Por Lic. Gregory Castellanos Ruano
Transcurridos los nueve días del fenecimiento del conocido botánico puertoplateño Dr. Jorge Heinsen, el notario público de los del número del Municipio de Puerto Plata Dr. Samuel María Muñiz convocó a los hijos del de cujus para leerles el testamento que en vida le dictó aquél. Llegado el día y la hora de la cita en la oficina del escribano, éste procedió a la lectura en cuestión. Después de distribuir entre sus cuatro hijos, dos varones y dos hembras ya de respectivas edades maduras, en forma pormenorizada los bienes muebles e inmuebles que les había dejado, en la parte in fine del testamento auténtico el hombre de ciencia hacía alusión a la existencia de una carta lacrada que también les dejaba a todos ellos anexa al testamento y que quería que la misma les fuese leída por el notario inmediatamente el mismo terminase de leer completo dicho testamento.
Antes de proceder con la lectura de la carta referida el notario resaltó que no conocía el contenido de ella porque había respetado el sello lacrado del sobre que la contenía y de inmediato procedió a leerla. La carta decía lo siguiente:
«Puerto Plata, 15 de Enero del 2019
Queridos hijos e hijas:
Al momento de ustedes tener conocimiento de las presentes líneas ya es harto sabido que mis ojos están cerrados para siempre, ya habrán oído mi último deseo sobre la forma de la distribución entre ustedes de los que fueron mis bienes. Ahora de lo que se trata es de un asunto muy distante de partir bienes entre ustedes, esta es la narración de algo que vi y oí directamente porque ocurrió frente a mí.
Como ustedes saben, al ser botánico me dediqué al estudio de las plantas autóctonas de esta Provincia de Puerto Plata para resaltar y ampliar los detalles de sus diferentes especies y, al mismo tiempo, también lo saben ustedes, siempre quise encontrar especies nuevas, es decir, no conocidas de la flora puertoplateña, quería figurar en el catálogo de dominicanos que le dan lustre al nombre de Puerto Plata por el hecho de plasmar en realidad ese sueño mío; así mi nombre figuraría al lado de los grandes investigadores que desde la época colonial de la Isla de La Española o Isla de Santo Domingo vinieron a hacer sus exploraciones y de los mismos dominicanos que dieron lustre a la Botánica; soñaba con ser un émulo de Rafael María Moscoso o de Luis Ariza Julia, de ahí mis frecuentes viajes a distintos lugares de Puerto Plata y mis consiguientes ausencias del hogar común.
En una de esas oportunidades, específicamente en fecha once (11) de Septiembre del año dos mil uno (2001), me encontraba investigando algunas especies de plantas y flores pequeñas frente a la estación del repetidor de la compañía telefónica instalado en la parte frontal de la loma de La Julia, que está a la derecha de su mayor la loma Isabel de Torres y unida con esta (viene siendo para ustedes, que están frente a Isabel de Torres, la loma que está a la izquierda de ustedes). A veces desde la ciudad se ven los destellos que refleja el local de dicha estación repetidora, sobre todo los domingos. Entusiasmado en mi labor, tomando notas y haciendo dibujos de las plantas no me di cuenta del tiempo transcurrido, de que ya la sombra de la noche comenzaba a hacerse presente, por lo que cuando noté que el comienzo de la obscuridad comenzaba a dificultar mi trabajo empecé a desandar mis pasos para poder volver al sitio aledaño de El Cupey donde había dejado mi camioneta. Estaba un poco preocupado porque la obscuridad me haría más difícil el descenso, como, en efecto, me lo hizo.
Al doblar y dirigirme hacia la parte de atrás de la loma La Julia para seguir por la parte de atrás de la loma Isabel de Torres que le sigue perdí el control de mis pies al tropezar, por la ladera Sur del sendero ubicado al lado del precipicio que queda frente a la cueva de La Julia, con una piedra escondida por la vegetación, lo que ocasionó que al perder el equilibrio me precipitara un amplio espacio hacia abajo; creí que me iba a caer por el precipicio y que moriría porque el precipicio estaba muy próximo, pero afortunadamente el follaje impidió esa caída, pero no impidió que me golpeara la cabeza con otra piedra, lo cual me hizo perder el conocimiento.
Cuando desperté con un fuerte dolor de cabeza vi mi reloj y mi di cuenta de que habían transcurrido unas cinco horas desde que perdí el conocimiento, pues reinaba la obscuridad de la noche; me incorporé y para retornar al sendero por la ladera por donde caí, comencé a subir agarrándome de las ramas de las pequeñas plantas, de la hierba y de las piedras de la pared natural de esa parte de esa loma hasta que casi llegando al punto por el que me desbarranqué noté una inusual luz profundamente roja y escuché pasos así como también unos siseos muy pronunciados que me causaron extrañeza, pues parecían articulaciones de palabras no como las palabras humanas, sino como si los siseos fueran la base de construcciones orales y como si estas sirviesen para comunicarse, pues oía siseos de diferentes tonalidades que evidentemente tenían diferentes orígenes. Como no sabía quiénes podían andar por allí y nunca había escuchado algo igual tan pronunciado adopté precaución en mis movimientos para no ser visto y al mismo tiempo poder percatarme de qué cosa era lo que ocurría en el sitio por donde yo volvería a retomar mi camino hacia abajo.
Al asomarme lo hice ligeramente, es decir, sólo a nivel de mis ojos, desde el follaje mismo que impedía que yo fuera visto, y alcancé a ver algo totalmente sorprendente que de inmediato me aterrorizó causando que un frío indescriptible me recorriera desde los pies hasta la cabeza, aquello que vi me heló la sangre. Quería creer que todo aquello que veía era un sueño, algún sueño o alguna alucinación producto del golpe que me hacía sentir el fuerte dolor de cabeza que tenía, pero me pellizqué tan fuertemente y tan reiteradamente que creo que hasta algo de sangre tuve que haberme sacado, pues yo mismo me estaba causando un fuerte dolor en mi brazo derecho con las uñas de mi mano izquierda.
Había un grupo de seres con cuerpos humanoides, con un tronco y un largo o tamaño de un hombre normal, pero de un grosor parecido al de un adolescente bastante flaco, con brazos, manos y pies, con la piel escamada típica de las culebras, de diferentes colores pero predominando el color negro, el cuello y una cabeza de culebra enorme del tamaño de la cabeza de un hombre; sus ojos de culebra eran proporcionales al tamaño de su cabeza y eran de color negro; una cola gruesa que tenía por punto de partida la parte inferior terminal que entre nosotros los humanos vendría siendo la parte terminal de la región llamada lumbar o esquina o punta cóccix; la cola se iba haciendo menos gruesa en la medida que se alejaba de aquella unión trasera; pude apreciar que esa cola en cada uno de ellos tocaba el suelo y se extendía en este hasta cerca de un pie en reposo sobre el suelo, es decir, que al largo que tenía la cola desde su punto de partida hasta el punto en que tocaba el suelo, se le añadía en dicha longitud dicha extensión de hasta cerca de un pie más: la cola era claramente el elemento que les servía para equilibrar sus movimientos al caminar; y la lengua de cada uno de ellos era una lengua bífida que en la medida que entraba y salía de las bocas de ellos producía aquellos siseos que obviamente eran articulados y obedecían a un lenguaje que les permitía comunicarse entre sí. Eran culebras con tendencia a tener forma humana en cuanto a su constitución física y todos vestían unos trajes luminosos de un color tipo mamey eléctrico. ¡Eran horriblemente feos, hórridamente feos, tremendamente feos, horripilantes! ¡Daban miedo en grado extremo, terror, terror inmenso, y horror sin parangón de sólo verlos!
¡Eran hombres culebras!
Los siseos que había escuchado y los que ahora escuchaba procedían indudablemente de conversaciones y órdenes de coordinación entre ellos.
Estaban sacando una gigantesca culebra de dentro de la cueva. Era una culebra sorprendentemente enorme, en fin, descomunal comparativamente con las culebras usualmente más grandes que existen en esta isla. La culebra gigante ellos la habían colocado sobre una especie de plataforma que levitaba y junto con ella había una cierta cantidad de otras culebras de diferentes tamaños y colores que también sacaron de aquella cueva, pero todas estas eran de tamaños muy menores en comparación con aquella primera. Por sus movimientos me pareció apreciar que aquella culebra gigante, lo mismo que las demás, más pequeñas, parecían estar alegres con la compañía de aquéllos hombres-culebras, y que, incluso se producía una comunicación entre, por un lado, la culebra gigante y las otras culebras de diferentes tamaños y colores, y por el otro lado, varios de los hombres-culebras que iban al lado de la plataforma flotante. Noté que dos de los hombres-culebras que iban al lado de la referida plataforma flotadora se ocupaban de abrirles la boca a cada una de las culebras que transportaban en ella y se la verificaban, tras lo cual, con un siseo y un simultáneo ademán con una de sus manos, le reportaban a un tercer hombre-culebra, el cual era evidente que inmediatamente tomaba nota accionando un delgadísimo equipo electrónico que parecía ser un aparato diseñado éllos escribir. Dichos hombres-culebras no tenían los dos colmillos que tienen las serpientes, lo cual pude apreciar porque en diversas oportunidades en que abrían su boca no se veían dichos dos colmillos. Como es natural, yo no entendía el lenguaje siseante en cuestión, pero la repetición de las mismas cortas expresiones siseantes y del mismo gesto con cada una de las culebras examinadas por su boca me dio a entender que se trataba de una expresión negativa. No en el preciso momento de la ocurrencia en cuestión, pero sí con el paso del tiempo y el permanente análisis en retrospectiva que yo hacía de los hechos que presencié estoy plenamente seguro que llegué a entender perfectamente aquella expresión siseante y que ella lo que significaba era «no tiene«: obviamente se estaban refiriendo a que cada una de las examinadas culebras extraídas de la cueva carecían de colmillos propios de una serpiente. De ello llegué a inferir la tesis de que aquellos seres que había visto no eran hombres-serpientes, sino hombres culebras.
Vi que su destino era una nave espacial enorme, de unos quinientos metros de largo y nos doscientos metros de ancho, estacionada inmóvil sobre el aire a una pequeña altura de unos pocos pies del suelo donde se desarrollaba todo lo que les estoy narrando; dicha nave del espacio exterior tenía una compuerta trasera abierta que fue a través de la cual introdujeron aquel espécimen enorme de culebra y a las demás culebras pequeñas comparadas con la grande; desde la distancia en que me encontraba pude ver en el interior que mostraba la compuerta varias series de filas de recipientes cilíndricos transparentes de diferentes tamaños, supongo que eran de vidrio o de algún material transparente que se asemejaba al vidrio, conteniendo respectivamente culebras y serpientes de diferentes tamaños y variedades; noté dos especímenes bastante grandes que si no me equivoco una era una anaconda del Amazonas y la otra una pitón reticulada de la que abunda en Indonesia. Tras esto todos los hombres-culebras entraron a la nave por el mismo sitio, y de inmediato la compuerta se cerró y la nave se fue remontando vuelo hacia el cielo teñido totalmente del negro de la noche, desapareciendo así de mi vista.
Aquello que había visto era espeluznante. La apariencia de esos seres era sencillamente espantosa, horrible. Eran vivientes y descarnadas monstruosidades. Tenían la misma mirada congelada y siniestra de cualquier serpiente o de cualquier culebra.
¡El halo de horror que me transmitían y que yo percibía con acopio inconmensurable era y es indescriptible! Por el golpe del asombro y el sobresalto del espanto yo estaba, más que lleno, relleno de horror, tanto que estoy seguro de que si yo me hubiese podido ver frente a un espejo hubiese visto mis ojos abiertos como dos enormes monedas de cincuenta centavos dominicanos.
Después del aturdimiento psicológico que sufrí al presenciar lo impresentable que les estoy describiendo a ustedes apresuré mis pasos y reasumí el sendero para poder bajar, llegar hasta mi camioneta y marcharme de regreso hacia la ciudad para poder llegar a casa. Sabedor de que el trayecto de bajada era doblemente peligroso por la obscuridad reinante me reforcé el recuerdo de tal cosa para, no obstante el susto extremo, tremendo, que tenía encima, no volver a tener otra caída que fuese a producirme alguna consecuencia lesiva o trágica.
Tras finalmente llegar a mi camioneta, montarme en ella y prenderla apreté el acelerador como alma espantada por el mismísimo Demonio y afortunadamente la carretera de El Cupey lo mismo que la carretera hacia la ciudad de Puerto Plata estaban casi desiertas, lo cual me facilitó un rápido regreso al ámbito urbano y una vez en este noté que las calles de la ciudad también estaban casi desiertas, todo lo cual me facilitó llegar hasta nuestra casa.
Durante todo el trayecto, desde que los hombres-culebras se fueron en su nave y yo retomé el camino hacia abajo hasta que llegué a casa, repetidamente, mejor, obsesivamente iba pensando sobre lo que había presenciado.
Siempre se habló sobre una culebra gigante que supuestamente habitaba en los alrededores de la montaña Isabel de Torres. Siempre creí que aquello era un mito, un puro mito. Pero no era un mito, era pura realidad y la había tenido frente a mis ojos transportada por ésos hombres-culebras. Parece ser que esa culebra gigante había estado viviendo ahí por mucho tiempo, por un tiempo muy enorme… ¡Sabrá Dios exactamente desde cuándo!
¡Aquellas frondosas, pero desoladas, deshabitadas, montañas habían revelado un arcano secreto!
Llegué a casa como si estuviera escapando «de algo«, del «algo« que vi, de lo que vi, y realmente mi impulso había sido de huida, de escape, no obstante esos seres de esa raza totalmente extraña haber desaparecido yéndose en esa nave espacial: no era para menos: no creo que otro que hubiese estado en mi lugar hubiese reaccionado de otra manera. Tras cerrar la puerta de entrada de nuestra casa sentí un profundo alivio como si haber llegado a ella fuera una protección respecto de lo que había visto.
No sé si acaso ustedes recuerdan el día que, a la hora de comer, cada uno de ustedes y su madre, mi esposa Laura, entonces viva, me dijeron en la mesa que me encontraban raro y nervioso y todos me preguntaron que si me pasaba algo, a lo que yo les contesté que nada me pasaba, que todo estaba bien: ese fue el día siguiente al de la noche de la ocurrencia del hecho que les narro a través de esta carta.
A lo largo de todo ese trayecto, desde que salí huyendo despavorido de la montaña hasta que llegué a casa, me sentía oprimido por el horror y, simultáneamente, dentro del pequeño espacio racional que me quedaba, especulaciones zoológicas invadieron y asaltaron mi mente que temblaba tanto como temblaba mi cuerpo. Mis especulaciones las llevé hasta el grado de la certidumbre por la explicación racional que le encontré a lo que vi, pues al fin y al cabo yo era un científico y, como tal, no desconocía el mecanismo de la vida.
Era claro que verdaderos eslabones tenían que existir entre aquellas culebras, la gigante, las pequeñas, sacadas de esa cueva detrás de la loma La Julia, el conjunto de serpientes y culebras que vi a la distancia que tenían previamente en su nave espacial, todo eso por un lado, y esos hombres-culebras, por el otro lado. La impresión que tuve y mantuve en mi mente a lo largo de mi existencia desde entonces fue una impresión cerrada a cal y canto de que ancestros de ésos seres que vi ya habían estado en este planeta, muchos, pero muchos millones de años, cientos de millones de años atrás, muchísimo antes de que siquiera se soñara o se imaginara la existencia del hombre en la Tierra y que un grupo de ellos se quedaron aquí y perdieron contacto con sus iguales, que el planeta de donde procedían perdió todo contacto con aquéllos primeros viajeros suyos que llegaron a este planeta; que esa pérdida de contacto se debió a la ocurrencia de algún cataclismo, de alguna catástrofe, que impactó y truncó la vida normal de esos primeros seres visitantes despojándola de toda posibilidad de desenvolverse en la forma avanzadísima en que evidentemente se desenvolvían los que tuve frente a mí debido a que lesionó grave y grandemente su tecnología o destruyó dicha tecnología de avanzada por completo aunque fuese de manera sucesiva; que desguarnecidos ante esas consecuencias de aquel cataclismo o catástrofe tuvieron que enfrentar de forma enormemente menos eficaz el conjunto de hostilidades que les presentaba este mundo y que, por todo ello, sus descendientes se fueron animalizando hasta perder toda la evidentísima racionalidad que su raza había alcanzado en su planeta de origen; que sobrevivieron por puro instinto y evolucionaron durante varios cientos de millones de años hasta atrofiárseles sus extremidades y cuando llegaron a ese punto de dicha atrofia finalmente adoptaron la forma que actualmente tienen las culebras que existen en este planeta Tierra. Es decir, que evolucionaron desde esa forma humanoide (con pies, brazos, manos prensiles y caminar erguido), que yo presencié directamente en la confluencia de las lomas La Julia-Isabel de Torres, a culebras con cuatro patas en una primera etapa; y luego de culebras con cuatro patas pasaron a culebras con patas atrofiadas, esto es, a culebras sin patas, en una segunda y aparentemente final etapa, que es la que conocemos actualmente.
Estoy totalmente convencido de que ese cataclismo ocurrió y que al final terminó despojándolos totalmente de su avanzadísima tecnología y de que de no haber sido por él muy, pero muy probablemente hoy por hoy la Historia no hubiese sido antropocéntrica, sino «herpetocéntrica« y que esa raza de hombres-culebras hubiese sido la especie dominante en este planeta Tierra.
A diferencia de mí la Herpetología tradicional ignora que las culebras son descendientes de los primeros hombres-culebras que visitaron este planeta, cosa que nadie puede hacerme desconocer porque yo vi prácticamente `tete a tete` especímenes de hombres culebras.
Por ello, a pesar de que la Herpetología tradicional ignora que las culebras son descendientes de los primeros hombres-culebras que visitaron este planeta, tratando de encontrar respuestas a muchas de mis preguntas me dediqué desde entonces a leer y profundizar sobre la tesis de la Herpetología tradicional que es sostenida por algunos de sus expertos de que igualmente durante esa evolución muchas de las diferentes variedades de culebras tuvieron que desarrollar colmillos ahuecados semejantes a la aguja tubular o aguja hipodérmica de inyecciones y un veneno respectivo como arma biológica para poder enfrentarse a enemigos mucho más poderosos que los habrían extinguido con ligera facilidad de no ser por ese arsenal biológico que desarrollaron.
Yo sostengo que esa tesis de la Herpetología convencional es posible, por eso no la descarto totalmente, pero también sostengo que es posible otra tesis diferente a esa sobre la forma en que los dos colmillos y el aparato generador de veneno llegaron a la boca de las culebras para estas transformarse en serpientes. De lo que expliqué precedentemente de que ninguno de los seres que vi tenía los dos colmillos propios de una serpiente yo colijo, sin el más mínimo temor a equivocarme, que los primeros hombres-culebras visitantes de este planeta también carecían de dichos dos colmillos y que esos colmillos y el aparato generador y excretor de veneno surgieron no por evolución, sino por intervención de la manipulación de sus científicos genetistas sobre los genes de hombres-culebras, que dado el gran avance científico y tecnológico de estos hombres-culebras, no descarto para nada que cuando ellos empezaron a colonizar este planeta centralizados en el lugar donde establecieron su enclave-ciudadela y se produjo el cataclismo y se vieron impelidos a la dispersión y a quedar a expensas de ser comidos y extinguidos por animales terrestres hostiles, varios de los hombres-culebras, sus científicos genetistas, con la poca tecnología que todavía les quedaba trataran de ganar tiempo con gran rapidez y se encargaron de alterar los genes de muchos de sus congéneres para que una nueva generación de sus descendientes estuviese dotada de dos colmillos y de su aparato o glándula generador de veneno con el objetivo de que esas características se transmitiesen de generación en generación para poder enfrentar a los enemigos que les depredaban y amenazaban con su destrucción total ante la situación de extrema indefensión a que le había llevado la pérdida de su tecnología, muy específicamente aquella que tenía que ver con las armas para defenderse de hostiles.
Es decir, yo sostengo la tesis de la posibilidad de que los dos colmillos y el aparato generador de veneno llegaron a la boca de las culebras porque todo ello fue preparado y estimulado genéticamente por los propios científicos genetistas que vinieron en el equipo explorador-colonizador para que hombres-culebras pasasen a transformarse en hombres-serpientes con dichos fines defensivos.
Parece que una gran parte de los nuevos descendientes así preparados (es decir, como hombres-serpientes) cumplieron con gran parte de su cometido defensivo, pero se fue produciendo una forzosa dispersión a consecuencia del cataclismo o catástrofe, y en la medida que pasaba el tiempo y evolucionaban perdiendo su forma original de seres con pies, brazos, manos prensiles y caminar erguido, los descendientes se fueron agrupando por afinidades uniformadoras u homogeneizadoras y que a los que no tenían características comunes los consideraban, dentro del proceso de animalización que operó, también especies enemigas y, por ende, otras amenazas, por lo que terminaron convirtiéndose en caníbales de parte y parte.
De ahí surgieron las diferencias entre serpientes y culebras; las diferencias entre las propias culebras; y las diferencias entre las propias serpientes.
Ya habían perdido toda racionalidad, se habían animalizado totalmente, y sólo les importaba sobrevivir a ultranza.
Las diferentes variedades fueron realizando sus propias adaptaciones al entorno y de ahí surge también el porqué de las diferentes formas, tamaños y hasta colores de las respectivas especies dentro de las culebras y dentro de las serpientes.
Lo que me explica su gran dispersión por todo el mundo es que lo que fue el puesto de avanzada de los hombres-culebras, destrozado por ese cataclismo o catástrofe, había sido enclavado en un lugar geográfico clave de la Tierra, por lo que tras producirse el cataclismo o catástrofe poco a poco fueron quedando divididos en lugares distintos y por ello se fueron expandiendo por sobre toda la faz de este planeta; que eso favoreció la aparición en este de todas las más diversas especies de culebras y serpientes. Naturalmente todo eso, todo en absoluto, implicó el transcurrir de varios centenares de millones de años. Tengo la convicción de que este grupo de hombres-culebras que vi vinieron a investigar la suerte de aquéllos primeros exploradores-colonos suyos que se establecieron en lo que hoy es nuestro planeta y se encontraron con la descendencia de dichos exploradores-colonos degenerada y transformada en las diferentes variedades de culebras y serpientes especímenes de las cuales se dedicaron a recolectar a lo largo y a lo ancho de este planeta.
¡El referido evidente secreto arcano dejó sus huellas en este planeta!
¡¿Quién lo hubiera dicho?!:¡Las culebras y las serpientes que viven en este planeta son descendientes de seres avanzadísimos provenientes de otro planeta! ¡Sabrá Dios situado en qué galaxia, conocida o desconocida, de las abismales profundidades del espacio!
¿Qué iban a hacer esos hombres-culebras con todas esas variedades de culebras y serpientes que tenían recolectadas y con las culebras que sacaron de la cueva y se llevaron mientras yo secretamente los observaba? En el momento mismo en que vi lo que vi no sabía, pero al respecto, poco después, de tanto especular y analizar yo llegué a la conclusión inconmovible de que esas culebras que se llevaron frente a mí, también lo mismo que las culebras y serpientes que obviamente recogieron en otros lugares del planeta, eran para llevárselas al planeta suyo situado en algún lejanísimo lugar del cosmos para varios propósitos: ubicar las huellas genéticas de sus primeros enviados a este planeta, estudiar cada uno de los cambios genéticos que tuvieron aquí para, simultáneamente, estudiar también cada uno de los cambios, morfológicos, fisiológicos, etcétera, reflejos o consecuencias de aquellos primeros; cambios esos todos que sufrieron dichos primeros visitantes suyos a la Tierra, tanto el que yo particularmente pienso que fue artificialmente introducido por sus genetistas establecidos aquí en el enclave-ciudadela de la Tierra como los que se produjeron por pura evolución natural en este mundo hasta llegar a ser eso que eran, las culebras y serpientes que conocemos, y para darles una explicación oficial a los familiares que los perdieron y a toda su raza en dicho planeta de lo que les había pasado a esos primeros visitantes de dicha raza avanzadísima que llegaron hasta nuestro planeta para explorarlo y colonizarlo.
Pienso que lo horripilante que vi y que les he descripto a ustedes fue una revelación de uno de los secretos arcanos de este planeta y, simultáneamente, de la extensión y profundidad del Universo.
Creo que los arqueólogos modernos deberían de centrar su atención en explorar los alrededores de los lugares donde se han encontrado los restos de culebras con cuatro patas, pues cerca o, por lo menos, relativamente cerca de alguno de esos sitios deben estar los restos de ese enclave físico o ciudadela perdido por la destrucción que sufrió.
¡Sabrá Dios qué cosa o qué cosas y objetos puedan ser encontrados si se logra ubicar con certeza ese lugar!: Posiblemente restos, es decir, esqueletos completos, huesos de esos seres hombres-culebras y hombres-serpientes, artefactos o restos de artefactos mecánicos, lo mismo que artefactos o restos de artefactos electrónicos de su avanzadísima tecnología, su escritura, etcétera. …Todo eso está envuelto en un denso velo de misterio…
Naturalmente, habría que ver si el cataclismo o catástrofe sepultó el enclave físico o ciudadela de la civilización de esa raza desconocida dentro de la tierra o dentro de alguna zona acuática, de agua dulce o de agua salada; todo eso podrá ser esclarecido sólo después que sea ubicado ese lugar hasta hoy ignoto.
Desde aquel entonces guardé silencio sobre este hecho del cual fui testigo porque de darlo a conocer en vida probablemente me hubieran tildado de loco y creí que lo que yo estimaba como mi débil psiquis no habría resistido el verme visualizado por mis parientes y por mis conciudadanos amigos y no amigos como un enajenado mental sumergido en ese obscuro mundo. Llegué a presenciar los espectáculos de burlas a personas consideradas personajes pintorescos pero con problemas mentales, de nuestra ciudad de Puerto Plata, como «Nano El Loco«, «Danilo Mesa«, «Palillo«, «Juana La Loca«, etcétera, a consecuencia de ellos tener sus respectivos discursos de dementes. Y esas escenas de burlas y su posibilidad respecto de mí atormentaban profundamente mi cabeza: no quería verme en ese espejo y envuelto en una atmósfera semejante. Me aterrorizaba pensar que la narración de la historia trepidante y horripilante de lo que yo vi fuera etiquetada como un discurso demencial, como el discurso de otro demente más en nuestro pueblo. Estuve atrapado entre esos dos miedos: el del horror que me causó ver a esos hombres-culebras y el que me causó la angustia mortificante de que me consideraran un trastornado mental si daba a conocer lo que vi. Como al momento de ustedes escuchar todo esto ya habré dejado de existir no hay, pues, motivo alguno por el que ustedes deban tener la misma vergüenza que me hizo guardar silencio.
Por eso les pido que esta carta ustedes la hagan del conocimiento de la «Asociación de Ciencias«, de la «Asociación de Zoología«, de la «Asociación de Herpetología«, todas de los Estados Unidos de América, y también de las autoridades espaciales de ese país, pues yo soy un testigo de que realmente no estamos solos en el Universo ya que esos seres hombres-culebras que vi es demasiado claro que no son de este mundo. Si esto les sirve de algo a las Ciencias habré contribuido a algo para con ellas.
Con muchos afectos, su padre,
Dr. Jorge Heinsen«.
A la luz de ese relato contenido en esa carta anexa al testamento leído por el notario público Dr. Samuel María Muñiz era obvio que jamás se imaginaron ni el propio fenecido Dr. Jorge Heinsen (al menos en su época de botánico explorador anterior a aquella en que tuvo esa experiencia narrada en su carta legado) ni sus hijos e hijas que su mayor aporte en la vida lo haría él no a la Botánica, sino a otras ciencias.