación como un convidado de piedra (a pesar de su dimensión histórica en el partido ni siquiera habló), y lo dejó prendido a la pantomima de un líder venido a menos. Pero lo cierto es que Leonel Fernández le dañó el guion del acto de proclamación de Danilo Medina, porque construyó con su rostro, su semblante marchito y su tristeza, la extraña conjunción de un ser que puede ser mirado, estar ahí; y, al mismo tiempo, ser un ausente. Puso en crisis con ello, esa noción de la realidad de Fernando Savater con la que iniciamos éste artículo. Y no fue nada casual, fortuito. Si en el PLD hay alguien capaz de conocer una construcción de carácter semiótico, es Leonel Fernández. Ese párpado algo plegado, esa mirada pensativa noblemente fijada en la nada, ese dolor púdicamente indefinido que se le caía de la cara, era la venganza de un hombre dolido, que le aguaba la fiesta al otro que tenía a su lado. Era su venganza. Los teatristas llaman “extracotidianidad” a toda la atmósfera en la que se mueve el actor. Tanto Leonel Fernández como Danilo Medina son maestros de la “extracotidianidad”, porque viven actuando y son actores consumados que fingen y expresan sentimientos de los que están muy alejados. Pero el escenario de la proclamación del candidato presidente fue un derroche del más fino teatro, en el cual el verdadero triunfador fue Leonel Fernández, porque irradió un mensaje que fue más allá del dato sensible, y pudo modificar la realidad.
Está claro que hay un abismo infranqueable entre los dos líderes del partido oficial, y que ninguna estrategia de comunicación puede subsanarla. El acto de proclamación del candidato presidente Danilo Medina por eso se convirtió en un espectáculo penoso, con un mártir en el centro, cuyo rostro era un cartelón que decía, como en la vieja bachata:
“Estoy aquí, pero no soy yo”.