gregory castellanosPor Lic. Gregory Castellanos Ruano

El checo, de ascendencia judía, Franz Kafka fue abogado y evidentemente ello le facilitó escribir «El proceso«, una obra cumbre de la Literatura Universal en que un hombre, Josep K.,  se despierta una mañana acusado de un delito que desconoce, luego es formalmente acusado, juzgado y condenado, y no consigue entender porqué se le acusó, porqué se le juzgó y porqué se le condenó, hasta que al final es apuñalado por los verdugos.

Kafka nunca imaginó que en un país tropical llamado República Dominicana hay una asociación que reproduce eso como pan nuestro de cada día, que eso ahí es lo de nunca acabar, toda una especie de festival, que ahí la carnicería se produce en escala jamás vista hasta tal grado que lo que se desarrolla es también una pesadilla, pero colectiva, de igual naturaleza a la que él plasma en dicha obra.

No hay en ello ningún enigma digno que explique el fenómeno en cuestión.

Se trata de una muchedumbre de tartufos, es decir, impostores que burlándose de la Etica cogen a esta en su boca para pretender «justificar« sus actuaciones, del mismo modo que en cierta época se cogía el nombre de Dios para matar «en su nombre«.

El presidente de esa asociación llamada Colegio de Abogados, Miguel Alberto Surún Hernández, desde ese mástil, es decir, desde la barbarie, desarrolla una «obra civilizadora«(¿?). Tan «civilizadora« (¿?) que da la sensación de que se está en Babilonia revisitada o en Fenicia revisitada.

Allí son muchos los Josep K. que se despiertan en sus respectivas mañanas con acusaciones fabricadas que generan juicios que son una farsa judicial y en los que las decisiones, de sólo leerlas, apuntan acusatoriamente hacia quienes las firmaron y hacia quienes estuvieron detrás de que las mismas emanaran y que por no firmarlas éllos, creen, a su vez, que no se sabe cómo se maneja todo para ese culmen.

Esas situaciones ocurren porque hay personas en el Ministerio Público ordinario y en el Poder Judicial ordinario que no cumplen su rol en la sociedad, que lejos de cumplirlo lo que hacen es prestarse a permitir que eso continúe reproduciéndose.

En vez de contribuir a erradicar ese mal incluso se asocian para que el mismo continúe su curso sin ser perturbado. Se hacen favores recíprocos. Hay una conchupancia en la que quienes la ejercen se protegen recíprocamente, así cuidan sus espaldas, así cuidan que sus pecados pasen desapercibidos.

¿Quién contesta esos silencios complicitarios?

Alfred Nobel inventó la dinamita y pronto vio los resultados contra los fines nobles de él a los que aspiraba contribuir al lograr esa invención.

Los Curie, que descubrieron una sustancia que emitía cuatrocientas veces más radiación que el uranio, nunca imaginaron que Marie moriría cubierta de llagas producto de la enfermedad que le causó el acercamiento y la manipulación de la misma.

Fernando Hernández Díaz jamás vislumbró el uso deleznable que se le daría a la jurisdicción disciplinaria del Colegio de Abogados. De él haberlo siquiera imaginado, yo que lo conocí y lo traté, tengo la plena seguridad de que él ni siquiera hubiera luchado por la creación de este último.