Por Lic. Gregory Castellanos Ruano
Las cumbres de la Literatura puertoplateña comienzan desde el antologista José Castellanos con su «Lira de Quisqueya’’ y pasan por los siguientes personajes.
El poeta Juan Isidro Ortea cuya vida fue tronchada por el sanguinarismo de Lilís.
El novelista Francisco Ortea Kennedy (hermano del anterior), quien habiendo tenido que irse al exilio con su familia para poder sostenerla tuvo que acudir a sus conocimientos de estructura literaria, a su cultura y a su imaginación para producir novelas con cierta rapidez para ponerlas a disposición del público popular que se alimentaba de la literatura que circulaba por venta en las farmacias al estilo de los almanaques. Incluso llegó a publicar un escrito en torno a cómo producir novelas, el cual publicó y lo vendió del mismo modo que vendía sus novelas. Está pendiente una publicación elegante de la totalidad de sus novelas, es decir, podándolas de los anuncios de los que tuvo que valerse para poder solventar su publicación, publicación que hacía para poder subsistir y, al mismo tiempo, mantener a su familia en territorio extranjero. Esa característica de dichas publicaciones contribuyó a que sus novelas no fueran apreciadas con el respeto debido por personas que ni siquiera las leyeron y que aparecen incluso pretendiendo hacer el papel de críticos literarios de algo que nunca leyeron. Además también influyó mucho en esa ponderación negativa el hecho de que él fuera la cabeza intelectual que dirigía el polo político contrario a Luperón.
La poetisa y cuentista Virginia Elena Ortea (hija de Francisco Ortea Kennedy), la cual, con sus «Risas y lágrimas« convierte a Puerto Plata en una literal `potencia de la cuentística`.
Jayme Colson (no el pintor, sino el padre del pintor): poeta y novelista, autor de varias obras entre ellas una novela que se sirve de una trama en parte parecida a la de El Quijote, titulada «El General Babieca«, también de dos tomos, y allí escribe el célebre capítulo del paisaje del cotuisano aspirante a llegar a ser General, reproduciendo o retratando magistralmente aquel deseo profundo que soplaba en las montoneras dominicanas, así como también los reflejos de la inestabilidad política generada por estas y el perfil psicosociológico dominante en ese ambiente.
Rufino Martínez: intenso colector de datos históricos de la República Dominicana, que dio lugar a su «Diccionario Biográfico– Histórico Dominicano«, ensayista sobrio, con una formación profunda de autodidacta que le llevó a ser un cultor, además, del estudio de la Alta Cultura, lo que le permitió desplegar un aparato crítico literario agudo y de muy alta calidad en nuestra media isla. Su formación clásica le otorgó una visión extremadamente rígida y exigente a su enfoque.
Armando Rodríguez Victoria: con su libro «Angustias« es el apreciador de la Sociología Política puertoplateña y que, con los conceptos que maneja en dicha obra, incluso trasciende al terruño puertoplateño. Se puede decir con precisión, sin lugar a la menor de las dudas, que es el creador de la Sociología Política puertoplateña.
Sebastián Rodríguez Lora (hijo de Armando Rodríguez Victoria): es el máximo representante del refinamiento literario puertoplateño y expresado entonces en el género quizás más inadecuado para ello (el de la biografía anecdótica), convirtiendo así su obra en un desafío sorprendente, desafío al que logra vencer con sobradas creces elaborando una auténtica joya pulida del equilibrio y del perfeccionamiento; obra en la que una amplia cultura y un preciosismo muy perfilado despliegan sus galas logrando la belleza perfecta en su narrativa. Es el Príncipe de las Letras Puertoplateñas. Su obra es una colección de publicaciones que hizo en el periódico Listín Diario en una columna que tituló «Estampas de mi pueblo«, la recopilación de las cuales se hizo para publicarlas en forma de libro, con ese mismo título, y es allí donde se aprecia la profunda cultura y la intensa calidad literaria de su autor.
Dichas profunda cultura e intensa calidad literaria relucen tanto en cada uno de dichos escritos separados que parecen perlas de un collar elaborado como producto de una previa concepción conjunta con esa cultura impresionante y con esa sorprendente belleza del lenguaje que trabaja sobre los rasgos originales de la materia que estaba tratando: temas eminentemente locales.