Hay animales que pasan a la historia y a ser recordados por muchos, mencionados en libros y revistas, hasta se filman películas de sus ocurrencias o hazañas o por el dueño que tuvieron.
Hay casos en que de tan solo mencionar el nombre de esos animales da inicio a una agradable conversación. Plata y Pinto, nombre de los caballos de El Llanero Solitario y Toro respectivamente y el caso de Rintintin, el perro aquel de la serie de la ABC según me cuentan los más viejos.
Otros no tuvieron esa especie de suerte. No obstante, permanecen en nuestros recuerdos por algún hecho ocurrido y muy ligado a ellos.
Sin nombres. Algunos solo conocidos como “el burro de doña Palmira”…”la burra de Clotilde”…”el burro de Bozo e Fuete”…”el caballo de Colás”…”el caballo de Olivares”.
Como por ese entonces década de los 50s, no había –que sepamos- sociedades protectoras de animales cuando muchos de esos jumentos eran “jubilados” por no servir para más nada (enfermos, muy viejos, o una de sus patas rota…) los dueños lo soltaban a su suerte.
Era común ver muchos de esos animales deambulando por calles y caminos. Pasos lentos o muy lentos y orejas caídas. Por nada del mundo rebuznaban ni tiraban patadas.
Era como si todavía arrastraran sus pesadas cargas que por tantos años fueron sus compañeras de infortunios.
Uno de esos burros se quedó a “vivir” en el entorno de los grandes almacenes que por entonces estaban cerca de la Comandancia de Puerto.
Compañía Exportadora de café, con sus factorías y secaderos y otros varias construcciones (de los Issa, y Astwood) para almacenar tabaco.
La muchachada de esas barriadas Los Tanques, Playa Oeste, Los Callejones siempre veíamos pasar al burro lento y le hacíamos bromas tomándoles las orejas, el rabo y dándole palmaditas en el lomo. No había reacción alguna de parte del animal.
Para mantener las hojas de tabaco libre de insectos y esas cosas, los obreros empleaban en esos almacenes un líquido cuyo nombre técnico o de fábrica nunca conocimos. Los obreros le llamaban disifuro o algo así.
Cada cierto tiempo le rociaban ese elemento a las pacas de tabaco almacenadas allí.
Por más que busco en los recovecos de mi maltratada memoria, no alcanzo a vislumbrar siquiera, a cuál de los muchachos se le ocurrió rociarle un poco de disifuro a los genitales y ano del burro.
Ocurrió en horas de la mañana y muy cerca de la llave pública donde se surtía de agua el vecindario. Casi frente al colmado de Juan García (El Mayor).
Había mucha gente. Otros burros estaban también a la espera de su carga de agua. El burro jubilado pasaba frente al almacén de los Issa. Nos acercamos. Le cerramos el paso. Alguien le levantó el rabo y allí mismo se le echó el contenido de una botellita con disifuro.
Nos alejamos para ver la reacción. Tal vez sintió frio porque su rabo lo dirigió hasta topetar con su panza tapándolo todo. Luego miró a ambos lados, sus orejas se pusieron erectas, rebuznó fuerte, muy fuerte y recibió la respuesta de sus pares que estaban en la llave pública. Hecho esto, emprendió una briosa y loca carrera hacia Playa Oeste. Nunca más le volvimos a ver.
Hay gobiernos, sociedades, instituciones y ciudadanos que nececitamos un poco de disifuro. Dije un poco. No la botellita.
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