Por MELVIN MAÑON
Las encuestas de opinión, sobre todo las usadas para escenarios electorales, no son necesariamente un recurso estadístico para mostrar una realidad sino para inducirla. De la misma manera, hace años que los noticieros, tanto de radio como de TV, no son simplemente informadores de noticias sino también aceleradores de las mismas. Los noticieros contribuyen a la ocurrencia de acontecimientos similares o relacionados a aquellos sobre los cuales informan y las encuestas además de recoger una fotografía estadística, un momento de la realidad social, contribuyen a provocar un resultado según la intención e intereses del mandante de la encuesta.
A través de intermediarios o directamente, el PLD hace publicar encuestas que colocan a Hipólito Mejía indistintamente por encima o por debajo de Luis Abinader en las preferencias del electorado y nadie parece darse cuenta de que esas publicaciones cumplen un propósito concreto de poder. Si una encuesta X otorga preferencias a Luis y otra encuesta Y a Hipólito el resultado esperado del mandante de la encuesta es provocar que se maten entre sí, que disputen, se enemisten y se coloquen en posiciones irreconciliables porque cada uno está creído que la encuesta lo favorece.
Cuando el mismo PLD quiere, por ejemplo, sacar a un candidato o dirigente minoritario de la escena, lo hace favoreciendo en la misma encuesta la alternativa que les conviene y/o ignorando por completo al candidato que suponen podría darle problemas. En su momento, inflaron la candidatura de Julián Serulle porque ellos sabían que era vulnerable a sus manejos por no decir otra cosa. Ahora eliminan a Eduardo Estrella de las encuestas y con frecuencia colocan a Guillermo Moreno en una posición posiblemente mejor de la que realmente tiene y habría que preguntarse si eso tiene una finalidad y la verdad es que si, la tiene, pero mostrarlo ahora nos aleja demasiado del tema central de este artículo.
La mayor obra de arte en la manipulación de encuestas y el más elocuente logro del PLD en la materia ha sido, y es, haber posicionado al Lic. Danilo Medina donde no está ni nunca ha llegado. Pero el logro es aun más espectacular y significativo si se considera la aceptación y la medida en que el sistema político dominicano las ha tomado como buenas y válidas. Desde el principio, los estrategas, publicistas y mercadólogos del PLD entendieron la necesidad de “fabricarle popularidad” y “comprarle aceptación” al señor Medina tanto para compensar su ilegítimo origen (nunca olvidar que el PLD no ganó las elecciones del 2012 sino que se impuso por el fraude) como para facilitar su control de las calles y la permanencia en el poder mas allá del 2016.
No solamente la gente habla distraída y sin sospechas de la alta popularidad de Medina, sino que los partidos también se lo han creído y hablan, discuten, planifican y asumen que se enfrentan a una persona a quien las encuestas le han fabricado una popularidad que a veces desborda los linderos del sentido común para caer en lo francamente ridículo. De todos modos, lo importante es que a base de encuestas el PLD ha impuesto, ha inducido, ha fabricado una popularidad y una aceptación que el Sr. Medina nunca ha tenido ni tiene ni siquiera en comparación con el odioso legado de Leonel Fernández ni tampoco en presencia del pobre desempeño de todos los líderes y jefes de partido de la oposición. Es un logro nada despreciable por su alcance y significación.
Las encuestas sirven propósitos múltiples incluso cuando no son deliberadamente manipuladas por el encuestador o por su mandante. Ninguna encuesta es enteramente neutral. No puede serlo. Los resultados que se publican tienen un impacto favorable a unos y perjudicial a otros. Ese impacto procede justamente de la credibilidad alcanzada durante años por la precisión y exactitud de la realidad social determinada que esas encuestas medían. La credibilidad alcanzada por las encuestas y las técnicas estadísticas en las que se sustentan se han convertido, con el tiempo, en el aval que permite las manipulaciones y ha contribuido poderosamente al uso de encuestas deliberadamente pensadas para ser usadas como un recurso de poder. Desde el principio, las encuestas propiciadas por el gobierno daban una popularidad muy alta al Sr. Medina porque si bien esa no era la realidad, era sin embargo, el resultado que querían fabricar.
La República Dominicana no funciona. Sumida en creciente pobreza y desigualdad, prevaleciente el reinado de la inseguridad ciudadana y jurídica, la economía estancada y recesada excepto la del narco y el peculado, todos los servicios públicos manga por hombro, el acceso a la salud como privilegio de ricos y la corrupción rampante en todos y cada uno de los estamentos de poder o funciones administrativas desde el nivel del portero hasta el de los ministros, en esas condiciones el gobierno pone a sus encuestadores a producir el cuadro que a ellos les conviene y su descomunal éxito se mide por la cantidad de personas que aunque a veces lo duden, terminan por aceptarlo porque las encuestas, al fin y al cabo, “son un recurso de medición confiable”. Esa aceptación también ha sido inducida y no hay que dudar que el día de mañana tenga éxito de nuevo en haber convertido en realidad el resultado que siempre fabricaron. Estamos en presencia no solo de la profecía autorealizada del mito de Pygmalión sino de la comprobación actualizada de una afirmación hecha tiempo atrás por el propio Leonel Fernández quien en una ocasión dijo que para ganar unas elecciones en este país le bastaba con una firma encuestadora y un periódico.
Finalmente, una visión de corto alcance ha jugado también su papel. En lugar de repudiar todas las encuestas de procedencia indefinida o cuestionable, los políticos de oposición las validan cuando algún resultado marginal les conviene con lo cual quedan impedidos de denunciarlas cuando, como sucede frecuentemente, otra de esas encuestas, los saca de juego.
Los dirigentes políticos, sindicales, populares y otros que no son del PLD ni parte de su maquinaria no han entendido que esta gente ha reconceptualizado, modernizado, automatizado y generalizado el fraude. El PLD no les niega a sus adversarios la salida del número afortunado en una lotería sino que saca dicho número del globo y de ese modo se asegura de no tener que negarle “el premio” a quien creía habérselo sacado.