En los últimos días, un video viral ha suscitado debates en las redes sociales. En la grabación, se observa a una mujer en medio de una protesta tocando indebidamente a un miembro de la Policía Nacional. Lo que me resulta más inquietante es la reacción general: risas y burlas. Esto me lleva a preguntarme cómo serían los titulares si la situación fuera inversa. ¿Qué ocurriría si un hombre tocara indebidamente a una mujer? Sin duda, la reacción habría sido muy distinta.
Este incidente pone sobre la mesa una reflexión crucial sobre la equidad de género. Las mujeres hemos luchado durante décadas por igualdad en derechos y oportunidades, pero ¿hasta qué punto estamos dispuestas a asumir nuestras responsabilidades dentro de esa igualdad? No es coherente exigir equidad cuando, en algunos casos, preferimos refugiarnos en las ventajas que nos otorga nuestro género.
En una sociedad verdaderamente equitativa, donde hombres y mujeres compartan las mismas oportunidades y responsabilidades, el comportamiento de esta mujer no debería haber sido motivo de burla, sino de reproche. En lugar de tratar el incidente como algo trivial, deberíamos condenarlo con la misma fuerza con la que lo haríamos si los roles estuvieran invertidos.
El feminismo, entendido en su verdadera esencia, aboga por la igualdad de género, lo que significa tanto asumir derechos como deberes. Si realmente queremos equidad, no podemos permitirnos utilizar nuestro género como excusa para evitar ser juzgadas bajo las mismas reglas que aplican a los hombres. En este caso, la situación habría merecido una condena pública si un hombre hubiera tocado a una mujer de manera inapropiada. Entonces,
¿Por qué no exigir lo mismo en este caso?
Es hora de que hagamos una pausa como mujeres y pensemos en lo que realmente significa la equidad.
No podemos pedir igualdad solo cuando nos beneficia y luego refugiarnos en nuestro género cuando no nos conviene. Si pedimos igualdad salarial, oportunidades justas y un trato respetuoso en la sociedad, debemos estar dispuestas a ser juzgadas con los mismos criterios, sin excepciones.
Ser mujer no debe ser sinónimo de ventaja cuando se trata de la justicia o el comportamiento ético. Si aspiramos a un mundo en el que hombres y mujeres se traten como iguales, debemos rechazar acciones que perpetúan la desigualdad, incluso cuando esas acciones provienen de nosotras mismas.
Como mujer que respeta su rol en la sociedad, hago un llamado a la reflexión: debemos ser consistentes en nuestra lucha por la igualdad y aceptar tanto los derechos como las responsabilidades que vienen con ella. La equidad de género no se logra mediante privilegios, sino mediante un trato justo y equilibrado, en todos los ámbitos y para todos, sin distinciones.