La de indignación de Jesucristo en el templo, denota la ceguera y complicidad de las mismas autoridades y feligreses que permanecían calladas.
Las Escrituras cristianas nos dicen que Jesús lloró, que se interesaba sobremanera por el bienestar de los demás, que sabía y aconsejaba dar al César y a Dios lo que les pertenecía.
Aunque no lo leemos de manera literal, sí podemos saber la inmensa alegría, la satisfacción que sintió al ver a un paralítico dejar sus muletas o a los ciegos ver por primera vez las imágenes y los colores.
Tampoco leemos que se enojó. Pero, no podía esbozar una sonrisa mientras le caía a fuetazos a muchos mercaderes, hipócritas y embaucadores que tomaban aquel lugar sagrado como centro de sus operaciones comerciales.
Es la única ocasión en la que el Maestro hizo –lo hizo él- un chucho, un fuete, correa de siete flecos, chucho e pita y azotó a varios de los integrantes de esa banda.
¿La situación imperante era una aberración? ¿Dónde estaban el Sumo Sacerdote, los sacerdotes, saduceos, fariseos y feligreses?
¿Por qué se hacían de la vista gorda? ¿Por qué sus silencios y ceguera?
¿Muchos de ellos eran parte del problema? ¿Se beneficiaban algunos de esos males?
¿Recibían soborno o cobraban algún peaje para permitirles estar allí?
Lo repetimos, porque no es de ahora que decimos y escribimos para que conste, que ante tantos ruidos y acusaciones que luego y antes de las lluvias, flotan con olor fétido, pestilente y nauseabundo, muchos silencios y no es solo Silencio en la Noche como el título del viejo tango. También complicidades.
¿Ven? ¡Hace falta alguien que esgrima, haga sonar y pegue el fuete!