Rosario Espinal
Autora de los libros “Autoritarismo y Democracia en la Política Dominicana” y “Democracia Epiléptica en la Sociedad del Clic”, y de numerosos artículos sobre política dominicana publicados en revistas académicas en América Latina, Estados Unidos y Europa. Doctora en sociología y profesora en Temple University en Filadelfia, donde también ha sido directora del Departamento de Sociología y del Centro de Estudios Latinoamericanos.
Por varios años, Leonel Fernández tuvo un inmenso poder y dominó el escenario político dominicano. De 1996 al 2000, Joaquín Balaguer lo dejó gobernar tranquilo. Cuando regresó a la Presidencia en el 2004, el país estaba económica y políticamente desolado, y la oposición colapsando. Poco después, la economía comenzó a crecer, el grupo gobernante a concentrar riqueza, y la oposición partidaria a auto-aniquilarse. Cuando faltaba un empujón para que la oposición cayera, Fernández se lo daba.
Con tantísimo poder, Leonel Fernández se embarcó en la reforma constitucional que culminó con la promulgación de la nueva Constitución el 26 de enero de 2010.
Para ser breve, el nuevo texto constitucional tenía tres objetivos principales. Primero, eliminar el “nunca jamás” para que Fernández pudiera repostularse. Segundo, satisfacer la ultra derecha, soporte clave del leonelismo, en la restricción de derechos de ciudadanía a descendientes de inmigrantes y derechos reproductivos de las mujeres. No por casualidad éstos han sido los temas constitucionales de mayores conflictos sociales, durante la reforma con el Artículo 30 y en el último año con la Sentencia TC 168-13. Tercero, crear un andamiaje jurídico-institucional con las altas cortes que permitiera a Fernández y a la ultra derecha dominar la agenda política y controlar los resortes del poder aún desde fuera de la Presidencia.
Por su formación política, oratoria y experiencia de Estado, Leonel Fernández se presentó, y así lo vio un amplio segmento de la población, como el líder de primacía del PLD y del país. En ese contexto, Fernández y sus seguidores vieron la salida de la Presidencia en el 2012 como un receso temporal obligado porque no era factible cambiar tan rápidamente la Constitución.
En meses recientes, los vientos favorables que Fernández anunció para su candidatura presidencial en el 2016 se han dilatado en llegar por lo siguiente:
Primero, el poder es relacional, no infinito. Cuando Danilo Medina asumió la Presidencia, Fernández tenía que retirarse. Se resistió, y se convirtió en el foco del descontento que generó el aumento de impuestos a fines de 2012. Habiendo sido Presidente por ocho años, ¿a quién culpar del déficit? Danilo salió ileso y victimizado, Leonel atacado, disminuido y atormentado. De eso nunca se ha recuperado.
Segundo, durante el 2004-2012, el Presupuesto Nacional se infló, la deuda pública aumentó, y las grandes obras de construcción sirvieron de soporte político. En un país sin controles efectivos en la administración pública, ese fue el botín de enriquecimiento de la cúpula política. En países de alta corrupción y alta impunidad como República Dominicana, la corrupción es de dominio público, y sólo genera vendavales cuando hay fuertes clivajes en los altos estamentos de poder. La magnitud de estos clivajes quedará pronto develada según avance, se estanque o caiga el expediente de Félix Bautista. Mientras tanto, Leonel Fernández está en el ojo del huracán de la corrupción junto a sus cercanos colaboradores.
Tercero, los danilistas y todos los aspirantes presidenciales del PLD saben que el león a domar es Leonel Fernández. El altísimo nivel de aprobación de Danilo Medina derrumbó la idea de que en el PLD o en el país hay un solo líder. Los danilistas se sienten empoderados y no quieren ceder tan fácilmente. Los demás aspirantes saben que para poder competir tienen que debilitar a Fernández. En fin, el PLD que fuera devoto de su líder se fragmenta ahora en adhesiones.
Ante estos obstáculos, Fernández va a contracorriente con sus aspiraciones presidenciales. En vez de resguardarse y recalibrar, se expone y repite errores. Y eso, que la oposición partidaria está en el suelo.
Artículo publicado en el periódico HOY