Por Lic. Gregory Castellanos Ruano
Puerto Plata, 9/Mayo/2021
Señores:
Real Academia de la Historia de España,
Academia de Historia de la República Dominicana
y personas e instituciones a las que las dos primeras les comuniquen la
existencia de la presente carta.
Esta comunicación debió ser terminada y llegarles a ustedes el pasado año dos mil veinte (2020), pues la investigación a que ella se refiere se produjo en gran parte del decurso del año dos mil diecinueve (2019), pero el problema de la pandemia desatada a partir del primer año vino a complicarlo todo para mí que fui infectado tres (3) veces por el virus y las tres veces estuve a punto de fenecer, por eso y por motivos co-relacionados la misma les viene a llegar en estos tiempos.
Como ella está dirigida también a instituciones y personas no relacionadas directamente con la Historia me permito por ello no omitir menciones probablemente harto conocidas por los historiadores, sobre todo por los historiadores dominicanos.
Tras leer en una edición del año dos mil dieciocho (2018) de la Revista de la Real Academia de la Historia de España la noticia publicada sobre la aparición o descubrimiento en el Archivo General de Indias de Sevilla de algunas crónicas escritas por el fraile jerónimo italiano Fray Ramón Pané que, según los expertos, parece ser que por algún error o extravío o del fraile o de alguien vinculado a él no aparecieron publicadas en su libro «Relación acerca de las antigüedades de los indios«; y la publicación, en dicha misma revista, de cada una de las crónicas descubiertas, las mismas me llamaron poderosamente la atención; y de ellas en ocasión de la presente comunicación me voy a referir a la que apareció con el título «El behique (sacerdote) que ambicionaba el poder para su hijo«, pues fue la que originó y motorizó la investigación realizada por mí y que explico a través de la presente.
Yo conocía la obra de Pané «Relación acerca de las antigüedades de los indios« y por eso estaba familiarizado con las leyendas y creencias que él recoge en dicha obra publicada, pero, como es natural, al igual que los demás historiadores, desconocía totalmente que las tres crónicas referidas de Pané habían quedado fuera de la publicación suya.
«El behique (sacerdote) que ambicionaba el poder para su hijo« refiere una leyenda de un behique (sacerdote) taíno que vivía en el Cacicazgo de Magüá y «se comunicó« con su divinidad preferida: el cemí principal de la isla «Baraguabael«.
En dicha crónica descubierta Pané refiere que la existencia de la leyenda fue corroborada por él en los cinco cacicazgos existentes en la Isla, es decir, que no se trataba de una leyenda aislada, confinada a un cacicazgo, sino que la misma era trans-isleña.
Como se sabe, Fray Ramón Pané comenzó a escribir su «Relación acerca de las antigüedades de los indios« en el mil cuatrocientos noventa y tres (1493), a pedido directo del propio Almirante Cristóbal Colón, tras llegar con éste en su segundo viaje, y la terminó en el año mil cuatrocientos noventa y ocho (1498).
En la Isla de La Española, luego conocida como Isla de Santo Domingo, para ese entonces los indígenas que la poblaban estaban divididos en cinco (5) cacicazgos:
…«digo que aquí (en la isla.GC) hobo«…«cinco prefetos o reyes, que los indios llaman caciques, que mandaban y señoreaban toda la isla«. «Los nombres de los cinco eran estos: Guarionex, Caonabo, Behechío, Goacanagarí, Cayacoa. Guarionex tenía todo lo llano e señoreaba más de sesenta leguas en el medio de la isla…« (Historia General y Natural de las Indias, (Colección Rivadeneira, Madrid, 1959, Tomo I, cap. IV, págs.. 61 y 62))
La existencia de esa división de la isla en cinco cacicazgos formaba una especie de confederación política entre sí, aunque no propiamente, pues según refiere Gonzalo Fernández de Oviedo: «Nunca habían ni acaecían guerras o diferencias entre los indios desta isla sino por una destas tres causas: sobre los términos e jurisdicción, o sobre las pesquerías, o cuando de las otras islas venían indios caribes flecheros a saltear«, añadiendo que aunque hubiese diferencia entre los caciques, se unían contra los invasores.
La región geográfica que comprende la actual Provincia de Puerto Plata, que es desde donde les escribo y fue donde realizamos la investigación que aquí refiero, estaba enmarcada dentro de lo que en tiempos precolombinos los indígenas designaban con el nombre de «Cacicazgo de Magüá«. Este cacicazgo, como he dicho y se sabe, era uno de los cinco existentes a la llegada de los colonizadores castellanos a la isla.
El Cacicazgo de Magüá estaba situado al Noreste de la isla y era, según el Padre Bartolomé de las Casas «la mayor y mejor parte de toda esta isla«. Sus límites eran: al Norte, el Océano Atlántico; al Sur, el Cacicazgo de Higuey; al Este, el Océano Atlántico y al Oeste, los cacicazgos de Magüana y Marién. (García, José Gabriel: Historia de Santo Domingo, Ed. Ahora, 4ta edición, Santo Domingo, 1968, página No. 19)
Quien gobernaba el Cacicazgo de Magüá era el Cacique Guarionex, quien residía en el Guarícano, que era la más importante de los poblados de este cacicazgo, y que hoy corresponde a la ciudad de la Vega Real.
Todo cacicazgo estaba formado por cacicazgos menores o nitainatos, y como tal el Cacicazgo de Magüá estaba integrado por los nitainatos: Batei, Cabanacoa, Carojai, Cotuí, Cibao, Ciguai, Fuma, Guainanocoa, Goaloa, Mayovic, Maguey, Mauyico, Samaná, Yaguas y Yaguahayuco.
Hablando ahora en otros términos: el Cacicazgo de Magüá estaba formado por lo que hoy son las provincias de Moca, Samaná, Cotuí, Macorix, Cibao (Santiago), y Maimón (Puerto Plata y Monte Cristi).
Dicho Cacicazgo de Magüá estaba poblado por taínos, a excepción de Monte Cristi y la parte que hoy constituye la Provincia de Puerto Plata, donde habitaban macorixes, y cigüayos, en las regiones de Samaná, Río San Juan, Cabrera y Nagua. La existencia de estos dos grupos en la región nordeste de la isla parece haber sido el resultado de un proceso de integración de la penetración caribe con grupos taínos después de mucho tiempo de luchas con la condición de que abandonasen su canibalismo.
Ahora bien, esto no descarta por completo que en algún momento previo hubo indígenas taínos en la parte nordeste de la Isla; sostengo esto porque la leyenda taína de la creación ubica ese punto de la creación en una cueva situada en Guananico, hoy territorio de la Provincia de Puerto Plata; la cual pasada presencia taína en esa área geográfica es ahora más reforzada por lo que narra la crónica de Pané «El behique (sacerdote) que ambicionaba el poder para su hijo«.
Para la época en que Fray Ramón Pané pisa el territorio de la Isla, hacía siglos que los taínos ya se habían ido desplazando hacia la parte Sur de la Isla y su lugar en la parte de lo que era el Cacicazgo de Magüá había venido siendo ocupado por indios macorixes e indios ciguayos.
En su «Relación acerca de las antigüedades de los indios« Pané refiere que algunos dioses locales servían de mensajeros de otros dioses; y en la leyenda referida que origina el presente escrito él lo que hace es narrar la historia de un sacerdote indígena ubicado en los dominios del referido Cacicazgo de Magüá; el sacerdote en cuestión era muy afanoso invocando plegarias a su cemí o dios preferido de nombre«Baraguabael«. La profusa laboriosidad religiosa de este sacerdote llevó a que ese dios al que le dirigía sus constantes y sistemáticas plegarias fijase su atención sobre él.
Por ello a aquél sacerdote se le apareció un enviado de su dios «Baraguabael« y le dijo que los deseos que le pidiese serían cumplidos por ese dios.
Como todas las comunidades indígenas de la Isla, esta era una comunidad perteneciente a un estadio histórico sumamente atrasado ubicable en el neolítico «superior« y por eso los bienes agrícolas comestibles eran de gran valor para los indígenas; aunque esto de seguro es harto conocido por los colegas historiadores que lean esto, no obstante lo resalto por lo que a continuación sigo tratando en el desmenuzamiento de la narrativa de Pané.
El sacerdote primero pidió una gran cantidad de yuca (de «giuca o giutola« dice Fray Ramón Pané en su lenguaje italianado) para los habitantes del poblado indígena comer; el mensajero divino le dijo «dame una muestra de la yuca que consideras de mejor calidad«; el sacerdote ubicó la muestra y se la entregó al mensajero divino; y al otro día, poco antes de rayar el alba, una inmensa cantidad de yuca apareció apilada frente a la puerta de la casa o bohío del behique y dicho sacerdote inmediatamente llamó en alta voz a los pobladores y los convidó a llevarse las cantidades de yuca que quisiesen y así lo hicieron dichos pobladores muy contentos y muy agradecidos con dicho sacerdote.
El sacerdote agradeció con oraciones vehementes a su divinidad por haberle escuchado a través de su mensajero.
El sacerdote pudo apreciar que su comunicación con la divinidad a través de su mensajero fue efectiva.
Luego, en otra oportunidad, pidió una gran cantidad de batata para los habitantes del poblado indígena comer; el mensajero divino le dijo «dame una muestra de la batata que consideras de mejor calidad«; el sacerdote ubicó la muestra y se la entregó al mensajero divino; y al otro día, poco antes de rayar el alba, una inmensa cantidad de batata apareció apilada frente a la puerta de la casa o bohío del behique y dicho sacerdote inmediatamente llamó en alta voz a los pobladores y los convidó a llevarse las cantidades de batata que quisiesen y así lo hicieron dichos pobladores muy contentos y muy agradecidos con dicho sacerdote.
El sacerdote agradeció con oraciones vehementes a su divinidad por haberle escuchado a través de su mensajero.
El sacerdote pudo seguir apreciando que su comunicación con la divinidad a través de su mensajero era efectiva.
Después, en una tercera oportunidad, pidió una gran cantidad de peces para los habitantes del poblado indígena comer; el mensajero divino le dijo «dame una muestra del pez o de los peces que consideras de mejor calidad«; el sacerdote ubicó las muestras y se las entregó al mensajero divino; y al otro día, poco antes de rayar el alba, una inmensa cantidad de peces de diferentes variedades apareció apilada frente a la puerta de la casa o bohío del behique y dicho sacerdote inmediatamente llamó en alta voz a los pobladores y los convidó a llevarse las cantidades de peces que quisiesen y así lo hicieron dichos pobladores muy contentos y muy agradecidos con dicho sacerdote.
El sacerdote agradeció con oraciones vehementes a su divinidad por haberle escuchado a través de su mensajero.
El sacerdote siguió apreciando y reflexionando que su comunicación con la divinidad a través de su mensajero era efectiva.
Durante los siguientes tres días el mensajero divino se la pasó con el behique o sacerdote formulándole a éste muchas preguntas sobre si él y esa comunidad recordaban su origen debido a la comunidad de dioses a la que pertenecía su dios, el dios de quien él era el mensajero; sobre si recordaban que las costumbres de ese pueblo fueron establecidas por la comunidad de dioses a la que pertenecía su dios, el dios de quien él era el mensajero; sobre si recordaba que la organización social y política que tenía ese pueblo fueron establecidas por la comunidad de dioses a que pertenecía su dios, el dios de quien él era el mensajero. El sacerdote respondía que sí y se explayaba respondiéndole al mensajero del dios.
Mientras se producían esas largas conversaciones entre el mensajero divino y el sacerdote, éste último seguía pensando, razonando sobre su apreciación de que su comunicación con la divinidad a través de su mensajero era efectiva por aquellas tres muestras referidas: aquello había generado un plan en su mente que se convirtió en una idea fija, en un monoideísmo, en una obsesión: dicho sacerdote quiso aprovechar su condición de privilegiado por el dios y fue urdiendo en su mente pedirle y, en efecto, le pidió al mensajero que le comunicara al dios que él quería que apartara del poder al Cacique nitaíno de su localidad matando a este para que su hijo (el del sacerdote) fuese el nuevo cacique, a lo cual el mensajero divino le respondió:
-Ese es un pedimento fuerte, grave; yo sólo soy el enviado de tu dios; es tu dios quien decide, no yo: yo sólo soy quien le transmite tus mensajes.
El dios se negó, haciéndole saber esto su mensajero al sacerdote.
El sacerdote, molesto, rabioso con la respuesta del mensajero divino, procedió a cometer la salvajada de matar al intermediario en cuestión porque consideró que su comunicación directa con el dios sería mejor a sus fines (= los del sacerdote).
El sacerdote veía cómo el mensajero matado se comunicaba con el dios y de inmediato procedió «a imitar« al mensajero divino ultimado; el dios escuchó al sacerdote hablarle directamente y montado dicho dios en ira le dijo al sacerdote que había mandado a matarle a él, es decir, al sacerdote; por lo cual el sacerdote, dándose cuenta de la inminencia de su muerte, le dijo a su hijo que también temía por él, que se fuera lejos con su esposa y se escondiera hasta que la furia del dios se calmase albergando la esperanza de que calmado el dios éste aceptase a su hijo para elevarlo al poder de aquella comunidad indígena.
El dios envió a siete «vengadores divinos« para ajusticiar al sacerdote y localizar también al hijo de éste. Se produjo la llegada furiosa y fatal de los siete vengadores divinos y el behique se inclinó asustado ante el peligro del avance vertiginoso de los siete vengadores divinos. Y se produjo lo decretado por el dios.
Perseguido el hijo del sacerdote y su esposa (dice Pané que según la leyenda la pareja «percibió voces, sonidos extraños«) redoblaron la velocidad de su huida por temor a las siniestras compañías que seguían sus pasos, cuestión de evitar el mismo destino decretado contra su padre el referido sacerdote indígena. El hijo de éste y su esposa corrieron por entre los bosques y las montañas y se fueron escondiendo de cueva en cueva en el Cacicazgo de Magüá y refugiándose en cada poblado de dicho cacicazgo que encontraban, pero cuando narraban el porqué de su huida los pobladores reaccionaban exigiéndoles que se fueran porque no querían sufrir ellos la cólera del dios que había dispuesto su persecución, por lo que siguieron avanzando. La última noticia que se supo de ellos, según esa leyenda nueva narrada por Pané, fue que habían decidido quedarse en una de las cuevas próximas a la cueva donde se produjo «la creación el Universo«. No se supo más de dicha pareja. Ahí termina la leyenda.
Esta leyenda ancestral recién puesta sobre el retablo histórico despertó mi interés porque, como se sabe, muchas veces las leyendas tienen un comienzo sobre un punto de veracidad. Por eso, en mi condición de historiador y de arqueólogo un impulso estimulante me llevó a considerar pertinente tratar de seguir los rastros posibles, si es que acaso existían, en torno a dicha leyenda y ver hasta qué punto podía haber algo inicial de veracidad y a partir de qué punto se produce la tergiversación que deriva en leyenda.
Yo sabía que los etnógrafos expertos en leyendas taínas decían que ya algunos investigadores dominicanos habían hecho referencia a la Cueva «Cacibajagua« o «Cueva de la Creación« y que, de conformidad con los datos proporcionados por esos investigadores e interpretados también en el mismo sentido por dichos etnógrafos, «la Cueva de la Creación« es una cueva conocida o identificada como que se encuentra en una Sección de un Municipio llamado «Guananico« de la Provincia de Puerto Plata (en cuyo Municipio cabecera de Provincia vivo, específicamente en la misma ciudad de San Felipe de Puerto Plata), en la República Dominicana, por lo que obviamente el punto de partida de la búsqueda debía de serlo dicha cueva sagrada llamada «Cacibajagua« o «Cueva de la Creación«. Siempre me había llamado la atención la «Cueva de la Creación«, pero nunca había sacado tiempo para visitarla, conocerla y estudiarla; esta vez, sin embargo, me decidí a ello con motivo de la investigación que aquí detallo.
Acompañado de un buen equipo de amigos auxiliares expertos respectivamente en Historia dominicana, Espeleología, Arqueología, Medicina Forense, Odontología Forense, Etnografía y otras disciplinas o ramas del saber (al que pude contactar en diferentes puntos del país), me dediqué a tratar de ubicar cuevas situadas en el Cacicazgo de Magüá, específicamente en la Provincia de Puerto Plata, para tratar de confirmar si esa leyenda ancestral de los taínos tenía o no algún pie asentado sobre la realidad.
Todos los integrantes del equipo que formé procedimos muy entusiasmados a desplazarnos a Guananico, Puerto Plata, donde nos juntaríamos y a donde llegamos en horas del crepúsculo y gracias a las informaciones de habitantes de dicha localidad rápidamente pudimos ubicar a «Cacibajagua« o «Cueva de la Creación«. Una vez allí acampamos a sus afueras a la espera del nuevo día; no quisimos entrar a dicha cueva de inmediato, aunque teníamos todo el instrumental necesario para iluminar la cueva, porque estábamos agotados por el cansancio de los preparativos y por el viaje.
Llegado el nuevo día procedimos a tomar la referencia geográfica exacta de la cueva y luego a examinarla, para lo cual dividí el equipo en tres grupos con tres áreas de la cueva asignadas respectivamente.
En dicho lugar duramos unas dos semanas examinando la cueva, sacando tierra de la misma, la cual fuimos cedaceando o cribando y esto nos permitió encontrar restos elaborados con arcilla, es decir, restos de vasijas, vasos, tinajas, lo mismo que bastante cantidad de huesos de diferentes animales y aves obviamente consumidos en momentos diferentes por indígenas, muy probablemente participantes de algún ritual de veneración a la Creación del Universo que supuestamente tuvo lugar en su interior y al carácter sagrado de dicha cueva.
Los hallazgos posteriores realizados en otras cuevas nos permitieron establecer en retrospectiva que, efectivamente, el hijo del sacerdote y su esposa pasaron por la Cueva de la Creación y fueron de los que consumieron algunas piezas de las tantas que encontramos de animales y de aves en dicha cueva sagrada.
Una vez terminada la exploración y guardados en forma meticulosa, detallada, documentada y catalogada cada uno de los elementos que encontramos nos trazamos la tarea de encontrar cada una de las cuevas que pudiesen encontrarse hacia el Noroeste de dicha Cueva de la Creación. Para esa ubicación contábamos con un moderno radar terrestre que nos colocaba en capacidad de permitirnos descubrir cualquier cavidad subterránea. Decidimos trazar el área dentro de la cual trataríamos de localizar la cueva última donde se refugiaron el hijo del sacerdote y su pareja. Consideramos explorar en un área de línea hacia el Norte hasta llegar a las orillas del Océano Atlántico y hacia el Oeste hasta llegar a la frontera de la República Dominicana con la República de Haití. Es decir, recorreríamos esa enorme extensión territorial moviéndonos en ambas direcciones Norte y Oeste simultáneamente abarcando en nuestro desplazamiento siempre una franja de ciento cincuenta metros cuadrados (150 Mts 2) y luego otros ciento cincuenta metros cuadrados (150 Mts 2) y así sucesivamente rastreando milímetro por milímetro toda esa vastedad de terrenos con el radar que lanzaba su señal tierra abajo y nos permitía ir viendo en su pantalla la forma de lo que estaba debajo de él; hasta que diéramos con la cueva que nos interesaba. De tanto en tanto fuimos encontrando diferentes cuevas y en la medida en que encontrábamos una procedíamos a posicionarla geográficamente, a explorarla y a catalogarla. Con tan moderno instrumento de búsqueda como lo es el referido radar pudimos localizar una buena cantidad de cuevas y en la medida en que encontrábamos una nos llenábamos de gozo y de gran esperanza en nuestra investigación. Las que realmente eran motivo de nuestro interés eran aquellas en las que encontrábamos restos de animales y de aves consumidos por indígenas (esto podíamos determinarlo con dos odontólogos expertos en trazar la diferencia entre las huellas de la mordedura de los dientes caucásicos, las de los de negros y las de los de las razas aborígenes que poblaban esta isla), pues eran la señal de que por allí habían estado seres humanos y, por ende, cabía la posibilidad de que alguna de ellas fuera la cueva que estábamos buscando. Las cuevas que más satisfacción nos daban eran aquellas en las que encontrábamos restos de animales y de aves consumidos por indígenas. Las demás cuevas serían de interés, quizás, para otros grupos investigadores con otros propósitos. En hecho, colateralmente nosotros estábamos haciendo el papel de una especie de «Adelantados« para que esos posteriores investigadores pudiesen profundizar explorando dichas cuevas y quizás pudiesen encontrar detalles que tal vez a nosotros nos pasasen desapercibidos.
Después de descubrir cuevas en una cantidad que jamás un espeleólogo dominicano lo hubiera imaginado (los espeleólogos que integraban el equipo así lo proclamaban a cada rato), llegamos a una cueva en torno a la cual arribamos a la conclusión de que era la que efectivamente estábamos tratando de localizar. Si minuciosos fuimos explorando y registrando cada uno de los detalles y de las cosas encontradas en las cuevas anteriores, súper minuciosos, podría decirse, fuimos respecto de aquella cueva, pues los odontólogos referidos dieron por sentado que los rasgos dentales que aparecían en huesos de animales consumidos se circunscribían a los de dos personas indígenas: una de sexo masculino y la otra del sexo femenino y sólo los rasgos dentales de esa pareja se encontraban reiteradamente en dichos diferentes huesos allí encontrados. Se compararon con los rasgos dentales localizados en otras cuevas anteriores y coincidían con algunos de los encontrados en varias de dichas cuevas. Es decir, que ya habían dos huellas dentales reiteradas: unas provenientes de un hombre y las otras provenientes de una mujer: el mismo hombre y la misma mujer: y ambos eran indígenas.
Aquello fue lo que hizo que nos esmeráramos más que en cualquier otra búsqueda anterior, pues ya nos sentíamos con la certidumbre de haber localizado una cueva que fue ocupada sólo por una pareja y que esa pareja parecía venir caminando en forma sucesiva de cueva en cueva diferente.
Para dicha exploración se reiteró lo que desde el principio veníamos haciendo, esto es, la división del equipo en tres grupos de búsqueda. Pusimos manos a la obra, fuimos sacando tierra, excrementos de murciélagos, restos de animales y de aves comidos y haciendo las divisiones correspondientes; fuimos limpiando lo más posible dicha cueva y registrando y catalogando todo lo que se iba encontrando hasta que, después de sacar una buena cantidad de tierra, en una pared y a cierto nivel del suelo se pudo ver una pintura roja (determinamos que su base esencial era sangre de aves mezclada con algo que le daba una cierta consistencia) que reproducía algo. Limpiamos todos los alrededores, y en la medida en que sacábamos tierra de ese punto la figura de la pared se iba perfilando y aclarando cada vez más hasta que logramos verla completa lo mismo que el contexto a que aludía.
Lo que habíamos extraído del tiempo era un dibujo de una figura que recibía un golpe con un objeto por parte de una persona; la que daba el golpe mostraba un cuerpo claramente humano, la que recibía el golpe, por el contrario, mostraba un cuerpo cubierto por una especie de traje que obviamente no era utilizado por ningún aborigen de esta isla; tenía bastante parecido, pero estilizado, con el traje que viste el cemí de Turín. Se notaba de manera muy clara que el golpeado al momento de recibir el golpe tenía en su mano izquierda una pequeña pieza rectangular a la altura de su boca. Y arriba, en lo que parecía ser el cielo, se notaba una especie de disco, pero este no era circular sino ovalado y por las líneas que le rodean es obvio que se quería transmitir la idea de que brillaba. A ninguno de los allí presentes le cupo duda alguna de que la pareja fugitiva había estado en esa cueva y que esa era la cueva final en la que se habían escondido. Colocamos bastante iluminación para tomar fotografías (unas cuantas de las cuales les estoy remitiendo anexas a esta carta escrita), filmar en el formato de video digital y para poder seguir explorando para ver con qué otra agradable sorpresa quizás nos podíamos encontrar allí.
Y efectivamente nos encontramos con las osamentas respectivas de dicha pareja, de las cuales también les estoy anexando fotografías: una, la de la hembra, había sido claramente enterrada, y la otra no fue objeto de sepultura. Se hicieron las pruebas de dataciones con el Carbono 14 y se ubicó todo aquello en un tiempo de unos novecientos (900) años atrás. Los médicos que andaban en la expedición confirmaron que una era la de una hembra indígena de unos veinticinco (25) años y la otra era la de un varón indígena de unos veintisiete (27) años, que entre una y otra muerte no transcurrieron más de unos diez (10) meses, que sus dientes se correspondían con las marcas de sus dientes en huesos de animales y aves hallados en otras cuevas y en esa misma cueva, y que habían muerto por causa de una enfermedad infecciosa que se había cebado en ellos.
Pero la sorpresa grande, grande de verdad, fue la que tuvimos cuando después de despejar tierra en la parte de atrás de la pared natural de piedra de la cueva en que estaba la pintura recién descrita uno de los que manejaban los detectores de metales dijo que el aparato a su cargo estaba dando señales de haber encontrado algo metálico que parecía muy significativo; podíamos escuchar el sonido insistente del detector de metales, por lo que di la instrucción de que otros más ayudaran a cavar sobre aquel punto. Tras cavar cerca de medio metro de profundidad el que estaba haciendo uso de la pala dio con algo que es lo que más me ha llevado a la conclusión de la necesidad de darles a ustedes la noticia de esta expedición, pues el excavador, tras dejar de usar su pala, procedió a sacar lo que había encontrado y que había puesto loco al detector de metales: un manojo de vendas hechas con material de hojas anchas de una planta envolviendo un objeto metálico; tras quitarle dichas envolturas vimos que era de un tamaño que correspondía a la mitad de un celular pequeño y su color era gris brilloso. Aquello estaba perfectamente conservado y tenía pequeños botones táctiles. ¡Estábamos totalmente desconcertados! Les estoy remitiendo fotografías anexas de dicho aparato para que ustedes puedan apreciarlo. En el pequeño laboratorio con el que andaba la expedición se hizo la prueba de la datación por carbono 14 y se determinó que aquella especie de vendaje vegetal tenía una edad de unos nueve (9) siglos atrás. Pero lo del pequeño artilugio nos mantenía sumidos en un estado de perplejidad, conmoción y aturdimiento en el que se mezclaban la sorpresa convertida en sorpresa estática, el maravillarse, la expectación y la interrogante; leí en el rostro de cada uno que todos nos resistíamos profundamente a admitir la posibilidad de que aquello fuese lo que estábamos sospechando que pudiese ser.
Tras exteriorizar los nombres y los calificativos que la mente de cada uno pensó que era aquello, para disipar las dudas y esclarecer si lo que nos asaltaba el pensamiento, y lo expresábamos, era lo que realmente pensábamos que podía ser decidí que alguien de los del grupo se trasladara a la ciudad de Puerto Plata para que localizara a algún ingeniero en Electrónica que tuviese un osciloscopio y le pagara para que viniese al campamento en que nos encontrábamos. Le di la expresa instrucción de que no le especificara absolutamente nada sobre lo que habíamos encontrado ni al ingeniero en Electrónica ni a ninguna otra persona. Traídos el ingeniero en Electrónica y su osciloscopio él procedió a examinar aquello que puse en sus manos diciéndole yo:
-Ingeniero, nosotros estamos interesados en saber qué cosa es esto: por eso es que lo hemos mandado a buscar.
El ingeniero lo examinó con detenimiento y dijo que aquello parecía ser un pequeño transceptor, es decir, un aparato a la vez transmisor y receptor. Y se dispuso a tratar de ponerlo a funcionar activando uno por uno cada uno de los instrumentales táctiles que tenía. Cuando llegó a un determinado botón táctil y apretó este el pequeño artilugio emitió un sonido de radiofrecuencia característico al que hace cualquier transceptor cuando funciona en estado o fase de recepción e inmediatamente el sonido decayó; el ingeniero pulsó otro botón táctil y el sonido reapareció manteniéndose de forma ininterrumpida, evidentemente ese botón táctil era un «squelch«, expresó el ingeniero.
-No cabe duda, esto es un transceptor pequeño, y este pequeño botón táctil que tiene en su parte izquierda es el «push to talk«. –Dijo el ingeniero.
-¡Oh! ¡Miren esto: también tiene una pantallita! -Lo cual expresó después de pulsar otro de los pequeños botones táctiles, y todos pudimos ver la pequeñita pantalla.
En la medida en que todo aquello que recién he descrito se iba produciendo, el asombro crecía enormemente entre todos los miembros de la expedición, lo podía ver en sus rostros, en sus ojos y en sus gestos.
-Vamos a ver ahora en qué frecuencia funciona esto. –Dijo el ingeniero electrónico e inmediatamente activó su osciloscopio para determinar eso, mientras todos veíamos sus movimientos y escuchábamos cada palabra que decía con una expectación en la que el asombro se agigantaba y con ello, simultáneamente, un cierto miedo a seguir confirmando lo que ése ingeniero en Electrónica estaba confirmando.
-Esto funciona un poco más arriba de los cuarenta (40) mil gigahertz, es una frecuencia altísima, sumamente altísima que por ello puede ser usada para comunicaciones espaciales. Su diseño y su estructuración exterior es muy superior a cualquier walkie talkie e incluso a cualquier celular conocidos.
Tras muchos esfuerzos el ingeniero electrónico logró abrir el interior de aquello que encontramos y lo que él dijo fue todavía más pasmosamente conmovedor:
-Este aparato tiene una tecnología de punta, una tecnología tan de punta que yo nunca había visto; ahí hay unos componentes rarísimos, me gustaría estudiarlo con detenimiento en mi laboratorio electrónico. -Dijo y siguió expresando otros aspectos que eran claras manifestaciones de un asombro profundísimo.
Finalmente, le di las gracias al ingeniero electrónico, le expliqué de dónde fue sacado el aparato y su conexión con una leyenda indígena (cuando le dije eso el ingeniero me preguntó que si era una broma mía lo que yo le estaba diciendo y le respondí que no, que todo lo que yo le decía era tan verdad como que él y yo estábamos hablando); le rogué muy encarecidamente que guardara silencio sobre todo esto, que no divulgara los datos sobre los cuales él se había enterado y le pedí sus datos personales para que quienes pudiesen tener interés en esto (que sé que lo tendrán) puedan contactarlo, todo ello independientemente de que todo esto fue grabado en video digital, y una copia de dicha grabación de video también les estoy remitiendo.
¡Un aparato a través del cual hablaba un dios, ese dios! ¡Una frecuencia de radio y televisión usada por un dios, ese dios! Nuestro asombro estaba disparado más allá de lo concebible, más allá de lo imaginable…
Definitivamente ese era el medio del que se valía el mensajero divino para comunicarse con el «dios« que estaba a bordo de aquella nave ovalada representada en la pintura hecha por el hijo del sacerdote. Era nada más y nada menos que un equipo de comunicación radio-televisivo muy sofisticado que necesariamente nos lleva a dividir la Arqueología en `Arqueología convencional` y en `Arqueología espacial`. Ese poblado indígena del Cacicazgo de Magüá fue visitado no por un ser divino, sino por seres del espacio exterior. Quizás, y esto es pura especulación mía, en algún momento el uso de esa frecuencia usada por ese artefacto sea factible para lograr escuchar y comenzar el estudio de esa raza proveniente del espacio exterior que tuvo esas relaciones con ese poblado indígena hace unos novecientos (900) años atrás estudiando el idioma taíno conjuntamente con el resto de la cultura de ese poblado indígena y ni hablar del aspecto biológico de los integrantes de dicho poblado. En ese sentido, no estaría de más, supongo yo, que los radiotelescopios de este planeta enfoquen su atención en esa frecuencia, una vez precisen la misma dentro del rango referido, para (si la misma no está siendo usada por alguien de este planeta) ver si logran escuchar y ver algo dimanante de la civilización de esa raza, sea que la señal o las señales que capten provengan de épocas anteriores a esos novecientos (900) años atrás o de dichos mismos novecientos (900) años atrás o de tiempos posteriores.
¿Se podrá ver y escuchar algo a través de esa frecuencia? ¿Quién sabe?
De seguro a muchos les gustaría intentar contactarlos. Si se quisiera contactarlos a través de esa frecuencia: ¿serviría para ello la lengua taína a través de la cual se comunicaban el matado «mensajero divino« y el sacerdote o behique ajusticiado? Es posible que la civilización a la que pertenecen esos seres conserve el registro de los estudios que hicieron aquí y que por eso su sistema de data pueda reconocer los significados de lo que se les transmita en ese idioma indígena.
Pensar en contactar a través del uso de esa frecuencia creo que es algo que hay que estudiar muy, pero muy a fondo, siempre teniendo presente que en la Naturaleza el más fuerte busca prevalecer sobre el más débil y que en la Historia de las sociedades humanas la tendencia es a aplastar como insectos a los de otras sociedades.
En mi opinión ese intento de comunicación debe ser tenido como una opción descartable en un ciento por ciento (100%), hasta tanto la Humanidad en conjunto llegue a alcanzar y a desarrollar la tecnología del viaje en el espacio-tiempo, lo mismo que de numerosas armas innovadoras que nos permitan llegar a poder hacer una defensa efectiva ante cualquier exabrupto y truculencia contra la raza humana.
Intentar hacer ese contacto en el nivel de tan escaso desarrollo tecnológico que actualmente tenemos, en comparación con ellos, creo que prácticamente sería una convocatoria al suicidio de la Humanidad, por eso pienso que todos los intentos previos de contactar civilizaciones extraterrestres han sido un craso error, una ingenuidad, por las consecuencias negativas que pueden generar para la raza humana.
Por estas y las demás preocupaciones que expreso más adelante creo que lo más conveniente es que los humanos permanezcamos en una actitud de mero «mode« o modalidad de «stand by«, es decir, de escucha y de intento de visualización y que esa labor de auscultación, mejor de espionaje, comience lo más rápido posible desde ya.
Naturalmente en esto hay que enfocar y analizar todo, pues podría pensarse que es irrelevante que los humanos intenten expresamente tener contacto con una civilización de otro lugar del Universo ya que, de toda forma, hasta las señales de radio y de televisión ordinarias pasan la Ionósfera y siguen circulando, es decir, caminando hacia y por el espacio exterior; por lo que esas señales de radio y de televisión ordinarias si son escuchadas por una civilización extraterrestre eso con seguridad le llamará la atención a esta. Hasta eso, que parecería «inofensivo« (¿?), me angustia, me estremece, me hace temblar, de pensar que pueda producirse. Estamos expuestos al riesgo por todos los ángulos… Y ese último que señalo es un gran descuido y un gran peligro sobre el que aparentemente nadie en este planeta se ha detenido a pensar…
El enorme parecido de la representación o pintura existente en la cueva referida con el cemí de Turín hallado en otro punto de esta Isla de Santo Domingo o Isla de La Española en la época colonial indica que esa raza proveniente de un lejanísimo planeta situado en algún lugar desconocido del cosmos tuvo por lo menos dos (2) contactos en esta isla y presumo que en realidad fueron muchos y que por eso es que la mitología indígena de esta isla está tan poblada de cemíes o dioses. También les estoy anexando las fotografías y la fílmica de dicha representación o pintura en cuestión.
A la luz de estos hallazgos es obvio que las preguntas que le hacía el mensajero divino al sacerdote que posteriormente lo atacó tenían una envoltura de aparentemente buscar el re-afianzamiento de la fe del sacerdote en el dios que decía haber hecho acto de presencia y que se manifestaba con la intermediación de ese mensajero; pero el mensajero lo que realmente quería saber era cuál era el origen de ese pueblo indígena; quería saber sobre sus costumbres; quería saber sobre su organización social y política: el mensajero divino actuaba como un etnólogo: él y el grupo de la raza de su planeta presente en este planeta lo que estaban haciendo era estudiando a ese pueblo indígena primitivo. Las preguntas reales, pues, eran envueltas de ese modo: el mensajero divino formulaba dichas preguntas como si él, el mensajero, supiese de antemano las respuestas cuando en realidad desconocía totalmente dichas respuestas. Aquel solapamiento permitía encubrir toda la investigación etnológica que ellos estaban haciendo.
Como se puede ver todo esto que les he narrado es un material de primera para entregarse a una especulación fascinante, para pensar en lo aparentemente impensable, pero ¿sería realmente eso especulación? ¿Sería realmente eso impensable? ¿No es ese material tan evidente como para no pensar que el mismo conduce a un punto de absoluta certeza? ¿Qué otra explicación puede haber para hallar en una obscura cueva algo tan insólito que permaneció enterrado en ella unos nueve (9) siglos? ¿Qué otra explicación puede haber para hallar en esa cueva un artilugio electrónico propio de una civilización que ha llegado al espacio y que viaja a través de él con una facilidad más amplia, pero muchísimo más amplia que la que tienen nuestros, ante ellos, simples incipientes e infantiles astronautas? Es evidente que ésos seres de esa raza extraterrestre que estuvieron aquí podían viajar a través del espacio-tiempo y que eso y sólo eso podía y puede explicar esa presencia suya en este planeta. Mientras hace nueve (9) siglos atrás Europa vivía en la Edad Media los seres de esa raza alienígena viajaban ya en el espacio-tiempo y no se sabe desde cuándo con anterioridad a esa detectada visita suya a este planeta ya ellos habían conseguido el dominio del viaje en el espacio-tiempo.
Este asunto, pues, no sólo no era una mera leyenda, sino que va más lejos a pesar de su trasfondo de primitivismo: ha desbordado el marco de lo puramente historicista tradicional de comprobación de un hecho en una época y en un lugar para adentrarnos en un terreno enormemente interesante de lo histórico altamente revolucionario, trascendental, pero al mismo tiempo totalmente inquietante, generador de miedo, aterrador; pues aunque el comportamiento del «dios« de la leyenda y el de su mensajero divino parece un comportamiento razonable, lo es hasta cierto límite ya que también hay en esa leyenda una obvia reacción de ese «dios« y de su cohorte hacia la venganza y hacia la persecución contra alguien que se llenó de ambición porque quería que su hijo fuese gobernante de la comunidad a la que ellos dos pertenecían, y respecto, también, de dicho hijo suyo. O sea, estamos hablando de seres tan violentos como los propios seres humanos, pero dotados de una tecnología enormemente avanzada no sólo para hace novecientos (900) años atrás, sino también todavía para esta época, lo cual los hace más peligrosos que nosotros los humanos. Eso me da miedo, me angustia, me aterroriza, me causa horror a lo que puede conducir el hecho de que se produzca una vuelta de esos seres procedentes de un mundo del cosmos que nosotros desconocemos totalmente: no sabemos siquiera dónde, en qué parte del Universo existe el planeta de éllos. Como viajaron en el espacio-tiempo, ¿quién garantiza que exactamente esos mismos seres u otros seres de esa misma raza no volverán otra vez a este planeta? ¿Con qué propósitos podrían volver esta vez? Ya ellos saben de la existencia de este planeta, saben que estamos aquí, en este específico lugar del Universo…
La situación de vulnerabilidad en que veo que estamos los seres humanos en este planeta que habitamos en el Universo me lleva a un pesimismo extremo, a pensar en el desarrollo de una original (pero totalmente cierta) teoría del pesimismo producto del encadenamiento de nuestro mundo a su inmensa fragilidad; fragilidad que nos arroja a un abismo de incertidumbre y que debe conducir a todas las sociedades humanas a pensarnos y a repensarnos como humanos en conjunto para tratar de propulsar planes de desarrollo tecnológico que permitan el desencadenamiento del mundo respecto de esa enorme fragilidad, pues no podemos estar a expensas del humor de una civilización o de unas civilizaciones del espacio exterior que puedan contactarnos ya que esa dependencia de ese humor incierto podría eventualmente generar resultados catastróficos para la misma subsistencia de la raza humana. Expresándome de manera más clara: nosotros los humanos estamos eventualmente condenados a la extinción a consecuencia de la llegada a este planeta de seres con un desarrollo tecnológico muy superior a nosotros y eso es lo que debería de ponernos en alerta al respecto. Estoy seguro de que cuanto les he narrado contribuirá a ese alerta realizando ustedes las diligencias y contactos pertinentes orientados a esos fines.
Les he dirigido la presente no sólo por mí, sino también por todos los demás miembros de la expedición investigadora (cuyos nombres y direcciones aparecen en un listado anexo), quienes comparten ese profundo temor y esa aprehensión referidos que se desprenden de la gigantesca y tremenda importancia de lo que fue encontrado.
Ustedes podrán comprobar en la práctica la realidad de los hechos objeto de la presente exposición, la cual condensa una investigación que nos tomó casi unos diez (10) meses metidos entre montañas de la Provincia de Puerto Plata.
En ese sentido, y para concluir: tengo en mi poder y conservo de forma adecuada todas las cosas halladas, desde los restos de cerámica, los huesos de animales y aves con huellas dentales, las osamentas de la pareja indígena, etcétera, hasta el sorprendente aparato hallado en la última cueva explorada, lo mismo que las catalogaciones y los informes de los respectivos especialistas que trabajaron en el equipo encabezado por mí; y tengo todo ese material a disposición de los expertos de las instituciones pertinentes de los países avanzados que ustedes contacten para verificar estos hechos que aquí narro.
Atte.,
Francisco Manuel Núñez Demorizi
Historiador y Arqueólogo