GREGORY CASTELLANOS RUA14

Por Lic. Gregory Castellanos Ruano

El Código Procesal Penal entró en pleno vigor en la República Dominicana el veintisiete (27) de Septiembre del dos mil cuatro (2004). Este veintisiete (27) de Septiembre del dos mil catorce (2014) se han cumplido diez (10) años del mismo estar en vigor. Esos diez(10) años constituyen El Decenio Sangriento por el caudal monzónico  gigantesco de sangre que ha hecho correr a todo lo largo y a todo lo ancho de la geografía nacional dominicana.

No hubo que esperar mucho, ni siquiera dentro del primer año que comenzó a contarse a partir de aquella entrada en vigor, para que terminara la edad de la inocencia con respecto a lo que entonces era una «nueva« normativa.  Recién desempacado comenzó el desangre, `El desangre dominicano`, el mismo fenómeno del desangre iberoamericano por los desangres sucesivos de los países iberoamericanos que optaron por copiar dicha errada normativa procesal penal. De entonces para acá el país vive de escándalo criminal en escándalo criminal, de sobresalto en sobresalto, carente totalmente de seguridad ciudadana.

El anacrónico y repudiable rostro de la violencia delictiva se hizo cotidiano y se mantiene cotidiano; frente a ello lo único paralelamente cierto es el sentimiento colectivo dominicano de rechazo y repudio a esa violencia delictiva; creándose una coyuntura crítica en la que el delincuente viola la Constitución como deporte y todas las encuestas realizadas arrojan por resultado que la inseguridad ciudadana es el principal problema de la población (consecuencialmente es la angustia primera de la población).

Todos los escenarios recurrentes sirven de guía para evidenciar, siempre con mayor claridad, que el Código Procesal Penal ha servido de guía y de garantía para la ruina más palmaria de la seguridad del ciudadano dominicano y de la sociedad dominicana que se han visto sometidos al dominio violento de bandas armadas y de respectivos aislados (pero numerosos) lobos esteparios que con su accionar delictivo coartan su antigua libertad hoy existente sólo como recitar poético por lectura de alguna declaración de derechos.

Las madres dominicanas sienten la misma aprehensión de las madres que viven en aquellos países donde aportan hijos para alguna guerra.Muchos, pero muchos (más bien: muchísimos) cadáveres han quedado tendidos, a destiempo, en las calles y en los hogares de la República Dominicana gracias a su vigencia.  El desmadre de inseguridad durante todo el tiempo que ha estado vigente el CPP muchas veces lleva a pensar que los delincuentes o beneficiarios de dicho código son hematófagos, es decir, que se alimentan de la sangre ajena (pero lo mismo lleva a pensar de los ideólogos genocidas de dicho código).

Se trata de `Una década de mentiras`, de `La década perdida` (los diez (10) años de vigencia del CPP).  Los mentores locales del código en cuestión, por aquello de «miente, miente, que algo queda«, se han pasado diez años mintiéndoles a abogados acríticos y a la población al pretender resaltar sus supuestas «bondades« (¿?):… Han querido acostumbrar a la población a vivir con la mentira, pero ni siquiera en su propia casa les creen a dichos mentores.

La guadaña delictiva que representa el CPP es toda una locura cabalgante que se asemeja a jugar con flores al borde del precipicio: representa el auge y la expansión de La Cultura de la Muerte. En la población, no es para menos, se percibe un acentuado sentimiento de impotencia frente a la delincuencia generada y multiplicada por dicho código. Por los múltiples efectos o consecuencias  causados por el CPP (entre ellos los causados en el ámbito económico) se puede decir con propiedad que el país esta desfondado en todos los sentidos. Son verdades amargas, pero son las verdades que aporta la realidad que vive la población dominicana.

Este régimen procesal penal cepepeísta es una gran mentira producto de la propaganda y de la obsesión que no quiere dar a torcer su brazo; y todo ello a pesar de que los arrecifes de la realidad hace ya mucho tiempo tienen al barco de la «revolución« (¿?) cepepeísta haciendo agua por todos lados.No nos perdamos: los hechos que vemos directamente así como también las noticias que oímos en la radio, las noticias que vemos en los periódicos impresos, en la televisión y en los medios de comunicación digitales constituyen la confesión del desastre del régimen procesal penal cepepeísta, del desastre generalizado en que se encuentra el país como consecuencia de dicho régimen procesal penal.Ese inmenso deterioro sufrido por la República Dominicana es el producto de ese proceso que se inició el veintisiete (27) de Septiembre del dos mil cuatro (2004), hace diez años, con el ascenso de «la estrella fulgurante« (¿?) del CPP gracias a la imposición extranjera de la USAID y a la alienación de cretinos receptáculos locales que, producto de dicha alienación, creyeron y creen en una ingenuidad por seguir y estar «a la vanguardia« de  «los nuevos rumbos« del «modernismo«.Todo un empeño bicéfalo por un modelo de gestión procesal penal equivocado que ya había fracasado en todos los países que lo habían utilizado y que igualmente ha fracasado en todos otros aquellos que coetáneamente con la República Dominicana lo adoptaron y que también ha fracasado en los demás que con posterioridad a esta también lo adoptaron. Ese empeño representa el hundimiento y la derrota de nuestras sociedades iberoamericanas en la inseguridad pública y, simultáneamente, representa también el ascenso de los vándalos, buitres y monstruos beneficiarios de ese proyecto de furia y muerte, todo un bodrio mal producido, chapucero y de baja ralea paradójicamente redactado en nombre de «altísimos ideales«, tan, pero tan encumbrados que desde la altura en que fueron colocados no se alcanzaron a ver las consecuencias negativas que traerían sus supuestas «bondades«.

En ese escándalo de vandalismo, hay que repetirlo, una vez más: se produce un altísimo porcentaje de impunidad en la justicia, ese es el costo único y obligatorio que tienen que atravesar los países iberoamericanos  destrozados por la guerra civil no declarada que trajo consigo el auge de la delincuencia provocada por los estímulos ultragarantistas del cepepeísmo responsable de la mortandad, del pillaje, etcétera, responsable igualmente de crear un bando superior (los delincuentes privilegiados por dichas reglas ultragarantistas) y otro bando inferior, el abatido (el de los ciudadanos no delincuentes y la sociedad). Esa guerra sucia desatada por el CPP con una contabilidad supergigantesca en números de cadáveres, de lesionados, de heridos, de golpeados, de robados, etcétera, que ha dejado tantas viudas y viudos, en fin: que ha dejado tantas víctimas cuyos derechos fundamentales han sido destruidos y desconocidos, revela hasta dónde ha conducido al país el experimento jurídico que aplican los cuerpos del Ministerio Público y de los Tribunales en los palacios de justicia de la República.  Por suerte «parece« (¿?), repito «parece« (¿?)haber una luz en el camino: los más disímiles sectores de la vida pública nacional coinciden en afirmar que si nuestro país no logra reducir el índice delictivo y la consiguiente percepción de inseguridad publica el país caerá en una situación de inimaginables consecuencias sociales.

En nombre de un exclusivo interés de inventar, de «estar a la moda« se mata de forma progresiva y de la misma forma se quiere borrar de la memoria todo cuanto ha pasado e igualmente se quiere que se haga caso omiso de todo cuanto está pasando y de todo cuanto inexorablemente ha de seguir pasando de seguir vigente la errada normativa procesal penal en cuestión. Se quiere borrar de la memoria por lo que hay de verdad en la expresión ya muy conocida: “El que no conoce su historia está condenado a repetir sus errores”. Todo cuanto ha ocurrido desde que entró en vigor el Código Procesal Penal el veintisiete (27) de Septiembre del dos mil cuatro (2004) no es ficción: es Historia y se quiere que ese error histórico siga vigente.

Los promotores dominicanos del CPP creyeron que tendrían una fiesta y, por el contrario, lo que tuvieron fue un incendio, un poderoso toque de violencia densa y extremadamente terrible. La fiereza de esa violencia tomó por asalto a la República Dominicana: el cepepeísmo es caótico, eso trajo: el caos a la sociedad dominicana que hoy vive sumergida de manera brutal en el túnel de la muerte,  en el terror.El treinta y uno (31) de Julio del dos mil catorce (2014) un vocero escrito de la Iglesia Católica Dominicana («Camino«) fue reproducido por diferentes medios de comunicación del país al señalar dicho vocero escrito, entre otras cosas, lo siguiente: «La Iglesia Católica deplora que los delincuentes se hayan robado la paz de los dominicanos y secuestrado la libertad de los ciudadanos de transitar libremente sin temor a ser atracados o encontrar la muerte en manos de malhechores. Lamenta que en los últimos años la República Dominicana ha sufrido en carne propia las consecuencias de una espiral de violencia que va trastornando la cotidianidad, obligándonos a vivir en una cárcel sin puertas.«(Ver El Nuevo Diario Digital de esa fecha)

Ese galimatías ha tenido ya una demasiado larga duración.Todo cuanto se ha visto ha permitido hacer caer vendas y supuestas «verdades« (¿?) que aquella malsana propaganda cepepeísta en su día hizo «admitir« (¿?).  ¿Pero conducirá ello al fin del disparate que representa el CPP? ¿Se reformará o se derogará y se substituirá este por un código en el que haya un balance razonable entre los derechos de los imputados y los derechos de la sociedad, en el que los delincuentes no resulten privilegiados? Lo que sí se les puede decir a los responsables de que el CPP fuese puesto en vigor en la República Dominicana es que ya es tarde para lavarse las manos, que el mal está hecho y que `The rest won’t be silence`, pues desde Caín hasta nuestros días nunca se ha visto que la sangre genere silencio…Tampoco el despojo