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Por Eddy Olivares

Sin haberlo consultado con ninguno de sus compatriotas, en el 1916, tan pronto las tropas interventoras estadounidenses pisaron el puerto de San Pedro de Macorís, un intrépido jovencito de tan solo 17 años de edad, caminó firme a su encuentro. Acto seguido hizo una parada frente a ellas y al grito eterno de ¡Viva la República Dominicana! con un viejo revolver hirió de muerte al capitán Button quien era su comandante.

En ese momento, seguramente, desde las Termópilas, el rey Leónidas miraba regocijado la irrepetible escena que inmortalizó a Gregorio Urbano Gilbert.  Sólo él pudo haber enviado desde la eternidad a este espartano solitario para cargar sobre sus hombros juveniles la dignidad de la Patria.

Contra el héroe del 16, que nació en Puerto Plata en el 1899, y siendo niño se fue a vivir a San Pedro de Macorís junto a sus padres Narcisa Suero y Benjamín Gilbert, natural de las islas Bahamas, como era de esperarse, se inició una tenaz persecución que culminó con su apresamiento en Monte Cristi y su posterior condena a muerte, la cual como consecuencia de las múltiples peticiones formuladas por personalidades dominicanas y de otras nacionalidades al presidente Woodrow Wilson, fue conmutada por la de prisión perpetua en la Fortaleza Ozama. Más adelante, en el año 1922, el héroe quedó libre al haber sido favorecido con un indulto.

Gilbert fue un luchador incansable por la libertad. Siendo ya un hombre enfermo y anciano, en el 1965 cuando el Imperio Norteamericano invadió por segunda vez la nación, indomable, tomó su fusil y volvió a combatirlo. Se trató de un internacionalista que, sin lugar a dudas, se le adelantó al Che Guevara.  Su incomparable esfuerzo para unirse en el 1928 al Ejercito Libertador de Augusto César Sandino, del que fue segundo ayudante y amigo entrañable, pudo haber sido una fuente de inspiración para el universalmente venerado héroe de la Revolución Cubana. Como ningún otro combatiente latinoamericano, se enfrentó tres veces con el ejercito imperial, cara a cara y en condiciones desiguales.

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Como ocurre con los auténticos patriotas, Gilbert, no defendió la soberanía de nuestro país inspirado en el odio contra nadie, sino en el más puro amor a la patria. Este es el motivo por el que durante toda su existencia, luchó por la libertad, en sintonía con la tesis sostenida por Montesquieu sobre el patriotismo.

En este tiempo en el que los “falsos patriotas” llaman traidores a quienes se resisten a sumarse a su “desaforada caravana de odio”, estoy seguro que Gilbert, quien se graduó de licenciado en filosofía en el 1954 y de doctor en filosofía y letra en el 1956, los invitaría a respetar los derechos de las personas y a no hacer como los soldados de la guerra hitleriana que, tal y como señala Dolf Sternberger, no cayeron por la patria, sino, como lo indica la mayor parte de los anuncios fúnebres, “por el Fuhrer y el Reich”.

Mañana que se conmemora el 44 aniversario de la muerte de Gregorio Urbano Gilbert, uno de los dominicanos más meritorios del siglo XX, es propicia la ocasión para que, entre todos, procuremos fomentar un patriotismo sano que nos conduzca hacia la construcción de una sociedad más justa.