gregory castellanosPor Lic. Gregory Castellanos Ruano

En el último artículo publicado en mil novecientos setenta y uno (1971) por el historiador puertoplateño don Rufino Martínez, y titulado «Al margen de un recuerdo«, él hace alusión a un capítulo expresivo del cultivo de la Alta Cultura en Puerto Plata:

«AL MARGEN DE UN RECUERDO

(A Luis José Dubus)

Por Rufino Martínez

Las sensaciones sucesivamente experimentadas por el ser humano en sus varios contactos con la realidad del mundo durante el tiempo de su crecimiento y desarrollo, se van quedando en el espíritu, formando capas superpuestas, constitutivas de una reserva personal y a la vez influyentes en el sello individual y distintivo de cada ser. Y ese fondo se convierte a su vez en la mejor y más estable documentación del hombre cuando se dedica a juzgar las cosas de la vida o a crear en el mundo de la cultura. Esa reflexión me la he aplicado a mí mismo, y a ella refiero uno de los varios aspectos de mi vida. En presencia de una bella página musical vuelta a oir ya lejos de mi lugar, Puerto Plata, y en un tiempo también distante, he tenido que reconocer la existencia real de una tonalidad de cultura allá en mi predio de origen. El sexteto de la ópera LUCIA DE LAMMERMOOR, por Donizetti, cantado por las jóvenes puertoplateñas hermanas Dubús, la Arzeno Heinsen y la Bircann, dirigidas por el maestro Panchito Pla, producía en mí una de esas sensaciones íntimas que parecen provenir de la acción de lo divino. Cuantas veces le fijaba en la mente o le volvía a oir, se me renovaba el deleite de algo inseparable de mi mundo interior. Y resultó una vez que la estación Radio-Televisora «La Voz Dominicana«, en una de sus últimas celebraciones de semana aniversario, al día siguiente de representar la ópera LA TRAVIATA, ofreció el sexteto de LUCIA DE LAMMERMOOR, y me preparé a oírle. Fue la audición más burda, una verdadera matanza musical. Protesté de manera amarga, aunque impotente, con el derecho que me daba el poseer en mis adentros la preciosidad de esa creación. Pasada esa ingrata ocurrencia, vine a dar ocasionalmente con el argumento de la ópera LUCIA, y tuve la sorpresa de que Enrique Ashton, hermano de la protagonista le sugiere renunciar a su primer compromiso de bodas, impulsado a ello por razones de orden económico. Yo me dije ¡cómo! mi maestro Enrique Ashton, con una hermana de nombre Rosa, es quien pone la primera piedra en este enredo novelesco o teatral? También me pregunté si él, que tantas veces oyó el sexteto, sabría que su nombre, único en el país, figuraba en el argumento de la ópera. Donizetti tomó el argumento de una novela de Walter Scott. Y tuve como información final una verdad, sentida y vivida; aunque ignorada: que «el sexteto de LUCIA DE LAMERMOOR es una de las páginas más perfectas (sic.y.GC) famosas de la música operática«. SANTO DOMINGO, agosto 11 de 1971«

(Ver El Porvenir (Etapa de Renacimiento) del 1ro al 15 de Septiembre de 1990, página No. 3)

Obviamente las diferentes manifestaciones de  la Alta Cultura tuvieron sus tiempos de esplendor en Puerto Plata.  El escrito de Don Rufino Martínez con que se abren estas líneas y en el que manifiesta cómo él se extasiaba en el refinamiento es evocador de tiempos en que allí se cultivaban expresiones de la Alta Cultura.

Parece ser que la supresión del Ferrocarril Central Dominicano y el comienzo de la centralización gradual aduanal para que la mayor parte de las mercancías se importasen por Santo Domingo, dispuestas dichas dos medidas por Trujillo, fueron el inicio del despeñadero de la Alta Cultura en Puerto Plata, ya que una buena parte de la élite económica puertoplateña, que era la consumidora habitual de las expresiones de Alta Cultura, empezó a emigrar de Puerto Plata, esencialmente hacia Santo Domingo. Ellos eran los «habitué«, es decir, los visitantes asiduos a esas escenificaciones, pero el gusto también se extendió a gran parte de la clase media.

A pesar de ser  relativamente reciente, se trata de un período y de una materia a los cuales no se les ha prestado oportunamente la atención debida para auscultarlos e historiarlos en las diferentes vertientes de la última y que, por ello, se corre el riesgo de que haya un gran vacío al respecto. Parece ser que sólo quedan algunos aspectos referenciales muy dispersos sobre ellos y que de no prestárseles atención ese camino hacia ese vacío registral pleno estaría desbrozado, pues se han ido perdiendo y se están perdiendo muchos datos: el tiempo con su labor corrosiva los ha ido devorando por la negligencia de personas, del sector público y del sector privado, que debieron de prestar la atención debida.

 

He aquí algunos destellos de esa época.

 

Llegué a oir a mi madre, Teresa Ruano, narrar que siendo jóvenes élla y su hermana Marina (a quienes llamábamos  «tía Nina«, esposa de Guancho Calderón) llegaron a participar como partes de elencos en presentaciones de obras teatrales que se escenificaron en el escenario del Cine Teatro Rex.

Los estertores de esa época parece que se produjeron cerca de mediados de la década de los años sesenta del pasado siglo veinte.

La tía de mi esposa Sarah Musa de Castellanos, la señora Carmen Collado Valerio, cantaba como soprano en dicho Cine Teatro Rex. En ocasión de mi esposa, Sarah Mussa, verme escuchando grabaciones de la soprano sueca de ascendencia italiana Susanna Rigacci interpretando algunos temas de la amplísima producción del ya fenecido compositor italiano Ennio Morricone (muy específicamente el tema «The extasis of the gold«, uno de los temas compuestos para la película The good, the bad and the ugly (El bueno, el malo y el feo)), élla hizo alusión al recuerdo de presentaciones de su tía alrededor de los años mil novecientos sesenta y dos (1962)-mil novecientos sesenta y tres (1963), más o menos, interpretando el tema Siboney. Su padre se llamaba Felipe Collado y su madre Engracia Valerio, de Imbert, Puerto Plata.

Del mismo modo, siendo bastante jovencito escuchaba a mi padre, Tobías Castellanos, decir que hubo una época en que prácticamente todas las casas de Puerto Plata tenían un piano debido a que se hacía énfasis en la enseñanza de la música clásica. La misma expresión la escuché luego de mi profesor de Inglés en el Colegio Mary Lithgow, Don Rubén Ramos (Don Paquito).

Por otro lado: «Aunque en forma casi silenciosa, Margarita Mears ejerció el oficio literario. Tradujo al idioma inglés la novela de Galván «Enriquillo«, escribiendo además el drama titulado «Las Banderas«.

Este drama, según el fenecido periodista, historiador y ex-director de EL PORVENIR, don Alonso Rodríguez Demorizi, «no fue una ficción, sino una crítica histórica de errores en que nosotros los historiadores no habíamos caído…rectificó errores hasta de Washington Irving«.«

(R.A. Brugal P.: Las calles y su Historia. Margarita Mears; El Porvenir (Etapa de Renacimiento), 24 de Mayo, 1987, página No. 13)

Obras como esta se supone que deberían de ser rescatadas para que puedan imprimirse  a fin de darlas a conocer a los puertoplateños y al resto del país. Como se puede apreciar al citar a Margarita Mears, el ámbito de tiempo a que me refiero en este escrito es bastante amplio. La ausencia de un espíritu conservacionista y de rescate lleva a que semejante tipo de obra se pierda en el tiempo. Los griegos tienen unos largos veinticinco (25) siglos  lamentándose y auto culpándose de no haber conservado las centenares de obras de tragedia escritas por Esquilo (de ellas apenas llegaron hasta nosotros siete (7)), y el mismo lamento lo tienen respecto de Sófocles que escribió más de ciento veinte (120) obras también del género de la tragedia e igualmente sólo llegaron hasta nuestros días también siete (7) obras.

Estas son de las cosas que deben de poner a reflexionar a los reducidos componentes de la «intelligentsia« puertoplateña, lo mismo que a quienes pueden hacer el papel de mecenas o de cualquier naturaleza de padrinazgo para rescatar ese tipo de aporte intelectual a Puerto Plata.