Por Lic. Gregory Castellanos Ruano
Estábamos pescando en la parte Noreste del Muelle de Puerto Plata construido en 1918, parte que queda frente a la antigua Fortaleza San Felipe. Los celadores de aduanas les permitían a los locales permanecer en el muelle hasta las nueve de la noche (9:00 PM), llegada esa hora todos los pescadores eran conminados a abandonar el lugar. La conminación la realizaba el celador del momento de esa porción iéndose al extremo Noreste del muelle y recordándoles a todos los pescadores que debían de cesar su actividad y abandonar el lugar con sus pertenencias. Lo mismo hacían los celadores para ese fin asignados a la parte central y a la parte Sur de dicho muelle, de manera que se iba formando un grupo que se arremolinaba en la puerta o verja de tubo con red metálica grande. Esa noche se produjo algo inusual.
Desde dicho pequeño remolino de personas escuchábamos un jolgorio de voces que clamaban:
-«¡Dios mío!« «¡Dios perdóname!« ¡Ay Dios mío!
Las voces provenían del área circundante al destacamento de la Marina de Guerra. Todos nos preguntábamos qué cosa estaba ocurriendo. La curiosidad nos encaminó hacia el recinto militar, los gritos aumentaban en cuantía y en volumen en la medida que nos acercábamos. Una vez frente a dicho recinto militar notamos que habían guaguas amarillas del tipo autobús escolar usada en los Estados Unidos (EE.UU.) y que a dos de las mismas estaban subiendo hombres y mujeres de «la mala vida«, es decir, chulos y prostitutas: los primeros en una guagua y las segundas en otra guagua; y que a la tercera subían homosexuales.
Un cura y un grupo de monjas ayudaban en las dos primeras; y otro grupo de monjas ayudaban en la tercera. Todas y todos los que subían a las guaguas después de estar arrodillados, y clamando al cielo lo hacían con un rostro de preocupación profundísima. Los pescadores más próximos al cura le preguntaron que qué pasaba, que porqué todas ésas prostitutas, chulos y homosexuales estaban con esa gritadera y metiéndose en esos vehículos, que qué iban a hacer con éllos. Todos pudimos escuchar la explicación del sacerdote católico:
-Es que en el día de hoy desde las seis de la tarde una espesa nube negra apareció de repente en la zona de tolerancia recorriéndola calle por calle desde ras del suelo hasta una altura de una casa ordinaria. Desde el interior de la nube negra salían sordos gruñidos y ruidos de cadenas y voces guturales con tonos graves bastante profundos y diferentes que se sucedían una tras otra diciendo exactamente lo mismo, lo que decían esas voces lo decían con carácter mandatorio y era: «¡Arrepiéntanse, acuérdense de Sodoma y de Gomorra! ¡Arrepiéntanse, arrepiéntanse!« La nube causó un pánico enorme entre las prostitutas, los proxenetas y los homosexuales. Uno de los proxenetas mandó a dar la noticia a la Iglesia, yo bajé de inmediato a la zona de tolerancia y pude presenciar el espectáculo de la nube mientras transitaba por sus calles y se oían los gruñidos, los ruidos de cadenas y las exclamaciones de advertencia y ví las calles y las aceras llenas de prostitutas, de proxenetas y de homosexuales arrodillados en el suelo dándose golpes en el pecho y exclamándole pedidos de perdón a Dios. El proxeneta que mandó a noticiarnos alcanzó a ver mi presencia y se acercó a mí para decirme que todos las prostitutas, los proxenetas y los homosexuales querían que yo le elevara una oración a Dios por éllos y que estaban tan aterrorizados que querían abandonar la zona de tolerancia e ingresar como monjes y monjas a la Iglesia Católica, que buscaran los vehículos necesarios para transportarlos a los monasterios católicos de la o de las partes del país que la Iglesia Católica decidiese. Yo inmediatamente hice contacto con el Arzobispo de la Capital, le expliqué lo que estaba ocurriendo y él me dijo que hablaría con las autoridades gubernamentales para poner vehículos de transporte a su disposición para que los condujeran a la Capital. Por eso es que ustedes están viendo lo que están viendo… Se acordó que de la zona de tolerancia se trasladaran a esta Comandancia de Puerto de la Marina de Guerra como punto de reunión para que aquí abordaran estos vehículos, seis guaguas grandes, cuatro para las prostitutas, una para los proxenetas y otra para los homosexuales, para llevarlos a su nuevo destino en la vida. La zona de tolerancia ha quedado despoblada de todas estas gentes, ya no existe. Eso, señores, es lo que ha ocurrido.
Así terminó el sacerdote su explicación.
…A bordo de los autobuses se escuchaba la recitación de una misma letanía:
-«Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre…«
Por Lic. Gregory Castellanos Ruano
Nota: La presente narración es ficción, un cuento de la autoría del suscrito.