gregory castellanosPor Lic. Gregory Castellanos Ruano

En los cincuenta años que tenía viviendo en esa casa de la calle Duarte de Puerto Plata la señora Tejeda nunca había escuchado a su vecino quejarse de dolor alguno hasta esa noche en que, como a eso de las tres de la madrugada, lo escuchó dando gritos terribles de dolor:

-«¡Ay, ay, Dios mío, qué dolor tan grande! ¡Dios! ¿Qué es esto? ¡Qué dolor!«

Repetía incesantemente el vecino de la señora Tejeda. Esta escuchaba esa letanía de quejidos sorprendida, pero no se atrevía a dirigirse hacia la casa de al lado por temor a que otros vecinos mal pensados pudiesen igualmente levantarse y mal pensar sobre su presencia en una casa ajena a tan obscuras horas, además de que creía que podía ser tan sólo algún fuerte dolor de cabeza o del estómago que por alguna razón estaban aquejándole, y que, por ello, quizás aquellos quejidos podían ser pasajeros. Pero poco después de cesar los quejidos estos volvían nuevamente y con la misma intensidad. Y en ese círculo vicioso de quejidos y pausas se pasaron las horas hasta que rayó el alba. Y esas horas que transcurrieron hasta esos primeros rayos del Sol se la cobraron a la señora Tejeda al caer esta en profundo sueño. Como a eso de las diez de la mañana se despertó, fue al baño, se cepilló, se cambió la piyama por una ropa ordinaria y fue a la cocina a preparar su café y su desayuno. Después de desayunar abrió la puerta de la casa que da a la galería, sacó una mecedora y se sentó en ella mientras veía vehículos y peatones pasar frente a ella. Escuchó que abrían la puerta de la casa de su vecino adolorido y orientó su mirada hacia allá con lo que logró ver que un hombre joven de figura atlética de unos veinticinco años salía por dicha puerta. El joven tenía cierto parecido en el rostro con su vecino que era un hombre que por su físico debía de tener unos noventa y pico de años.

El hombre joven salió con cierta rapidez y no alcanzó por ello a darse cuenta de que la señora Tejeda lo estaba viendo.

Durante siete días corridos se produjo la misma situación: el hombre joven salía apresuradamente. La señora Tejeda estaba extrañada de no haber vuelto a ver durante esos siete días a su vecino de siempre sentado, al igual que élla, en una mecedora en la casa de al lado. Y durante las noches de esos siete días no había vuelto a oir quejido alguno de su vecino.

La observadora señora Tejeda pensó lo peor: que ese hombre joven que había visto salir por la mañana era algún pariente de su vecino y que había matado a éste.  Convencida de ello llamó por teléfono a la Policía Nacional y le informó de todo lo raro que había estado observando.  A los veinte minutos de su llamada un carro patrulla policial se paró frente a la casa de su vecino desmontándose tres policías que entraron a la galería del vecino, uno de ellos tocó la puerta, la cual fue abierta por el hombre joven, inmediatamente el policía de mayor rango le informó que se había recibido una información que daba cuenta de que el habitante normal de esa vivienda no había sido vuelto a ver y que se temía que pudiese estar muerto, que le permitiera pasar dentro para ellos ver si él estaba o no ahí. El hombre joven le dijo que el anciano no estaba ahí, pero que podían pasar al interior a ver lo que ellos quisiesen ver. Los tres policías entraron y, efectivamente, vieron que el anciano no estaba. Uno de los policías le preguntó al joven que en cuál habitación dormía el anciano: el joven le respondió:

-En esa.   –A la par que señalaba dicha habitación con el dedo índice de su mano derecha.

Los policías entraron a la habitación señalada y vieron esta pormenorizadamente, luego el policía de rango superior le preguntó al joven:

-¿Y usted en cuál habitación duerme?

-En esta misma.   –Le respondió el joven.

Extrañado dicho oficial le dijo:

-Pero siendo usted nuevo en esta casa, ¿cómo es que usted duerme en la habitación del anciano desaparecido y no en una de las otras tres habitaciones que hay aquí? Mire, esto está raro, por favor acompáñenos al destacamento para continuar haciéndole algunas preguntas más hasta que esto se aclare bien.

El rostro del  joven traslució de inmediato su molestia, pero no opuso resistencia alguna y se montó en el centro del asiento trasero del carro con dos de los policías a su lado.

En el departamento de homicidios del destacamento junto a un representante del Ministerio Público recomenzaron con las mismas preguntas anteriores, siguieron con otras preguntas y con más y más preguntas, todas tratando de obtener información sobre el paradero del anciano desaparecido. El joven interrogado sólo respondía que no sabía para donde había ido el anciano respecto de quien se identificaba como pariente, pero no especificaba qué tipo de pariente ni daba dirección de dónde procedía y para colmo no mostraba identificación alguna que evidenciase quién era él.

-Mire ya una cuadrilla con autorización judicial está excavando en el patio y en los sitios huecos de la casa para ver si el cadáver del anciano usted lo enterró o no ahí; si no fue ahí que usted lo enterró díganos a dónde llevó usted el cadáver de él.

-Yo no he matado a ése señor, ése señor es mi pariente, vuelvo y le repito que no sé para dónde se fue, pues yo tampoco lo he vuelto a ver.     –Le respondió el interrogado.

El representante del Ministerio Público asintió a que el oficial superior del departamento de homicidios amenazase al joven interrogado, procediendo dicho oficial superior a decirle a éste:

-Ya tenemos casi 48 horas con usted detenido y le voy a decir una cosa: aunque violemos ese plazo de 48 horas usted no va a salir de aquí hasta que nos diga qué usted hizo con el anciano y quién diablo es usted.

Pasaron las 48 horas, pasaron siete días con el joven hombre detenido y sometido a una carga incesante de las  mismas preguntas formuladas y reformuladas y requete formuladas. Transcurridos los siete días, al octavo día al seguir el interrogatorio el hombre joven objeto de aquella detención al inicio de la nueva tanda de preguntas les dijo al grupo que le interrogaba, incluyendo al representante del Ministerio Público:

-Miren, está bien, y para yo evitarle un problema mayor a todos ustedes, voy a confesar…

-¿Cómo  que para evitarnos «un problema mayor« a todos nosotros, de qué diablo habla usted? Molesto le inquirió uno de los interrogadores.

-Yo sé porque les digo lo que les digo, pero olvídense de eso y manden a buscar al cura párroco de la Iglesia Católica al que le corresponde oficiar misa en el día de hoy y entonces yo voy a confesar.

-¿Un cura? Pero, ¿para qué un cura? ¿Y precisamente el que tiene asignado dar la misa de hoy? No nos haga perder tiempo y díganos ya qué usted hizo con el cadáver del anciano?    -Le espetó el oficial policial de rango superior allí presente.

-Sí, un cura, y al que le toca cantar misa hoy, esa es mi condición para yo confesar.     -Les dijo el detenido.

A lo cual, el representante del Ministerio Público les dijo a los policías allí presentes:

-¡Está bien, no hay problema! Comandante envíe uno de sus hombres a la Iglesia Católica ahí frente al Parque Central a buscar al cura al que le toca oficiar la misa de hoy. Vamos a ver qué es lo que este joven se trae entre manos.

Una hora y media después llegaba el policía subalterno acompañado del cura mandado a buscar y el oficial superior del departamento de homicidios le reclamó:

-¡Pero venga acá! ¿Y porqué diablo usted se demoró tanto para traer al cura?

-¡Señor: porque él no estaba en la Iglesia y tuvieron que llamarlo al celular para que fuese a la Iglesia ya que él estaba fuera de la ciudad y aunque los otros curas decían que cualquiera de ellos podía acompañarme yo le especifiqué que tenía que ser el cura seleccionado para cantar misa en el día de hoy! ¡Por eso fue, señor!     -Le respondió el subalterno inquirido.

Los policías y el representante del Ministerio Público saludaron con mucho respeto al cura y dicho representante del Ministerio Público le explicó al cura que el detenido para confesar había puesto como condición la presencia de un cura y que fuese aquél seleccionado para oficiar la misa ese día del interrogatorio.

-Bueno, pues, vamos arriba, hablemos con él.     –Dijo el cura.

Todos entraron a la habitación donde estaba el joven hombre detenido, sentado en una silla y custodiado por dos policías subalternos.

Se produjeron las correspondientes presentaciones e inmediatamente el hombre joven les dijo a todos:

-Sí, pero un momento: yo voy a confesarle al cura, ustedes tienen que salirse de la habitación, si quieren para tranquilidad de ustedes amárrenme de tal manera que yo no me pueda mover y luego déjenme hablarle al señor cura.     -Dijo tajantemente el hombre joven.

Aquello les causó todavía más sorpresa a todos los allí presentes que se quedaron mirándose atónitos entre sí.

-¡Está bien, no hay problema, Comandante que sus hombres lo  amarren de tal manera que ni pueda volarle arriba al cura ni salir huyendo de aquí!    -Dijo el representante del Ministerio Público, el cual añadió:

-…¡Vamos a ver qué diablo es lo que se trae este hombre entre manos!

Los policías procedieron a amarrar al joven hombre en la silla y en diferentes partes de su cuerpo de tal suerte que no podía hace el más mínimo movimiento garantizando así que ni podía volarle arriba al cura ni salir huyendo de allí e ipso facto procedieron a salir todos del lugar incluido el representante del Ministerio Público que así dejaban solos en aquella habitación cerrada al cura y al joven hombre.

-Bien hijo, vamos a ver para qué soy bueno, por favor dime qué es lo que pasa.   –Le  dijo el cura al hombre joven detenido.

-Padre excúseme que yo lo haya seleccionado a usted para que escuche mi confesión, pero creo que es el mal menor que puedo causar porque usted es solo una persona, no quiero que más personas salgan dañadas por mi culpa..

-¿Cómo así hijo? Por favor explícate…     -Lo interrumpió asombrado el cura.

El hombre joven continuó:

-Okay   -dijo el joven hombre-   padre, para que usted me entienda, tome usted la fotografía del anciano desaparecido que está en la carpeta arriba del escritorio del Comandante y dígame qué le dice esa fotografía.

Así lo hizo el cura y viendo la fotografía fijamente luego procedió a ver fijamente el rostro del hombre joven. Tras ello le dijo a éste:

-Parecería que usted y ése anciano tienen algún parentesco muy cercano, pues son muy parecidos…

El joven hombre le comentó al cura:

-Ese es el problema padre: que ése hombre viejo que está desaparecido soy yo mismo…

-¡¿Pero cómo va a ser?!    -Manifestó asombrado el cura.

-Sí padre, ése hombre viejo de la fotografía y éste hombre joven que está frente a usted somos la mismita persona. Como conocedor que es usted de La Biblia permítame preguntarle padre: ¿Usted sabe quién es Catafito en La Biblia?

-¡Claro que sí! ¿Cómo no lo voy a saber? Ese era el guardia romano que cuidaba la puerta del despacho donde Poncio Pilato conocía los casos que llevaban ante él.

-Respondió el cura.

 

-Padre: yo soy ése Catafito…

-¿Cómo va a ser? ¡Eso que usted me está diciendo es imposible!   -Lo interrumpió el cura más asombrado aún.

Y el hombre joven siguió diciéndole:

-Sí padre, yo soy ése Catafito, el mismo que menciona La Biblia. Desde que Jesucristo me condenó, por yo burlarme de él, a vivir hasta su nueva llegada, he vivido durante todos estos siglos posteriores a ese momento porque yo no puedo morir, porque yo soy y seré inmortal hasta ese día de la nueva llegada de Jesús. He recorrido prácticamente el mundo entero buscando señales de su llegada y mi estadía en este pueblo se debió a eso, tengo viviendo en Puerto Plata ochenta años corridos. Hace quince días atrás cumplí otros cien años de vida, es decir, un siglo más de mi existencia a partir de esa condena del hijo de Dios. Yo sufro el proceso de envejecimiento que sufre todo ser humano hasta los cien años y exactamente el día que cumplo esos cien años, es decir, cada vez que cumplo cien años sufro unos dolores terribles que me hacen revolcar en la cama durante varias horas. Pasados esos dolores mi cuerpo se regenera y asume la condición física de un hombre de veinticinco años de edad, por eso ése viejo que usted ve en esa fotografía es ahora éste hombre joven que le está hablando a usted.  A pesar de herirme para matarme ninguna persona puede matarme porque Jesucristo dijo que yo sólo moriría cuando él regresara nuevamente. Y hay otro problema que viene aparejado a mi inmortalidad condicionada y es que todo aquél que sepa mi identidad tiene por destino morir: sea a manos mías, sea a manos de otro, sea por cualquier otra causa que desata dicha revelación de mi identidad. Usted no va a morir a manos mías porque yo no lo voy a matar, Dios sabrá qué es lo que va a hacer con usted, pero sí le he rogado a él que usted no tenga una muerte sanguinaria. Por eso le pido a usted que hable con esas autoridades que me tienen retenido aquí para que me despachen, pero sin repetirle usted a ellos nada de lo que acabo de contarle a usted porque si usted les cuenta a ellos usted estaría condenándolos a todos ellos a tener una muerte violenta. Dígales que me dejen ir, pues yo necesito seguir explorando otros lugares en busca de las señales de la llegada de Jesucristo: necesito descansar en paz y sólo descansaré en paz cuando Jesucristo regrese. Haga eso por mí. Ese viejo de la fotografía no está muerto: está vivito y coleando frente a usted. Le pido excusa por haberlo seleccionado a usted para esta confesión. Pedí confesar frente a un cura porque ustedes los curas están más preparados mentalmente para la muerte que cualquier otra persona y por ello tienen más propensión al sacrificio para salvar a otros. Salve de morir a ésos policías y a ese funcionario del Ministerio Público.

Una profunda turbación se apoderó del sacerdote, el cual, después de sobreponerse a la revelación hecha por el joven hombre que tenía frente a sí, como un resorte abrió la puerta y les dijo a los policías del caso y al representante del Ministerio Público que esperaban frente a la puerta el desenlace del face to face entre el cura y el hombre joven detenido:

¡Suelten a ése hombre! ¡Suéltenlo rápido que es inocente de lo que ustedes creen! ¡No puedo decirles más, pero tengan la seguridad de que es inocente. Por favor el que me trajo que me lleve de inmediato de vuelta a mi Iglesia porque necesito poner en orden mis cosas…!

…Por una llamada telefónica efectuada a la sede eclesiástica ese mismo día el cura supo que habían puesto en libertad a Catafito unos treinta minutos después de montarse en el vehículo policial que lo condujo de vuelta a dicha Iglesia…

…Supo que los policías empezarían a seguir otra línea de investigación…

En la misa de las siete de la tarde de ese día el cura se mostró más enérgico y efusivo que nunca en su locuacidad, parecía que su poder de persuasión había sido amplificado por una fuerza poderosa y, entre otras cosas, dijo:

«…Dios tiene formas inimaginables de expresarse; hoy tuve una experiencia maravillosa que me hizo reafirmarme en mi creencia hacia él, en mi creencia hacia su hijo Jesucristo y en su palabra sagrada recogida en La Biblia. ¡Crean, crean de verdad, hermanos, en La Biblia porque ella es realmente la palabra de Dios! Todo lo que se dice en ella es cierto. Mi experiencia de hoy es la confirmación vívida de que Dios existe, de que no hay un solo resquicio de La Biblia que no se corresponda con la verdad; hasta el más recóndito detalle de La Biblia es verdad pura… ¡Estoy tan feliz de comprobar que La Biblia es la palabra de Dios que si algo me pasara me iría feliz…!…«

Fue la mejor misa de ése sacerdote, según los asistentes a diario a misa, por eso se le recuerda tanto después de ese día que fue la última vez que cantó misa, pues al otro día amaneció muerto en paz en su habitación de la Iglesia…

…La señora Tejeda, tras saberse la noticia de la muerte del sacerdote, sentada en la mecedora de su galería meditaba:

-«¡Cómo se van las gentes! El vecino desapareció, el que parece que lo mató también, y ahora se muere el cura Alberto de la Iglesia,…¡Tan buenas misas que daba!…«

Por Lic. Gregory Castellanos Ruano

Nota: Esto es ficción, pues se trata de un cuento histórico, es decir, de un cuento basado en una trama histórica pero moldeado por las licencias que el género en cuestión le permite al autor.