La gente se queja de que playas que deben ser públicas, han sido privatizadas por hoteles turísticos.
Pero en honor a la verdad, si no hubiese sido así, aquí no habría turismo.
Playas públicas, como la de Boca Chica, han sido tomadas por «los humildes padres de familia» que cobran por un paraguita en una playa que no de ellos, un servicio de comida, refresco y tragos, parqueo en la calle, donde la gente paga más que lo que se gasta en un resort todo incluido.
Sin seguridad, como se verifica en el asalto que le hicieron a Junior Saint Hilaire con todo y familia en la playa de Sosua en Puerto Plata.
Si no se reservan playas para los turistas, que puedan disfrutar sin ser molestados, se van a encontrar con un fogón cocinando espaguetis, los huesos regados de los servicios de picapollo en la arena, un pamper sucio de niño, servilletas, tenedores y cucharitas plásticas, botellas de ron y refrescos vacías, pinchos, redecillas, toallas sanitarias flotando que algunas bárbaras se quitan en el agua, vidrios de botellas rotas en la playa, poniendo en peligro a todo el que anda descalzo en la arena, periódicos de los gratuitos, y hasta «desarreglos» del perro que a veces llevan para que también se bañe.
Esto sin contar las molestias de los tigueres a los turistas, y de las mujeres buscándosela con los turistas cobrando en euros y en dólares, con servicios sexuales dentro del agua, por aquello de que «en el mar la vida es más sabrosa»
En los hoteles con entrada controlada a la playa, ya ni a los sanky panky dejan entrar, debido a su mala fama.
Claro está que no todo el que va a la playa asume un mal comportamiento, pero se cumple aquello de que pagan justos por pecadores, en un país donde hay tanto irrespeto y mala educación.
Lo que si se debe reservarse es parte de la playa para el público en general, sin restricción de entrada sin que la misma tenga conexión con los hoteles.
Pero pretender juntar en las playas turísticas de los hoteles a criollos y a visitantes extranjeros es lo más utópico que se pueda pretender.