Por Lic. Gregory Castellanos Ruano
Si la cacería de brujas de Salem ha quedado inmortalizada para la etenidad como un ejemplo neto de una persecución legal basada en la instrumentalización del aparato legal para doblegar o destruir a personas obstáculos usando de pretexto tipos penales religiosos y eso tardó siglos en ser comprendido, la misma situación se está dando con la cacería desatada contra el ex Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y parte de la cúpula de sus asistentes. La única diferencia es que la comprensión de la naturaleza de esta última persecución está obscenamente al desnudo.
El discurso pronunciado hace apenas unos días atrás por el actual Presidente de los Estados Unidos de América, Joe Biden, en Filadelfia, azuzando dicha persecución para que no se levante mano en la misma, es una vergüenza histórica.
Del país, Estados Unidos de América, donde uno menos creyó que se podrían escenificar los acontecimientos de persecución política que son bien conocidos como propios de los países con regímenes totalitarios o, cuando menos, autoritarios, de diferentes latitudes, estamos contemplando perplejos como Joe Biden echa por tierra doscientos y pico de años de tradición de tolerancia política y del no uso del instrumental legal para persecuciones injustas y marcadamente políticas.
Joe Biden está emulando a Daniel Ortega, de Nicaragua, a Nicolás Maduro, de Venezuela, a los Castro de Cuba, a Trujillo de República Dominicana, a los títeres de las mal llamadas Repúblicas Democráticas Populares de la Europa del Este, a Stalin en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), a Idí Amín Dadá en Uganda y a muchos otros que han desfilado como parte del bestiario gubernamental de diferentes países de nuestro mundo.
Lo triste del caso no va a ser sólo que sigan aplastando cada vez más y más a Donald Trump y a sus dirigentes fundamentales con claros artificios mandados a fabricar, sino lo que es más grave: que el sistema judicial estadounidense dejará de ser visto como el supuesto «modelo« con el que la propaganda cultural estadounidense se lo ha vendido al resto del mundo e igualmente quedará claro que las pasiones, las emociones y las ambiciones de un Rafael Leónidas Trujillo Molina o de un Daniel Ortega o de un Idí Amín Dadá también son dables, como en efecto se están dando, en quien hoy los emula a éllos desde el Salón Oval de La Casa Blanca: Joe Biden.
Pero igualmente queda y para siempre quedará claro que así como un Rafael Leónidas Trujillo Molina o un Daniel Ortega o un Idí Amín Dadá contaron con personas instrumentos facinerosos que se prestaron para sus propósitos deleznables, es decir, que así como Rafael Leónidas Trujillo Molina tuvo a un Johnny Abes, Hitler a un Himmler y a un Karl Roland Freisler, etcétera, lo mismo podrá decirse de Joe Biden y de quienes se están prestando de instrumentos, de sicarios morales, en el área del Ministerio Público y en el área de los jueces estadounidenses, para pretender darle espesor y volumen a dicha persecución de un tono, de un color y de un hedor marcadamente político que, por más esfuerzo que hagan al respecto, no podrán extraerle a la misma para pretender engañar a incautos.
Joe Biden y sus acólitos desterraron la decencia de la política estadounidense y latinoamericanizaron o, peor aún, ultraafricanizaron a los Estados Unidos en materia de persecución política. Las enseñanzas de Harlem y de las obras «1984« y «Rebelión en la granja« parece que Joe Biden y sus acólitos las quieren borrar…