COOPERSTOWN, Albany.-Envuelto por el rabioso y torturante calor presente en Cooperstown el pasado domingo 24 de julio que calentó como nunca antes la comunidad donde nació el béisbol me tocó por tercera ocasión el privilegio de asistir a la exaltación de David Ortiz al Salón de la Fama, a donde se dieron cita más de 10 mil almas que fueron testigos de la inmortalización del Big Papi.
La aventura se inició antes de las 5:00 de la madrugada, cuando timbró mi móvil y al ver la pantalla noté que se trataba del entrañable amigo Jesús Burgos, que me anunciaba que estaba frente a la residencia de mis cuñados Tito Silverio y su esposa Yamilka Vásquez en la avenida Kingsland del comando del Bronx, New York, buscándome para ir a tomar el autobús que trasladaría al altar supremo del beisbol.
Partimos hacia la calle 179 de Manhattan donde nos esperaba el autobús en el que viajaríamos 55 personas, incluyendo los periodistas Juan José Morrobel, Lissette Cuevas y el autor de esta narrativa, así como el presidente del Comité Provincial de Puertoplateños Residentes en Estados Unidos y Canadá, Jesús Burgos, que fungió como coordinador de la gira a la meca del béisbol.
El espacioso medio de locomoción de color gris oscuro partió a las siete de la mañana y después de un extenso recorrido sobre autopistas y carreteras interiores a lo largo de la tarde disfrutamos de pintorescos paisajes, formado por árboles de diversas variedades, de color verde intenso, arríbanos a Cooperstown a las 11:00 de la mañana, después de cuatro horas de viaje.
Después de varias vueltas para llegar al parqueo, los agentes policiales que estaban controlando el tránsito permitieron al conductor detenerse para que bajáramos del pesado vehículo para llegar al parqueo de autobuses, en las inmediaciones de un maizal, situado muy cerca del terreno donde se jugó béisbol en el año 1839, organizado por Abner Doubleday.
El ceremonial de exaltación comenzó a la 1:30 de la tarde con el sol en el cenit y el calor amenazaba con derretir a los seguidores dominicanos y extranjeros de David Ortiz que acudieron a la cita de su encuentro con la inmortalidad al hacerse merecedor del alto honor de ganar un nicho en el Olimpo de la pelota en su máxima categoría.
Antes que Ortiz también fueron elevados durante el prestigioso eventoTony Oliva, Jim Kant, Gil Hodges, Minie Miñoso, Buck O’Neil y Bud Fowler, que también tuvieron admirables carreras como beisbolistas excepcionales que provocaron con sus batazos y jugadas electrizantes emociones a raudales de los fanáticos que tuvieron el privilegio de verles accionar con brillantez en el terreno de juego.
Luego del discurso emocionado de agradecimiento del Big Papi y el maestro de ceremonia cerrar el ceremonial, con nuestros corazones latiendo con intensidad por la emoción desbordante que generó la ceremonia de exaltación de los beisbolistas citados, dejamos el amplio escenario y nos dirigimos al autobús, en cuyas inmediaciones almorzamos y nos refrescamos con agua y gaseosas frías.
Al concluir con esta agradable y reconfortante tarea, nos introdujimos al autobús y emprendimos el camino de retorno a New York, a donde arríbanos rebosantes de alegría y emoción a las 10:30 de la noche al mismo punto de partida, donde todo el mundo tomó la de Villa Diego, satisfecho por haber sito testigos oculares de excepción del extraordinario acontecimiento.
Como colofón de esta crónica de nuestro tercer viaje a Cooperstown, debemos destacar que con el eslabón que representa el Big Papi, ahora la cadena de dieciocho eslabones con que cuenta América Latina, cuatro son dominicanos, que son: Juan Marichal, Pedro Martínez, Vladimir Guerrero y David Ortiz, lo que representa casi un cuarto de dicho total.
!Viva República Dominicana!