Para poner en evidencia vamos a apelar a la metáfora de la rana hervida, la cual muere sin dolor en una cazuela llena de agua fría que es calentada poco a poco hasta que alcanza el estado de ebullición.
Pensemos que metemos una rana en una cazuela llena de agua fría; nadará tranquilamente. Si vamos calentando el recipiente a fuego lento, lo normal es que el animal no se dé cuenta y siga flotando apaciblemente.
Como parte del experimento la intensidad de la temperatura sigue aumentando y, aunque ya no sea la ideal para la rana, más que causarle malestar, el animal anfibio se adormece con gusto.
Una vez que el agua esté demasiado caliente, al batracio ya no le agrada la situación, pero su estado de debilidad le impide rebelarse y escapar. Pronto estará hervida.
Esta metáfora demuestra que el deterioro, si es lento, nos pasa inadvertido y no suscita oposición ni resistencia y ninguna rebeldía. Tal y como ocurre con la lenta deriva de la sociedad, a la que nos vamos acostumbrando sin rechistar.
Las peores aberraciones, los recortes de libertad y los atropellos a nuestra privacidad y nuestros valores se han llevado a cabo de manera subliminal y discreta y lo hemos aceptado como víctimas a las que les pasa inadvertido el daño que se les está imponiendo.
El agua se calienta a través de técnicas y herramientas que apelan, todas ellas, a nuestras emociones, lo más débil de nuestro sistema.