gregory castellanosPor Lic. Gregory Castellanos Ruano

Cuando en ocasión de su primer viaje Cristóbal Colón se trazó regresar a España se dispuso a aprovechar parte del tiempo  para realizar ese trayecto para seguir explorando las costas de la Isla por la parte Norte de esta y es así como llega a lo que bautizó como Monte de Plata y Puerto de Plata desde la bahía de Puerto de Plata. A partir de ese momento decidió que ese sería el lugar donde asentaría el foco principal de estas tierras a colonizar. Se fue camino a España con esa firme decisión en su cabeza.

Al retornar Colón en su segundo viaje y descubrir la tragedia ocurrida en el Fuerte de La Navidad, envía al Capitán Melchor de Maldonado a explorar la costa adyacente al lugar de la tragedia encomendándole para esa misión trescientos hombres bajo su mando y dándole instrucciones de que al término de su reconocimiento de esas áreas se dirigiese hacia el Este donde se encontraría con él (Colón), y los demás expedicionarios en el Puerto de Plata, lugar donde Colón estaba pensando fundar el primer establecimiento europeo en tierras americanas y el cual estaría situado, según los planes de Colón, al pie de la montaña que él bautizara el once (11) de Enero de mil cuatrocientos noventa y tres (1493) con el referido nombre de Monte de Plata, en su primer viaje.

Con ese propósito en su mente, el día siete (7) de Diciembre de mil cuatrocientos noventa y tres (1493) Colón da la orden de levar ancla a todos los navíos de la flota para buscar el lugar que habría de ser el asiento de la Colonia. Con ese propósito las naves enrrumban proa hacia el Este, pero en momentos en que se aproximaban a la punta de Cafemba de repente empezaron a manifestarse y visualizarse los efectos de un viento poderosísimo cargado con nubes grises obscuras y con nubes negras que con gran rapidez encaminaba sus pasos hacia el conjunto de naves que navegaban en hilera.

Una poderosísima mano negra compuesta del ligero humo de nubes flotando en los vientos encapotó el cielo que se vistió de nubes negras y grises obscuras; negros nubarrones arremolinados se cernían amenazadores sobre aquella caravana marítima.

Todo giraba: los vientos giraban. Los vientos se movían con una velocidad y una fuerza pasmosas. Lejos de amainar la fuerza de los vientos, ellos se dejaban sentir con impetuosidad terrible, con furia tremenda. Se oían fuertemente los silbidos y el ulular del viento. Y agua, mucha agua caía desde el cielo. La agitación del mar por el viento incrementaba sus olas que lucían cada vez más altas y encrespadas, furiosas. Luces de relámpagos repentinos y truenos ensordecedores rasgaban la atmósfera. Las aguas marinas se agitaban anunciando lo que podía suceder y que parecía tan próximo: las naves marítimas bamboleaban sobre esas aguas agitadas.

Aquel espectáculo tremendo y sobrecogedor hundió en el terror y en la angustia a quienes estaban a bordo de dichas naves. Parecía que la naturaleza había acumulado todas sus energías y las descargaba sobre aquel espacio geográfico. Parecía que la naturaleza estaba ensañada, que se había trazado impedirles a todas aquéllas personas el paso hacia donde estaban llegando. A través de aquella potencia de la naturaleza parecía que del trasfondo de estas tierras surgía un deseo de imposibilitar aquel sueño del Almirante de fundar un pueblo al que llamaría Villa de Puerto de Plata.

Aquella poderosísima tormenta es el obstáculo que le impide a Colón alcanzar el Puerto de Plata en dicho segundo viaje. Colón temió que si entraba a la bahía con las diecisiete (17) naves de la nueva expedición, ellas chocarían entre sí por las poderosas brisas de la tormenta y lo agitado en que se encontraba el mar.

Como la bahía resultara pequeña y la entrada difícil, Colón ordena retroceder tres leguas para buscar un sitio más apropiado para poder proteger las naves de la flota. Colón y los demás marineros de las tripulaciones conocían lo que eran esos vientos y lo que podían ocasionar. Dichos marineros y los demás componentes de la tripulación estaban en un estado de ánimo tal que Colón pudo notar su impaciencia y desasosiego y como conocedor que era de ese estado de espíritu (pues recordaba que el temor y la impaciencia de la tripulación de la Santa María en su primer viaje estuvieron a punto de no permitirle descubrir estas tierras al querer retornar a España), origina que rápidamente Colón diese la orden de virar hacia atrás para desandar todo cuanto habían navegado por gran parte del Norte de Puerto de Plata; desde su nave se hicieron las señas marítimas correspondientes transmisoras del mensaje de efectuar dicho viraje y su nave empezó a dar el ejemplo  para tratar de escapar de aquello que se les venía encima.

`Un hado funesto`, diría un humano de la Edad Antigua en el Mediterráneo, le bloqueó a Colón y a sus acompañantes la entrada a aquel puerto natural y, por ende, a aquel lugar idealizado por él para ser receptáculo del primer asentamiento formal normal de colonos españoles en la Isla.

La naturaleza, pues, conspiró contra Puerto de Plata: un fenómeno suyo impidió la fundación de Puerto de Plata por el Almirante, impidió la Historia proyectada de Puerto de Plata que Colón imaginó en su cabeza.

¡La Historia detenida…! La Historia lineal de Puerto de Plata allí fue detenida. Puerto de Plata pudo haber tenido un destino de mayor grandeza El sólo hecho de que La Isabela estuviese en su territorio geográfico y lo que allí se produjo nos da una idea aproximada de la importancia que hubiese tenido Puerto de Plata si hubiese sido el asentamiento que Colón había proyectado en su mente.

De no haber sido por la inclemencia de la naturaleza expresada en ese temporal con vientos terriblemente poderosos, nuestra ciudad de Puerto Plata hubiera sido hoy, con mucha probabilidad, la capital de la República.