gregory castellanosPor Lic. Gregory Castellanos Ruano

Por Lic. Gregory Castellanos Ruano

 

-Son golpes los que han provocado estas cosas, estas moraturas, hinchazones y heridas; alguien está abusando de éstas gentes y por miedo a represalias no quieren identificar al o a los que les propinan estos golpes; y por eso salen con todos estos inventos.

Se decía a sí mismo el médico del pueblo de Puerto Plata, él sospechaba más de los soldados españoles que de los insurrectos dominicanos porque estaba naturalmente prejuiciado hacia los ocupantes extranjeros por la prepotencia y la arrogancia características de éstos. Lo que él escuchaba decir a sus compueblanos él pensaba que sus conciudadanos rebeldes por patriotismo, y por ello, eran incapaces de hacerlo, porque nunca hasta entonces había escuchado que se produjeran acontecimientos semejantes.Estaba indignado al ver que un apreciable número de losindefensos habitantes del pueblo iban a parar a su consultorio a consecuencia de las contusiones y las pequeñas heridas sufridas por los golpes que habían recibido para ser despojados de los dineros que portaban.

Por todo ello decidió dirigirse al Castillo o Fortaleza San Felipe donde estaban los militares españoles para hablar con el Comandante español y, efectivamente, así lo hizo. Cuando se acercaba al puesto de guardia más próximo sacó de su maletín de galeno el pedazo de sábana blanca que había llevado y procedió a ondearlo en señal de que no era un beligerante. Tras identificársele al militar de turnoéste le dijo que esperara algunos minutos y procedió a vociferar llamando  por su nombre a su compañero de armas más próximo para que le comunicara al Comandante de aquella dotación española que el médico del pueblo le pedía verlo. Al retornar el militar mensajero éste le dijo que el Comandante había accedido a recibirlo, pero que previo a pasar hacia allá había que registrarlo por razones obvias de seguridad. Cacheado el médico y su maletín, inmediatamente se le dijo que podía caminar para entrar al Castillo. Una vez entró al despacho del Comandante español éste le recibió con gran respeto y estrechándole su mano derecha le dijo:

-Buen día doctor, ¿a qué debemos el honor de su visita, en qué podemos servirle?

-Buen día Comandante, muchas gracias por ser tan amable en recibirme, he venido porque…

Terminada la exposición del porqué de su visita, quien le escuchó lo hizo con gran asombro y como respuesta le dijo:

-Doctor, estoy muy sorprendido de todo lo que usted me acaba de decir, pero así como usted está intrigado con lo que les está pasando a sus compueblanos, también lo estoy yo porque una buena cantidad de los hombres bajo mi mando han sufrido lo mismo que han sufrido esos puertoplateños clientes suyos. Mire doctor, para mí que quienes están cometiendo esos actos de violencias y de asaltos son los malditos rebeldes ésos que tienen al pueblo rodeado por la parte Sur y por la parte Oeste. Lo que me extraña es que si somos enemigos, ¿cómo es que dejan a mis hombres vivos?  Y otra cosa que me sorprende es que mis hombres regresan con sus armas que son intocadas por quienes están cometiendo estos hechos.Cada vez que de aquí sale alguna patrulla de reconocimiento regresan golpeados y sin los dineros que portaban arriba. Sólo narran que las personas que los atacaron andan vestidos de negro desde los pies hasta la cabeza, que se mueven con una rapidez enorme y que pegan unos gritos que los paraliza.Para mí que alguien les ha dado un adiestramiento especial para con ese tipo de combate enviarnos un mensaje de miedo, haciéndonos ver y creer que somos inferiores.Yo, con sinceridad entre nosotros doctor, sí quisiera conocer a ésos tipos porque, mire, de que son efectivos, de que son lo máximo, los son, ojalá y estuvieran bajo mi mando… Mire doctor, voy a mandar a llamar al Capitán médico de la guarnición para que ustedes hablen sobre este tema, pues veo en la cara de usted lo mismo que veo en la cara de él cuando habla sobre estos extraños ataques.

Acto seguido abrió la puerta e impartió la orden de que llamaran al referido médico militar. Al éste entrar a la oficina le hizo el saludo militar al Comandante e inmediatamente le dijo a éste:

-A su orden, señor.

El Comandante procedió a presentarlos a ambos, los cuales de inmediato entraron en conversación: ambos escucharon del uno y del otro exactamente lo mismo que respectivamente conocían sobre los ataques y asaltos de los misteriosos asaltantes.

El médico aquilató la sinceridad de las expresiones del Comandante español y del médico militar bajo su orden, por lo que decidió irse, les manifestó que creía lo que ellos le dijeron y se despidieron los tres muy amablemente.

En el camino el médico de la comunidad iba concentrado en la idea de contactar a los rebeldes ya que por descarte suponía que ellos eran los responsables. Así lo hizo, encaminó sus pasos hacia La Javilla donde estaba acantonado el grupo de patriotas dominicanos más próximo. Los insurgentes dominicanos controlaban un cinturón que iba desde Los Mameyes, pasando por La Javilla hasta Cafemba. Al acercarse al segundo de los indicados lugares, a una distancia prudente volvió a sacar del maletín la especie de pañoleta que había hecho con el pedazo de sábana blanca repitiendo la misma operación anterior de acercamiento, con la salvedadde que lo nuevo era que estaba en uno de los campamentos de los insurrectos.

-¿A qué debemos el honor de su presencia doctor?

Le preguntó el Comandante dominicano al tiempo que se saludaban con un apretón de manos, tras lograr el médico entrar a dicho campamento y ser llevado ante aquél.

El galeno le explicó la razón de su visita y que venía de visitar al Comandante y al médico de la guarnición española y lo que éstos dos le habían dicho al respecto.

-¡Malditos españoles! Pero, ¿estarán esas gentes diciendo la verdad?…

Exclamó y se preguntó el Comandante rebelde.

-…Porque mire doctor se da la situación de que todo eso que usted me narra que les ha sucedido a gentes del pueblo y a los militares españoles que salen a hacer labores de exploración, exactamente lo mismo les ha ocurrido a los hombres bajo mi mando; nosotros en todo momento, hasta ahora mismo en que usted nos dice eso, hemos creído que quienes han golpeado y asaltado a mis patrullas de reconocimiento son algún grupo de militares españoles con un adiestramiento que nosotros desconocemos, pero siempre nos queda la duda del porqué no matan a mis subordinados, sino que sólo les dan una paliza que los deja aturdidos y cuando despiertan se encuentran sin nada de valor en los bolsillos, y, sin embargo, sus armas se las dejan.

Aquél jefe rebelde dominicano se expresó con la misma admiración con que lo hizo previamente el Comandante español respecto de los mismos sujetos, sólo era diferente el discurso en cuestión en lo atinente a la pronunciación del idioma: mientras el doctor previamente lo había escuchado en un castellano con «z«, ahora lo escuchaba en el castellano sin «s« y con el «cantaíto« típico dominicano y algún que otro aderezo de «coños« y de «carajos« igualmente típicos de los dominicanos.

-Pues mire Comandante    -le dijo el ahora más sorprendido médico-  si no son ustedes ni son los españoles ni son las gentes de este pueblo, entonces todos tenemos un problema común que sobrepasa nuestra capacidad de entendimiento, esto es lo que se llama un verdadero misterio. Y lo que más me sorprende es que, por suerte, hasta ahora no ha habido ningún muerto como consecuencia de estos ataques de los asaltantes, lo que me indica claramente que éstos no quieren matar, sino tan sólo reunir alguna cantidad de dineros, por lo que supongo que cuando ellos reunan la cantidad que se proponen se irán de la misma misteriosa manera que se aparecieron aquí, es decir, sin que lo sepamos sino cuando sea notorio el cese de dichos asaltos y ataques a golpes.

…El fenómeno de dichos asaltos y ataques a golpes se siguió repitiendo noche tras noche durante todo el mes siguiente y algunos días más hasta que un día un celador del puerto llevó al médico una carta común dirigida a él, al Comandante dominicano y al Comandante español. El celadorle dijo al médico que una familia china compuesta por el cabeza de familia, la señora esposa del mismo, y tres jóvenes de unos veintiún años el más joven y los otros dos de entre veintidós y veintitrés años respectivamente, habían salido del pueblo en un bergantín rumbo a los Estados Unidos de América hacía alrededor de unas cuatro (4) horas y que antes de salir el cabeza de familia, previo pago al efecto, le había dictado en Inglés una breve carta bajo la condición de entregarla cuatro (4) horas después de que el bergantín saliera del puerto. El celador procedió a leerle la carta, la cual decía lo siguiente:

«Sres.: Médico del pueblo de Puerto Plata,

y Comandantes de los dos bandos

en pugna.

Distinguidos Señores:

Hace unos cinco (5) meses atrás mi esposa, mis tres hijos y yo llegamos por barco a esta tierra tan bonita, pero vinimos a darnos cuenta de que había una guerra civil dos días después de que estábamos en tierra y al por eso no encontrar trabajo, nuestros pocos dineros se agotaron rápidamente, por lo que ante la inminencia de ver a mi familia pasar hambre decidí que mis hijos y yo debíamos procurarnos la forma de salir de aquí; hablé con un hombre del puerto relacionado con las embarcaciones que vienen y se van y me pidió una cantidad que para nosotros era imposible de conseguir, por todo lo cual decidí que debíamos asaltar personas para quitarles los dineros que tuvieran y así poder subsistir y, al mismo tiempo, reunir la cantidad que nos pidió el hombre para embarcarnos a los Estados Unidos de América. Por eso se produjeron todos esos asaltos y para cometerlos tuvimos que hacer uso del dominio que tanto mis hijos como yo adquirimos del arte marcial de combate que se nos enseñó en el Ejército Imperial Chino, en el cual tuvimos el orgullo de ser nosotros cuatro campeones de dicho arte marcial en justas realizadas en el mismo. Nos fuimos de China porque se produjeron acontecimientos con los cuales no estábamos de acuerdo y decidimos desertar e irnos para venir a América. Cometimos todos esos asaltos cubiertos con vestimentas negras, con el rostro cubierto igualmente con una capucha negra. Pudimos apreciar que ninguno de los asaltados conocía arte marcial alguno, lo que nos facilitó la tarea.

Lo que motiva esta misiva es que estamos conscientes de que golpeamos a muchas personas para poder aturdirlas y así poder robarles sus dineros. Les pido a ustedes excusas, en nombre de mi familia y en el mío propio, pero, por favor, comprendan ustedes que nos vimos atrapados en medio de su guerra y no tuvimos otra alternativa.

Atte.,

Fu Chang Lee«

Menos de una hora después en el puerto de Puerto Plata se vio coincidir a dos grupos armados llegados presurosos montados a caballos, uno encabezado por el Comandante español , y el otro por el Comandante del Cantón de La Javilla; los dos grupos tenían un portaestandarte con su respectiva bandera blanca; su prisa era desbordadamente obvia; los dos grupos alcanzaron a verse frente a frente, pero como estaban cubiertos bajo la bandera de la paz sus respectivos comandantes se hicieron recíprocamente el saludo militar e intercambiaron algunas palabras de respetuosa salutación; ambos grupos preguntaban por «un grupo de chinos«, los comandantes albergaban la esperanza de que realmente los chinos todavía estuvieran en tierra: querían que los hombres bajo sus respectivos mandos se adiestraran en las técnicas de combate que habían usado los chinos para cometer sus asaltos. Los militares españoles y los milicianos dominicanos que habían sido asaltados hablaban de unos hombres vestidos de negro desde los pies hasta la cabeza,para ocultar sus rostros,que se aparecían sorpresivamente, daban a todo pulmón unos gritos aterrorizantes y asestaban puñetazos y patadas con una rapidez relampagueante tanto en tierra como en el aire, de tal suerte que cuando dichos atacados volvían a ver era porque se estaban recuperando del aturdimiento ocasionado por los puñetazos y las patadas que habían recibido.

Puerto Plata era un mundo extraordinariamente pequeño, diminuto, donde nunca antes se había visto algo semejante y donde, igualmente, nunca antes se había visto un ejemplar de esa nacionalidad, es decir, Puerto Plata era un mundo donde nunca antes se había visto un chino.Los que sabían de la existencia de los chinos como pueblo asiático constituían una minoría sumamente reduciday lo sabían por puro conocimiento académico o por la ilustración de algún libro que de seguro nunca pudo pasar por muchas manos. Es decir, que los mismos habitantes de Puerto Plataatacados por aquéllos chinos no sabían propiamente lo que eran los chinos; ni dichos puertoplateños ni los miembros de la insurgencia dominicana atacados por dichos chinos con sus rostros cubiertos.

Por Lic. Gregory Castellanos Ruano

Notas: 1)de advertencia para evitar cualquier tipo de confusión: esto es ficción, pues se trata de un cuento histórico; histórico porque se basa en un dato que es real y lamentablemente no detallado: la presencia en Puerto Plata de un grupo de chinos que en plena Guerra de Restauración de la Independencia dominicana se dedicaba a asaltar como medio de supervivencia en ese marco histórico. Todo el resto es añadido por la imaginación del autor.2) Anecdótica: no es ficción que poco más de unos ciento diez (110) años después, Don Rubén («Don Paquito«) Ramos, profesor de Inglés en el Colegio Mary Lithgow, predicador evangélico y entusiasta promotor deportivo, tras ver innúmeras veces las salidas de los cinéfilos del Teatro-Cine Rexnos comentaba con gran pesar a sus alumnos en las aulas de dicho colegio en el que estudié: «Los puertoplateños después de ver una película china en el Cine Rex salen tirando patadas como los burros.« Era la época de apogeo de las películas chinas de espadachines, de Kung-Fu y de Karate; época que se inició en todo el país cuando se exhibió por primera vez «El espadachín manco« protagonizada por Wang Yu; tras ella siguió toda una larguísima cantidad de películas de manufactura china (fue la época de «las chinadas«: así llamábamos a dichas películas).