Por Lic. Gregory Castellanos Ruano
Después del engaño de Bartolomé Colón a su hermano Cristóbal, consistente en ocultarle los dos arroyos que encontró en la tierra de Puerto de Plata, dentro de lo que hoy son los límites geográficos de la Provincia de Puerto Plata no hubo ningún intento de asentar en ellos otro núcleo poblacional colonizador sino hasta el año de mil quinientos dos (1502), en que el entonces Gobernador de la Isla, el Comendador Nicolás de Ovando, decide plasmar en realidad la idea que tuvo El Almirante Colón de fundar una villa al pie de la montaña que él en su primer viaje bautizó con el nombre de Monte de Plata. Con ese propósito Ovando despacha desde Santo Domingo, por mar, y en el año ya citado, un grupo de colonos que al navegar frente a la Isla Saona, desembarca en busca de agua en los dominios del Cacique Cotubanamá.
Era el tercer intento de tratar de fundar la Villa de Puerto de Plata.
¡Pero la tercera no habría de ser la vencida!
Esta vez no fue la naturaleza ni fue el engaño de un Colón a otro Colón, pero sí fue el hombre: otros hombres, los que interfirieron y bloquearon el plan trazado originalmente por la mente del Almirante Cristóbal Colón y esta vez ratificado por la orden de Nicolás de Ovando; esta vez el ensañamiento del Hado Funesto, que gravitaba tratando de impedir la fundación de la Villa de Puerto de Plata, fue más terrible; esta vez el Hado Funesto se expresó con la más fiera y desnuda crueldad directa; esta vez se expresó a través de la hostilidad de los indígenas habitantes de ese específico lugar cuando esos primeros colonos destinados a fundar a Puerto de Plata pusieron pie en el mismo en búsqueda de agua para consumo humano.
Al desembarcar dichos colonos en busca de agua en los dominios del Cacique Cotubanamá, los subordinados de éste los atacaron infligiéndoles horrible muerte.
Se produjo el ataque aleve: lanzas y flechas siniestras dejaron sentir su letalidad primitiva: las primeras con sus moharras y las otras con sus puntas. La Parca se les presentó a los europeos con rostros de indígenas, con golpes, heridas, alaridos y silbidos.
Primero había sido la naturaleza ensañada frente al Almirante Colón, después el engaño de Bartolomé Colón a su propio hermano Cristóbal Colón y ahora esta tragedia de sangre derramada.
…La fría muerte dejó sentir su gélido aliento en estas tierras tropicales…
El barco en que se transportaron sólo hizo un papel parecido al de la barca de Caronte: para transportarlos a un destino donde les acechó la muerte: si por culpas anteriores se fueron para el infierno, no se sabe, como nunca se ha sabido a dónde han ido a parar todos los que han muerto por la razón que fuere.
¿Tenían conocimiento ya Cotubanamá y sus subordinados de que los conquistadores eran simplemente hombres de carne y hueso como éllos?
Obviamente las viejas noticias de que Caonabo había devastado lo que los invasores denominaron el Fuerte de La Navidad y de los constantes enfrentamientos entre indígenas e invasores ya habían llegado a oídos de Cotubanamá y de sus gobernados y, por ende, sabían que los extranjeros eran tan mortales como éllos y que su presencia siempre desenlazaba en genocidios de indígenas. Estaban advertidos de gran parte de los choques entre otros indígenas y los extraños.
¡La tercera no fue la vencida! ¡El trayecto frustrado: la Historia lineal de Puerto de Plata nuevamente detenida!
Sólo un hombre determinado, con la voluntad de hierro, como Nicolás de Ovando reversaría esa influencia negativa. Apesadumbrado con la noticia de lo acontecido a ésos pobres diablos que habían venido con él en busca de fortuna y riqueza y que no hallaron otra cosa más que un terrible destino, pero conocedor de lo necesario que era el poblar la Isla de extremo a extremo, Ovando no se arredró por lo sucedido y despacha ese mismo año de mil quinientos dos (502) otro grupo de colonos bajo el mando de Rodrigo de Mejía, quien fue el primer alcaide de la Villa de Puerto de Plata.
¡La cuarta fue la vencida! …Parece que el Hado Funesto o se durmió o se cansó o no quiso seguir obstaculizando, ya que esta cuarta vez no obstaculizó la fundación de la Villa de Puerto de Plata…
¡La cuarta fue la vencida!…
Por Lic. Gregory Castellanos Ruano