gregory castellanosPor Lic. Gregory Castellanos Ruano

La Villa de Puerto de Plata fue fundada, establecida oficialmente, en mil quinientos dos (1502) por Nicolás de Ovando. Desde entonces se desarrollaron en ella todos los acontecimientos que en todos los aspectos en ella tuvieron lugar.

Desde ese mil quinientos dos (1502) hasta mil quinientos cincuenta y cinco (1555) los habitantes de la Villa de Puerto de Plata estuvieron ajenos totalmente al conocimiento de que muy próximo a éllos existía otro mundo, que vivía otra comunidad totalmente diferente a la de éllos, no les pasaba por la cabeza que pudiese existir tan próximo a éllos otro mundo humano y social diferente al de éllos; y mucho menos a la altura de dicho año mil quinientos cincuenta y cinco (1555), pues consideraban que en la Isla ya no existían sociedades enteras o pueblos de ejemplares humanos de los que componían ese otro mundo, creían que esas sociedades o pueblos habían sido destruídas o grandemente mermadas por éllos (los conquistadores y colonizadores españoles) y que desde hacía bastante tiempo atrás estaban en franca desaparición, salvo en las tierras del continente.

Ambas comunidades, la Villa de Puerto de Plata y la otra diferente a ella, vivieron de forma diferente y sin saber la una respecto de la otra y viceversa: ¡No obstante estar tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos!

La otra era una comunidad de indígenas, un pueblo indígena, un pueblo aborigen, que estaba asentado a muy poca distancia desde tiempo inmemorial. Jamás se imaginaron, tampoco, aquéllos indígenas que a tan poca distancia de éllos existía una sociedad muy diferente a la de éllos. Tampoco conocían éstos la suerte que habían corrido grupos indígenas similares a éllos.

Se trataba de una sociedad de cazadores-recolectores, que por su ubicación denotaba estar familiarizada también con la pesca; tenía alguna que otra actividad agrícola que no remontaban el conocido poco nivel alcanzado por las otras sociedades indígenas que hubieron en otras partes de la Isla al momento de la llegada de los españoles; es decir, se trataba de una sociedad que caminaba los primeros pasos entre la pre-agricultura y la agricultura. Su pequeña actividad agrícola la realizaba en la zona de tierra donde estaba asentada y que era contigua a donde comienzan los arenales próximos al lugar.

Si acaso fuese cierta la teoría de que la mayor parte de la población de esta Isla ocurrió a través de las corrientes migratorias Sur-Norte y si ese pueblo indígena al que nos referimos pertenecía a una de esas oleadas Sur-Norte es muy, pero muy probable que dicho pueblo fuera descendiente de la primera o de una de las primeras oleadas referidas, debido a que llegaron a la parte del extremo Norte de esta Isla al cual nos estamos refiriendo.

En dicha sociedad indígena se manejaba la cerámica para alfarería. Quien suscribe pudo recoger allí bastantes fragmentos de esa cerámica tanto a flor de tierra, como a flor de arena. Dichos fragmentos presentaban muestras de líneas ornamentales y de caritas y figuras igualmente ornamentales. Dichos restos abundaban allí de esa forma fragmentada debido a que en La Era de Trujillo un tractor «grédar« perforó aquellos terrenos destruyendo toda aquellos trabajos de cerámica indígena sin proponérselo quienes estaban al frente de la dirección de los trabajos de dicho tractor «grédar« ni tampoco el conductor de dicho aparato.

No hay cuevas cercanas conocidas a ese lugar, lo cual apunta en la dirección de que se protegían de la lluvia edificando el clásico bohío conocido por otros nativos de otras partes de la Isla a la llegada de los españoles.

Aquel asentamiento humano estaba ubicado frente al mar. Su fuente de agua para beber lo era lo que hoy es el pequeño riachuelo o arroyo subsistente que se divisa de inmediato cuando entramos a la Playa de Long Beach por la apertura correspondiente del Malecón de Puerto Plata, pues dicho riachuelo o arroyo desemboca en dicha Playa de Long Beach: el nombre de dicho riachuelo o arroyo es «Las Muchachas«.

¿Qué había permitido que a tan poca distancia pudiesen coexistir dos mundos paralelos sin que el uno supiese del otro y viceversa? Apenas unos tres (3) kilómetros, más o menos, de distancia separaban a ambas sociedades disímiles, pero esos tres (3) kilómetros, más o menos, estaban llenos de una tupida maraña de árboles y vegetación que conformaban todo un verdadero bosque tupido de difícil penetración debido a que en su conformación la naturaleza había invertido muchísimos siglos. Si bien hoy la distancia es apreciable como corta, no obstante, y por la razón recién apuntada, un viaje de un punto al otro en mil quinientos cincuenta y cinco (1555) hubiese sido un viaje en exceso largo, por tratarse de un viaje obstaculizado por una profunda y enmarañada maleza que impedía avanzar, esto sin hablar de los molestos mosquitos siempre dispuestos al ataque; en aquel entonces entre dichas dos comunidades diferentes mediaba o había un bosque en el sentido literal del término, un bosque que se tragó los árboles individualmente considerados, un bosque que era una verdadera selva con sus charcas y sus pantanos.

Por su ubicación los indígenas o nativos que allí habitaban podían desde la costa clavar su mirada para ver las naves españolas que desde el Este transitaban por el Océano Atlántico rumbo a Puerto de Plata, lo mismo que las que salían de Puerto de Plata rumbo hacia el Este; también las no españolas que llegaron a navegar visibles desde la costa al lado de la cual estaban éllos asentados. Probablemente aquéllos nativos allí asentados creyeron lo mismo que creyeron todos los nativos de otros lugares de América cada vez que por vez primera veían esos barcos: que eran dioses los que se transportaban a bordo de ellos. Desde mil quinientos dos (1502) a mil quinientos cincuenta y cinco (1555) es indudable que vieron venir e irse muchos (sino acaso hasta la totalidad) de dichos barcos para éllos gigantescos y que transitaban desde el Este hacia Puerto de Plata o desde Puerto de Plata hacia el Este, lo mismo que los de otras nacionalidades que pasaban por el frente rumbo hacia el Este.

Ni siquiera la cercanía, que hoy apreciamos nosotros, permitió que fuera un habitante de la Villa de Puerto de Plata el que descubriera aquel enclave indígena a tan sólo unos tres (3) kilómetros, más o menos, de distancia. Aquel mundo indígena viene a ser descubierto en mil quinientos cincuenta y cinco (1555) y no fue descubierto por alguien de la «cercana-lejana« Villa de Puerto de Plata, sino por un cazador de negros fugados hacia los montes de nombre Villalpando que parece que procedía de La Vega, inferencia esta que se desprende lo que a continuación citamos.

En una Real Cédula que reposa en el Archivo General de Indias de Sevilla se hace referencia a aquel encuentro:

«Real Cédula a la audiencia de la isla Española; que a S.M. se ha hecho relación que en esa isla hay tres o cuatro pueblos de indios naturales de ella que se han hallado acaso, que estaban escondidos, el uno cerca de Puerto Plata, el otro en aquella costa más adelante en una provincia que solía decir de los Çiguayos, otro en la provincia de Samaná y otro en el cabo de la isla que ese mira con Cuba que se solía llamar la Punta de Gualiaria y se dice hoy del cabo y puerto de San Nicolás; que el primero le descubrió un español que se llama Villalpando andando a buscar negros por los montes, y que llevó los indios de él por fuerza a la ciudad de la Vega y los vecinos los repartieron entre sí. Ha sido suplicado que los pueblos o indias pocos o muchos que al presente se sabe que hay en esa isla y los que se descubriesen se dejasen estar como fuesen hallados y se proveyese que nadie se entremetiese en ellos antes fuesen favorecidos y se diese orden que todos los que tuviesen los españoles de esa isla especialmente los que el dicho Villalpando desbarató de aquel pueblo, así hombres como mujeres, los que los tuviesen los dejasen ir a donde quisiesen poblar. Se manda conforme a la súplica y que encarguen a los religiosos de Santo Domingo y San Francisco de esa isla que instruyan y enseñen a los dichos indios en las cosas de la fé y procuren su buen tratamiento, y a las justicias de la isla harán que ayuden y favorezcan a los dichos indios de manera que en todo sean amparados y conservados.« (1556-7-31 Valladolid (Archivo General de Indias de Sevilla))

En Noticias de Puerto Plata, Emilio Rodríguez Demorizi se hace eco de aquel descubrimiento:

«PUEBLO DE INDIOS, 1556

Todavía en 1556 había en la Isla pueblos de indios, ignorados, según consta en asiento del Consejo de Indias del 31 de julio de 1556: «El año pasado, se descubrieron en La Española quatro pueblos de indios de que no se sabía. El uno cerca de Puerto Plata; …, y se mandó que no fuesen repartidos ni mudados de allí, sino que allí fuesen dotrinados.« (E.R.D., Los dominicos y las encomiendas. …p.23.« (Rodríguez Demorizi, Emilio: Noticias de Puerto Plata, Sociedad Dominicana de Geografía, Vol. VIII, Editora Educativa Dominicana, C. por A., Santo Domingo, R.D., 1975, página No. 108)

El cazador de negros cimarrones parece ser que procedía de La Vega, pues hacia allá se dirigió con varios indígenas capturados por él y no hacia Puerto de Plata ni hacia ningún otro lugar. Dicho cazador de negros cimarrones devino de tal cazador de negros cimarrones en cazador de indígenas.

En Puerto de Plata se enteran de la noticia en cuestión a través de contactos posteriores entre habitantes de Concepción de La Vega Real y de Puerto de Plata. Produciendo dicha noticia una gran sorpresa entre los habitantes de la Villa de Puerto de Plata: los «¡¿Cómo?!« y los «¡Oye eso!« se escucharon al granel entre los atónitos pobladores de Puerto de Plata. La noticia les fue confirmada por comunicaciones gubernamental y religiosa poco posteriores a dicho descubrimiento.

Mientras para ese año de mil quinientos cincuenta y cinco (1555) los habitantes de la Villa de Puerto de Plata creían que las sociedades enteras o pueblos de indígenas nativos eran prácticamente ya parte de la Historia, lo cierto es que ese núcleo humano indígena vivió paralelamente a éllos. Increíblemente cada uno a espalda del otro. Dos culturas diferentes existieron paralelamente en el tiempo separado por una escasísima distancia hasta que la de más escaso desarrollo fue descubierta por un espécimen de la tecnológicamente más avanzada, espécimen que no procedía, reiteramos, de la Villa de Puerto de Plata.

Lo que hoy para citadinos acostumbrados parece tan corta distancia, atravesar esa entonces frontera boscosa referida lo hizo alguien que vino de muchísimo más lejos, de más de un centenar de kilómetros, alguien que estaba más separado de ese mundo indígena que los mismos puertoplateños. Si eso eran esos tres (3) kilómetros, más o menos, entre lo que hoy es Long Beach y la entonces Villa de Puerto de Plata, sólo resta imaginarse lo que sería en aquel entonces transitar desde La Vega hasta dicha hoy Playa de Long Beach en Puerto de Plata.

Aquél individuo se sumergió en tan insospechado mundo. Se zambulló en ese maregnum de montañas y de bosques para llegar a orillas del Océano Atlántico buscando cazar negros huidos a los montes. Acicateado por la vileza de una alienación tremenda: la avaricia extravagante, el deseo de enriquecimiento lo llevó a convertirse en un ser vil, en ser cazador de seres humanos para someterlos a la situación más degradante: a la esclavitud (la ideología predominante de la época justificaba tal cosa).

Pero la frontera boscosa no era un obstáculo solamente para los habitantes de la Villa de Puerto de Plata, sino que también lo era para aquella población indígena, los habitantes de la cual no hicieron esfuerzo alguno en tratar de saber qué había hacia su Oeste, hacia el lado donde el Sol se retiraba para dejar que la obscuridad cubriera su mundo. Esto evidentemente significaba que las fuentes de sustentación que tenían eran más que suficientes, esto es, que eran abundantes y que, por ello, no tenían necesidad de desplazarse con el objeto de explorar. Ni siquiera la curiosidad los movió… Al menos desde mil quinientos dos (1502) hasta mil quinientos cincuenta y cinco (1555), es decir, durante cincuenta y tres (53) años, lo cual implica dos generaciones y más de la mitad de una generación.

Tras tener conocimiento de aquel descubrimiento las autoridades puertoplateñas y algunos puertoplateños picados por la curiosidad y por las instrucciones que llegaron como consecuencia del accionar al respecto de La Corona española, se movieron hacia aquel lugar para ver con sus propios ojos que todavía subsistía un mundo indígena completo paralelo al de éllos los puertoplateños. ¡Dos mundos paralelos: tan cerca y tan lejos!

Si el descubrimiento hecho por éste hombre vil no se hubiese producido en mil quinientos cincuenta y cinco (1555) es muy posible que igualmente entre dicho mil quinientos cincuenta y cinco (1555) y mil seiscientos cinco (1605) (año de la devastación de Puerto Plata: quemada y salinizados sus inmediatos campos fértiles aledaños cultivados) tampoco se hubiese descubierto dicha población aborigen; tendríamos, entonces, que dicho poblado indígena hubiese persistido (con el connatural cambio generacional) durante todo el tiempo en que la Banda Norte de la Isla sufrió los efectos de las devastaciones, es decir, desde mil seiscientos cinco (1605) hasta el año mil setecientos treinta y cinco (1735) en que se dio la orden de repoblar a Puerto de Plata con colonos canarios por instrucciones del Rey Felipe V de España. ¡Y sabrá Dios qué tiempo le hubiese demorado a los nuevos pobladores de Puerto de Plata tomar conocimiento de la existencia de ese pueblo aborigen!

Igualmente partiendo de dicha base hipotética del no descubrimiento de ese pueblo indígena en mil quinientos cincuenta y cinco (1555), es muy, pero muy posible que ni siquiera los habitantes de El Cupey, que desacataron las órdenes de Osorio (1605) y se escondieron y se quedaron allí (en El Cupey), hubiesen podido llegar a tener contacto con ese pueblo aborigen ubicado a orillas de la hoy Playa de Long Beach, dado que aquéllos colonos españoles no querían tener contacto con el mar para no dejarse ver, ni de cerca ni de lejos, por navíos ni españoles ni de otras nacionalidades: dichos colonos españoles querían estar totalmente lejos del campo de visión de quienes a bordo de alguna embarcación europea acaso pudieran cruzar en la distancia de la vasta planicie marítima puertoplateña.