Andrés L. Mateo
El rentismo y el clientelismo nacieron con la fundación de la República. Son prácticas históricamente reiteradas en la sociedad dominicana. Pero mientras el ejercicio clientelar usa los recursos del Estado para obtener beneficios políticos, el rentismo se atiene a las características más resaltantes de la inversión capitalista, cuya naturaleza es la reproducción rápida de lo invertido. Rentismo y clientelismo son afines a todos los partidos políticos que han gobernado en la era postrujillo. El clientelismo propicia la inmovilidad social y almacena favores con fondos públicos (Margarita Cedeño con dos gruesas lágrimas, mientras entrega medicina comprada con dinero de todos a un niño con cáncer), que serán luego capital político; en el rentismo no hay idealismo posible porque es una transacción en la que un empresario invierte en un candidato con probabilidades de triunfo, para luego obtener contratos y otros privilegios de carácter comercial. Muchas de las fortunas tradicionales dominicanas florecieron al amparo del poder tutelar de una figura política, cuya financiación esos capitales apoyaron. Santana era él y sus compadres finqueros, Báez no se puede desligar de la industria maderera, Jiménez se expandía favoreciendo a sus amigos comerciantes, y a los Gobiernos de Ulises Heureaux se vinculan ilustres prosapias del parnaso empresarial actual.
El rentismo y el clientelismo son formas de corrupción; pero lo que hemos vivido a partir de los Gobiernos del presidente Leonel Fernández es el fenómeno de la hipercorrupción. La hipercorrupción es una práctica típica del leonelismo, y se evidencia en los montos de la acumulación originaria, en los niveles de reinversión del capital proveniente de la corrupción. Puede hacer brotar fortunas insólitas en sociedades que tienen un PIB muy modesto, dejando boquiabiertos al mundo. Es una maquinaria indolente de exacción del Estado. Se trata de un salto cualitativo de la concepción patrimonial del Estado. Para que la hipercorrupción opere es necesario, además, transformar la naturaleza política de un partido en el poder, y convertirla en ariete económico. Únicamente la expoliación del Estado sin ningún miramiento puede conducir a la formación de fortunas tan exageradas en poco tiempo. Y es imprescindible para ello, también, por el altísimo volumen de capital acumulado, la aparición del fenómeno del testaferrato.
Una lectura de las 412 páginas del expediente del Procurador General de la República contra el senador Félix Bautista, hace mención en por lo menos cuarenta veces de la figura del testaferro. El testaferro viene a ser un significante fundamental de todo el entramado de corrupción erigido. Un testaferro alquila o empeña su identidad, presta su nombre y sustituye al mandante. En términos simples, el testaferro permite encubrir al corrupto y facilita evadir el delito. Dado el hecho de que la hipercorrupción genera fortunas descomunales que no pueden ser justificadas, el testaferrato brota de manera natural. En “Bahía de las Águilas” un poco más del cincuenta por ciento de los “adquirientes” son testaferros, los apartamentos que repartió el INVI en la Avenida Luperón eluden nombrar los verdaderos beneficiarios designando testaferros. En las obras de construcción del Metro los dueños de muchas de las empresas que venden bienes y servicios son testaferros. Las concesiones y contratos muchas veces se escamotean con testaferros. Y no hay como las empresas de construcción cuyas personerías en esta labor de enmascaramiento, dada la cantidad de dinero que se maneja, alcanza variadas triquiñuelas jurídicas. La hipercorrupción en acto germina muy variadas maneras de aparición del testaferro. Como fenómeno, en cualquier sociedad que se presente, se hermana de inmediato con el testaferrato.
El caso es que la hipercorrupción practicada en el país en los últimos diez años ha generado la proliferación del testaferrato. Y aunque el daño económico alcanza cifras astronómicas contra el país, el perjuicio moral en la sociedad no se puede expresar en ningún valor material. El pensamiento se hace de las cosas miradas-decía un pensador- ; basta mirar a nuestro alrededor para intuir que el testaferrato convive de manera natural con nosotros, y es por eso que aparece como la figura predominante en el sometimiento del Procurador. Tanto es así, que si a los testaferros los obligaran a llevar máscaras, éste país fuera un baile de disfraces.