Por Lic. Gregory Castellanos Ruano
La lamentable situación que se ha producido en la Cámara de Cuentas está enraizada en el teatro.
Todo comenzó por esa institución, en un caso específico que quedó grabado en la memoria del país, dedicarse «a amagar y a no dar«.
Se la pasó largo tiempo con ese simulacro y todos creíamos que su pose no era tal, sino un real deseo institucional de actuar.
Todo quedó claro cuando los que realmente estaban detrás de que aquello no pasara de una simple simulación (representantes del Ministerio Público), y los representantes de dicha Cámara de Cuentas fijaron posiciones que evidenciaban que ya se habían puesto de acuerdo, que ya habían afinado posiciones, que claramente todo no pasaba de ser simples pantomimas.
Desgraciadamente aquel momento de definición lo reveló todo: ya no existía el más mínimo resquicio para la duda, está quedó totalmente descartada.
Tanto la posición del Ministerio Público como la de la Cámara de Cuentas eran sumamente reveladoras, tan reveladoras que deformaban las imágenes de ambas instituciones hasta llevarlas al plano de lo literal y estrictamente grotesco.
A partir de aquel momento quedó evidenciado que la vergüenza se había perdido en ambos lados y que ambos lados habían convertido la infamia y la rebeldía del a investigar en hazañas.
El deseo del Ministerio Público de que aquello degenerara en una trágica ópera bufa hirió de muerte la imagen de la Cámara de Cuentas y sembró en esta el deseo de quedarse en la raigambre de lo meramente superficial, de lo meramente aparente.
Aquello fue, monda y lironda, el principio del fin de la imagen institucional de la Cámara de Cuentas. El Ministerio Público le clavó la espada de la perdición arrojando a esa otra entidad de lleno al descrédito.
De manera, pues, que si a alguien tienen los miembros de la Cámara de Cuentas que culpar de la creación del vicio que hizo presa de ellos es a los representantes del Ministerio Público que estuvieron detrás de la filigrana de pésimo gusto que la llevó a enraizarse y a aclimatarse con la simulación. Esos representantes del Ministerio Público fueron los creadores de ese pecado capital en un país en el que la institucionalidad es algo tan o más ligero que un papel de celofán; en un país en el que hablar de institucionalidad es hablar de algo en realidad prácticamente inexistente a consecuencia de que quienes substituyeron a los conchoprimos de las montoneras de la manigua aprendieron que la apariencia, la percepción, en el medio social dominicano lo es todo y por ello el primitivismo, el trucutucismo era fácil de cubrir con una manta ligera y con muy poca inversión en la ingeniería del maquillaje.
Esos vientos de ésos representantes del Ministerio Público trajeron estos lodos.
Lamentable es decirlo, pero es la realidad, una realidad que revela la devoración de una institución (dicha Cámara de Cuentas) por otra institución (el Ministerio Público): se sintonizaron para rodear de impunidad al protegido en cuestión. Ese, y no otro, fue el comienzo del fin de la imagen de la Cámara de Cuentas… Todo lo demás fue pura sumatoria consecuencia de terminar sintiéndose a gusto en el teatro en el que la insertaron.