Por Lic. Gregory Castellanos Ruano
Era un médico obsesionado con la Historia de su pueblo. Se había pasado toda su vida investigando cada uno de los archivos de su pueblo tras la búsqueda de datos sobre los más diversos aconteceres y sobre las personas que vivieron en la tierra de su pueblo en diferentes épocas.
Había escrito monografías históricas que fueron objeto de publicación y tenía muchas otras también terminadas en su escrituración, pero que no las había publicado y que todavía permanecen pendientes de publicación.
Era una especie de leyenda viva, alguien a quien por su dedicación y sus aportes señalados se le tenía en un elevado sitial: el respeto hacia él era tanto que prácticamente se le reverenciaba.
Aunque, como siempre en toda latitud, paradójicamente lo excelso va siempre de la mano con el relajo, y, por ello, a un ocurrente (que nunca falta alguno) del pueblo le surgió la irreverente idea de «motearlo« con el sobrenombre de «el Dr. Carcoma« (por aquello de la pública dedicación de éste a velar por la conservación de casas antiguas). Y así, a sotto voce y a título de broma, le llamaban algunos para referirse a él, aunque nadie se atrevió nunca a estrellarle semejante calificativo en su presencia, pues dicha presencia suya siempre inspiró respeto, tal era su enorme prestancia social.
Su último aporte a la Historia de su pueblo fue haber descubierto a dónde habían ido a parar los archivos del cabildo que todos creían habían sido pasto de las llamas cuando en mil seiscientos cinco (1605) las autoridades coloniales españolas, por estarse llevando de los celos de la jerarquía católica, optaron por la obtusa decisión de pegarle candela al pueblo para desaparecerlo del mapa, verter sal sobre sus conocidos terrenos de labranzas para que jamás volviese a crecer la hierba y sacar su población para llevársela para otro lugar de la isla.
El contenido de esos papeles revelaba muchos datos y detalles que habían permanecido ignorados durante siglos. Había en ellos material para escribir sobre miles de temas de la vida colonial desde 1502 a 1605.
Estando reciente dicho descubrimiento de dichos archivos, al Dr. Carcoma, un día a muy altas horas de la noche, se le ocurrió la idea de comparar el censo del cabildo de 1605 con los demás censos del pueblo. Anteriormente ni siquiera se le había ocurrido hacer esa comparación solo entre estos últimos.
Ahora en ocasión de hacer esa comparación de todos los censos del pueblo su mirada percibió un dato que lo dejó muy confundido y pensando que quizás podía aclararlo decidió ponerse en eso al otro día después de que desayunara. Tras desayunar se dirigió en su vehículo a una parte de la ciudad colocada detrás del cementerio confiando en que quizás allí encontraría alguna respuesta a su incógnita.
Detrás del cementerio existía un barrio al que llamaban «La Rigola« (algunos dicen, pero no se sabe si es cierto, que así se llamaba porque una vez vivió en él un argentino pendenciero amante de las reyertas tras subírsele el alcohol a la cabeza; otros por alguna otra razón argentinizada relacionada). A bordo de su vehículo el Dr. Carcoma entró a una pequeña división del terreno, una calle muy estrecha, que separaba al cementerio respecto de ese barrio. Se parqueó en el mismo centro de dicha vía, el cual resultó quedar exactamente al frente de la puerta trasera de dicho campo santo. Por pura casualidad en ese momento pudo ver a través de la puerta trasera de hierro del cementerio al vigilante diurno de este y el cual era una persona que conocía debido a que en numerosas oportunidades había tenido que hacer en dicho lugar investigaciones de Lapidaria. Saludó a dicho vigilante diurno y le preguntó si sabía dónde era que estaba la casa de un señor cuyos nombre y apellido le mencionó. El vigilante apuntó su índice hacia una casa que quedaba exactamente frente a éllos dos diciéndole:
-Dr. si no me equivoco creo que la casa que usted busca es esa que está ahí frente al vehículo de usted, pues me parece haber escuchado a algunos de los habitantes del barrio mencionar a ésa persona como que vive ahí y casi no se deja ver.
El Dr. Carcoma le dio las gracias al vigilante y se despidió de él procediendo de inmediato a encaminar sus pasos hacia la casa que le había señalado el referido interlocutor del cementerio.
Antes de tocar en la puerta de la casa se quedó viendo a esta con mucho detenimiento y preguntándose en sus adentros cómo era que en tanto tiempo que tenía visitando el cementerio no había posado su vista en esa casa visible desde la puerta trasera del mismo. Estaba asombrado porque la casa que tenía frente a sí era una casa de piedra de tipo colonial que marcaba un contraste con relación a las demás casas que estaban juntas a ella: las demás eran pobres casitas retorcidas de madera y zinc.
Al final de sus cavilaciones de sorprendido decidió tocar la puerta. Una primera vez golpeó la puerta con tres toques ligeros y nadie respondió y mucho menos se abrió la puerta. Volvió a tocar de la misma manera una segunda vez y el efecto fue el mismo. A la tercera vez decidió tocar más fuertemente y decir:
-¡Saludos, buen día! ¿Hay alguien?
La puerta se abrió y en ella estaba un hombre blanco joven que parecía tener unos veinticinco o veintiséis años, más o menos, y el cual le respondió al Dr. Carcoma:
-Saludos, buen día, ¿en qué le puedo servir?
-Buen día, ¿Usted es el señor Abel Niac? -Le preguntó el Dr. Carcoma.
-Sí, yo soy Abel Niac, ¿porqué?
El Dr. Carcoma se presentó explicándole que él era un investigador de la Historia del pueblo y que había estado haciendo una comparación entre los diferentes censos del mismo y que se había encontrado con ese nombre «Abel Niac« en cada uno de ellos; el señor Niac interrumpió al Dr. Carcoma diciéndole con una ligera expresión de molestia:
-¡Ah, vaya! ¿De eso se trata? Entre y así yo le escucho y hablamos.
El Dr. Carcoma entró a aquella vivienda y apreció que todo en su interior se correspondía, al igual que su fachada, con una casa colonial española del siglo XVI.
-Tome usted asiento Dr.
Y el Dr. Carcoma se sentó en una mecedora antigua de las que se usaban en la colonia en el siglo XVI.
-Pues bien, mire señor Niac -prosiguió el Dr. Carcoma- a mí nunca se me había ocurrido hacer una comparación entre los diferentes censos de la población de este pueblo, pero se me ocurrió ayer en horas de la noche después de que hace poco tiempo yo descubrí a dónde habían ido a parar los archivos del cabildo hasta 1605 que todos creían que había sido quemado en la devastación de Puerto de Plata de ese año de 1605. Hice la comparación uno por uno y el único nombre y el único apellido que aparece en todos los censos es el nombre «Abel Niac«, que para mí el «Niac« es un apellido extranjero y se señala en cada censo que la casa de Abel Niac está «detrás del cementerio«. Como usted comprenderá al yo ser historiador la curiosidad me tiene excitado porque quiero saber cuál es la historia detrás de su nombre y apellido porque los mismos se suceden desde el primer censo hasta el último de este pueblo, cosa que no ocurre con ningún otro nombre y apellido.
El señor Niac, con un muy claro aire de preocupación, le respondió al Dr. Carcoma:
-Dr. mire ahora mismo yo estoy ocupado haciendo algo muy importante que tengo que terminar, pero deme su dirección para ver si más adelante yo puedo visitarlo y hablamos con toda la calma del mundo. ¿Le parece?
-¿Cómo no? Claro que sí, disculpe usted que le haya interrumpido algo importante -le respondió el Dr. Carcoma-, mire le voy a dejar mi tarjeta, la cual contiene la dirección de mi casa que es al mismo tiempo mi consultorio de médico, está en la calle Beller, usted va a ver ahí el número…
Se despidieron y el Dr. Carcoma se montó en su carro y decidió ir a hacer una compra en el mercado municipal que quedaba bastante cerca para de ahí regresar a su casa con el enfebrecido deseo de escuchar próximamente la historia del señor Abel Niac.
Cuarenta días después, en horas de la mañana, el señor Niac hizo acto de aparición en la casa del Dr. Carcoma.
Se saludaron y el Dr. Carcoma invitó a pasar al señor Niac.
-Dr. mire yo me voy de la ciudad, estuve pensando en si venía o no donde usted, en principio había decidido marcharme sin que nadie lo supiera, pero finalmente decidí esto: visitarlo.
-Okay, muy bien, pues entonces dígame usted sobre lo que yo le planteé en su casa cuando lo visité. –Le respondió el Dr. Carcoma.
Con cara de extrema grave preocupación el señor Niac le dijo al Dr. Carcoma:
-Mire Dr. para mí resulta doloroso el contarle mi historia y el porqué el nombre y el apellido Abel Niac aparecen en todos los censos de este pueblo, pues la consecuencia de ello es trágica y yo no quiero causarle daño a una persona como usted.
-¿Cómo así? ¿Daño a mí? Pero, ¿y porqué daño a mí? ¿Daño de qué? La verdad es que no lo entiendo ni podré entenderlo si usted no me lo explica. Usted cada vez me causa más curiosidad y ahora con esto que me acaba de decir mucho más aún…
Con rostro de gran pesar y moviendo la cabeza de la forma en que con ese movimiento se expresa una especie de «usted se lo buscó«, el señor Abel Niac le expresó al Dr. Carcoma:
-¡Está bien Dr.! ¡Está bien! Ese Abel Niac que figura en el primer censo de este pueblo levantado en 1502; ése Abel Niac que figura en ese censo de 1605 que usted localizó; ése Abel Niac que figura en el censo de 1736; ése Abel Niac que figura en cada uno de los censos posteriores que se han hecho en este pueblo soy yo Dr. …
-¡Pero eso que usted me está diciendo es imposible señor Niac! De por Dios, déjese de broma, yo soy un hombre de ciencia, soy médico de profesión, y, a la vez, soy historiador. ¿Cómo usted viene a mi casa a decirme semejante cosa? -Lo interrumpió el Dr. Carcoma con aire de molestia para nada disimulada.
Y el señor Niac siguió diciéndole:
-¡Sí! ¡Sí, Dr.!: Aunque a usted le cause sorpresa: yo soy el mismo Abel Niac de 1502, año del primer censo de este pueblo. He vivido durante todos estos siglos en este pueblo porque yo no puedo morir, porque yo soy inmortal, porque así me marcó Jehovah Dios: para no morir. Vine a parar aquí en 1502 después de recorrer prácticamente el mundo entero entonces conocido. Tantas y tantas vueltas di de un lado para otro que me cansé de ver lo mismo y por eso quise ver con mis propios ojos lo que Cristóbal Colón había descubierto y muy particularmente me llamó la atención el interés que esta tierra de Puerto de Plata despertó en él hasta el grado de enamorarse de ella. No sé si usted ha analizado mi apellido: mi apellido Niac es mi verdadero nombre al revés: Caín, yo soy Caín, el Caín de La Biblia. Cuando La Biblia dice que Dios colocó una marca en mí la marca que me colocó fue la marca de la inmortalidad, es decir, una marca para que los hombres se asombraran de que a pesar de que el tiempo transcurriera yo no envejecía y de que a pesar de herirme para matarme no podían matarme. Muchos murieron a causa de darse cuenta de ello, por lo que para acortar la enorme sangría que ello provocaba decidí, hace miles de años, acortar lo más posible mis contactos con el público, mantenerme casi anónimo para que no me vieran y no se dieran cuenta de que siempre permanezco con esta juventud que usted puede apreciar en mí. El nombre de Abel me lo coloqué desde entonces como una forma de expiar mi culpa por haber matado a mi hermano y al nombre Abel le añadí mi verdadero nombre, Caín, pero al revés, para usarlo como si fuera un apellido. Quienes han sabido mi identidad tienen por destino morir: sea a manos mías, sea a manos de otro, sea por cualquier otra causa que desata dicha revelación de mi identidad. Usted no va a morir a manos mías porque yo no lo voy a matar, Dios sabrá qué es lo que va a hacer con usted, pero sí le he rogado a él que usted no tenga una muerte sanguinaria. Le dejo, me voy hacia otro lugar y disculpe usted que yo haya venido a su casa.
Caín salió abruptamente de la casa del Dr. Carcoma y éste se quedó turbado tratando de atar cabos en su mente. No le comentó nada a su esposa, pero sí le era difícil ocultar su turbación.
…Al otro día el Dr. Carcoma no despertó, su esposa trató de despertarlo, pero no respondía: había muerto… Su roce con un inmortal le compró el ticket hacia el más allá, pero en este acá sus investigaciones históricas y su tesón de preservación arquitectónica le garantizaron la inmortalidad de su nombre…
Por Lic. Gregory Castellanos Ruano
Nota: Como es obvio, todo esto es ficción, pues es un cuento histórico, es decir, un cuento basado en una trama histórica con las correspondientes licencias que el género le permite al autor.