I
De una sola planta rara era ese mundo,
con una grosísima raíz y un grueso tronco
que se erigió en pilar sumamente elevado
por sus olivas ramas coronado
y sobre estas en la noche se observaba al satélite lunar aposentado,
clara estampa de un desértico y arábigo
paisaje a Puerto Plata trasplantado.
II
No sé si mi padre o uno de mis hermanos plantó la semilla
desde la cual se produjo su inverosímil crecida.
Obviamente aquella semilla,
en alguna navidad,
al azar,
fue escogida
y en el patio de la casa la dejó plantada
la ocurrencia surgida.
III
Creció alta y soberbia la planta exótica
y se enseñoreó sobre su jardín,
que no era propiamente un jardín,
sino tan sólo el patio de la casa,
al cual gobernaba
teniendo por único súbdito
a Otelo:
un noble, alto, fiero
y vigoroso perro de color negro.
Ella estaba sola:
era la gobernadora…
de un pequeño imperio,
pero, al fin y al cabo, imperio.
Otelo
era, a la vez, el guardián de aquel vegetal y exótico imperio.
IV
Majestuosa como ella sola
se le veía deleitada
contemplando los paisajes
y a los árboles de los alrededores;
y éstos, extrañados,
a su vez se la pasaban contemplándola admirados.
Todo aquello era un rasgo extraordinario
de ese universo ordinario.
V
Nunca en aquel patio percibí un jardín.
Tenía la planta de dátiles que llegar a su fin
para, con el tiempo y a mucho de su transcurrir,
darme cuenta de que ella sóla era un jardín.
Por Gregory Castellanos Ruano
(A la memoria de mi hermano mayor Rafael Tobías Castellanos Ruano recién fenecido a mediados del presente mes de Septiembre del dos mil veintiuno (2021))