Por Lic. Gregory Castellanos Ruano
Nuestro Sol es una estrella joven. En la Tierra prácticamente casi todas las culturas lo consideraban un dios y por eso lo adoraban, todavía algunas culturas así lo conceptúan y actúan en consecuencia. En México los aztecas hacían sacrificios humanos «para mantener vivo« al Sol (creían éllos) y su nombre, es decir, `los aztecas`, significaba `los hijos del Sol`.
A mí cuando niño me causaba temor cierta apariencia que el mismo adquiría cuando su cabellera normalmente rubia se transmutaba a roja -a partir de ciertas horas de la tarde, no recuerdo de cuáles momentos del año,- porque los mayores decían que era el Sol «de los muertos« y los niños, con gran miedo, repetíamos eso como un papagayo; hoy como adulto entiendo el placer estético y la inspiración que les causa a los artistas, pintores y fotógrafos la contemplación de sus fascinantes rojas penumbras de apariencia misteriosa.
Aquel recuerdo ya tan lejano en el tiempo produjo un fruto inesperado (sin proponérmelo y sin el más mínimo rebuscamiento ni corrección de estilo ni afiliación a rígidos esquemas de reglas escolásticas de construcción gramatical de estilo literario alguno), que salía incontenible de mi mente por lo que mis manos atinaron a buscar un bolígrafo para descargarlo y plasmarlo en versos libres (totalmente –o, si se quiere, totalitariamente- libres, prácticamente prosa) de la manera siguiente, tal cual se produjo su afluencia:
EL SOL DE LOS MUERTOS EN PUERTO PLATA:
Como si su trayectoria fuera un rito
el Sol atravesó la bóveda celeste de Puerto Plata,
pero esta vez lo hizo con su cabellera tornada rojo escarlata,
y se situó en el extremo Oeste
durando allí un impresionante tiempo.
Su estancia en ese rincón del firmamento
con sus ardientes llamas rojas refulgentes
tocaba las nubes en el cielo,
estas de blancas aparecían transmutadas en grises carmesí
semejando pedazos -unos pequeños, otros medianos y otros largos-
de algodones de raras tinieblas encumbradas,
y trasudaba color gótico cuasi-espectral y aire de miedo
que la ignorancia agigantaba
y más la amplificación que de esta, a su vez,
hacía la infancia.
Y la sóla mención de su nombre,
«El Sol de los Muertos«, aterrorizaba
Y espantaba.
Aquella ubicación de aquella esfera rojo-luminiscente
pendiente del cielo y estampada en el Occidente
era impresionante y desde allí se yerguía majestuosa,
imponente, inevitablemente dominante
sobre montañas, tierra y océano.
El mundo amarillo cotidiano de repente
y durante largo rato permanecía transformado
en un mundo visible con otro color: el rojizo dominante.
Oeste, Poniente, Occidente con un filtro ocular diferente
para bañar al mundo con él
y muy específicamente los lugares
de la Geografía de Puerto Plata.
Finalmente aquellos rojos resplandores
estertóreos se extinguían y el Sol
se desplomaba por su cansancio
ciclópeo escondiéndose en el
abismo de la lejanía intocable
e inmediatamente después de caer
en las profundidades del abismo
surgía la noche con su negro y obscuro
velo apoderándose de todo.
En la estampa del recuerdo
asociado al Sol de los Muertos
mi mente ve toda la atmósfera observable
así como también Las Lomas de las Bestias,
lo mismo que las lomitas y las lomas
allende Cafemba,
en y allende Cofresí,
en y allende Maggiolo,
en y allende Maimón, etcétera,
que la mirada, desde la ciudad,
hacia el Oeste grabó en mi memoria;
todas ellas, lomitas y lomas, bañadas
por el fenómeno de extrañas luz y sombra.
Sólo el paso del tiempo
y la adquisición de conocimientos
me permitió comprender qué realidad
fenomenológica se escondía detrás de aquel panorama
aparentemente señal advertidora
de un sobrecogedor y terrible próximo acontecer,
y, por ende, del miedo pasar
a aquilatar serenamente
la belleza que se esconde detrás
de semejante panorama.
Atmósfera, Oeste, lomitas y lomas,
todo lo contemplable a la distancia,
haces de luz y de sombra,
todo teñido de rojo,
todo eso son componentes
inexcluibles de mis recuerdos
de El Sol de los Muertos en Puerto Plata.
La última vez que volví a apreciar
el fenómeno fue al contemplarlo,
relativamente reciente, a través de una foto
que descubrí publicada tiempo ha
en un diario digital de Puerto Plata,
tomada dicha foto desde La Puntilla del
Malecón… La fotografía en cuestión
fue tomada precisamente dirigida
la cámara hacia el Oeste, al verla, increíblemente
pude apreciar nuevamente atmósfera, océano, Oeste, lomitas y lomas,
todo lo contemplable a la distancia,
haces de luz y de sombra,
todo teñido de rojo,…
La cámara del fotógrafo reprodujo,
con una ligera variación de ubicación de la contemplación,
exactamente el mismo paisaje almacenado en mi memoria.
Esta vez pude disfrutar ampliamente,
más que nunca, el ver
ese paisaje bajo la luz rojiza
de El Sol de los Muertos
en Puerto Plata, que, en realidad,
nada tiene que ver con muertos, al contrario,
es otra manifestación de la vida resultante
del contacto del Astro-Rey con esta tercera piedra
colocada después de él.