gregory castellanosPor Lic. Gregory Castellanos Ruano

Las reverberaciones del trabucazo de Mella y el grito de ‘’¡Viva la Separación: Dios, Patria y Libertad!« no dieron lugar a una adhesión espontánea por parte de Puerto de Plata al ideal de los conjurados febreristas. A diferencia de numerosos pueblos del interior que se pronunciaron en favor inmediatamente tuvieron conocimiento del intento de creación del Estado dominicano, Puerto de Plata vino a hacerlo unos quince días después de los acontecimientos de la Puerta del Conde. Ello se debió a que la noticia de los acontecimientos necesitaban de cierto tiempo expresado en una buena cantidad de días para llegar al conocimiento de los habitantes de Puerto de Plata.

La Junta Central Gubernativa constituida en Santo Domingo había nombrado a Pedro Ramón de Mena como Delegado con la misión de viajar a la zona del Cibao para lograr el apoyo de todos los pueblos de esta.

Después de que de Mena logró su objetivo en Santiago, organizó allí una pequeña columna bajo el mando del Coronel Juan de la Cruz (vegano), columna que constituía el doble de la cantidad de hombres reunidos por éste último en La Vega, para marchar sobre Puerto de Plata.

De Mena iba acompañado, además, de los ciudadanos santiagueses Juan Luis Franco Bidó, Domingo Daniel Pichardo y Pedro Ezequiel Guerrero.

Hasta Santiago habían llegado los rumores de las expresiones de valor del General de Brigada haitiano Cadet Antoine, quien se desempeñaba como Comandante del Distrito de Puerto Plata, en el sentido de que había que reducirlo a él para que la bandera haitiana pudiese ser arriada.

Producto de esa actitud de Cadet Antoine es que en Puerto de Plata se produce lo siguiente que narra George Lockward haciéndose eco de las palabras del pastor protestante inglés Tawler:

«Como en los días de la Reforma, todos los hombres habían sido reclutados para organizar puestos de guardia y servicios de patrulla. Nadie podía salir de la zona urbana sin un permiso del comandante de la plaza, ni entrar en ella, lo que dificultaba mucho la concurrencia a los cultos.« (Lockward, George A.: El Protestantismo en Dominicana, 2da edición, 1982, Cetec, páginas Nos. 175-176-178)

 

Así, en una carta fechada en Santiago once (11) de Marzo de mil ochocientos cuarenta y cuatro (1844)  dirigida por Román F. Bidó, Coronel del Estado Mayor, a los Comisionados de Santiago en San José de las Matas, dicho Coronel hace mención de lo siguiente:

«Puerto Plata está pronunciada pues la guardia Nacional ha declarado que no peleará con sus hermanos, pero el general ha dicho que si no fuerza él no entrega, por lo cual el Señor Comisionado parte de hoy a mañana con una división a hacerse entregar esa plaza. Aquí supimos por vía de Puerto Plata que el Guarico está en movimiento, pero entre ellos, más la última razón que hemos recibido, es: que el Guarico, Otrón y Ballajá se preparan para marchar contra nosotros, por lo que Uds. …«  (El Eco del Pueblo, No. 290, Santiago, diecisiete (17) de Abril de mil ochocientos noventa y uno (1891))

Efectivamente, ningún enfrentamiento habría de producirse entre haitianos y dominicanos: un oficial haitiano destacado en Puerto de Plata y de nombre Vallon Simon al aquilatar el estado de ánimo de los miembros dominicanos de la guardia cívica y de la guarnición militar de Puerto de Plata en el sentido de que no empuñarían las armas contra sus hermanos dominicanos, se dio cuenta de que la causa de su bando estaba perdida, por lo cual persuadió a un buen número de sus compañeros de armas haitianos para que de su parte no hubiera resistencia militar y, por ello, procedieron a asumir el control del Castillo o Fortaleza San Felipe desde donde se negó a obedecer las instrucciones de Cadet Antoine de resistir.

Así divididos los militares haitianos en Puerto de Plata, unos bajo el mando de su nuevo jefe militar, Vallon Simon, y los otros bajo el mando de Cadet Antoine desde el local que hacía el papel de especie de «Gobernación« (una oficina que tenía el General Cadet Antoine al lado del Ayuntamiento para vigilar y controlar directamente a este, tener más contacto con la población y despachar más rápido los asuntos; Cadet Antoine era el `Comandante Militar` de Puerto de Plata), se pusieron en comunicación informándole el emisario de Vallon Simon a Cadet Antoine que la causa de su rebelión era el evitar que los dominicanos cometiesen una masacre con todos los haitianos radicados en Puerto de Plata, tanto militares como civiles, y que por ello lo mejor era renunciar a hacer uso de las armas contra los dominicanos.

Por su parte, los puertoplateños, ante esta coyuntura, se organizaron rápidamente y a la cabeza de éllos quedó Don Antonio López Villanueva, que había sido Gobernador de la Común y durante la visita de Herard a Puerto de Plata en 1843 fue nombrado por éste Coronel de la Guardia Nacional (haitiana), y Comandante de la Plaza.

El señor López Villanueva era una persona de edad avanzada y gozaba de una gran prestancia en el seno de la comunidad puertoplateña.

Por su parte, otra persona de igualmente gran prestancia y ascendencia, el Cura de la comunidad, Padre Manuel González Regalado y Muñoz, alentaba la idea de la Independencia entre sus feligreses.

 

López Villanueva, en nombre de la ciudadanía de Puerto de Plata, exigió entonces al General Cadet Antoine la rendición de él y de sus tropas.

Rabioso e impotente ante la acción de su otrora subordinado Vallon Simon, Cadet Antoine, enterado, además, de la toma de Santiago por los dominicanos y de que éstos venían de camino para marchar sobre Puerto de Plata, no tuvo otra alternativa que empezar a hacer los preparativos para la entrega de la plaza a éstos últimos.

 

Cadet Antoine se había convencido de que sin el apoyo de todos los militares haitianos en Puerto de Plata toda resistencia suya y de sus hombres estaba condenada irremisiblemente al fracaso; al principio había planificado punir la «insolencia« de Don Antonio López Villanueva y los puertoplateños, pero Vallon Simon le convenció de que si hacía semejante cosa ninguno de los que le seguían siendo fieles se salvaría de la venganza de los dominicanos.

 

Una vez llegados a Puerto de Plata los patriotas dominicanos se enteraron detalladamente de la situación reinante y se pusieron en contacto con Don Antonio López Villanueva.

 

Cadet Antoine decidió negociar la capitulación con el representante de la Junta Central Gubernativa, Pedro de Mena, nombrando para ello una comisión integrada por los haitianos Prophile; A. Deetjen; D. Hilaire; V. Simon y B.P. Tashire.

 

Por su lado, la comisión nombrada por de Mena estaba formada por los patriotas santiagueses que le habían acompañado, es decir, por Juan Luis Franco Bidó, Domingo D. Pichardo y P. Ezequiel Guerrero.

 

Mientras se producían dichas negociaciones el General Cadet Antoine enterró en su finca `Marie Luoise` (Maluís) la fortuna que en metálico había amasado durante su truculenta dominación de los puertoplateños.

 

El Acta de Capitulación que se pactó era contentiva de catorce puntos o cláusulas, de las cuales el párrafo 11 estipulaba que: «la guardia cívica conservará sus armas, así como las tropas que forman la guarnición de Puerto Plata viniendo a ser fuerzas de la República Dominicana.«

 

A continuación reproducimos «in extenso« dicha Acta de Capitulación:

 

___ACTA DE CAPITULACION___

 

«Hoy, 14 de marzo de 1844, entre los miembros de la comisión nombrada por Don Pedro R. de Mena, delegado del Gobierno de la República Dominicana, y los oficiales nombrados por el General Cadet Antoine ha sido pactada la capitulación siguiente:

 

1.- El pabellón haitiano será arriado con honor y dignidad.

 

2.- El General Cadet Antoine desocupará el Fuerte, llevando desplegada la bandera haitiana, y acompañado por los militares, guardias nacionales  civiles que quieran seguirle; él se embarcará con ellos y con sus familiares llevándose sus equipajes.

 

3.- Antes de desocupar el Fuerte para embarcarse, el General Cadet Antoine remitirá a la persona que para ello será legalmente comisionada, un estado detallado de todo lo que se encuentre en el Puerto como propiedad del Gobierno haitiano; y las llaves del Puerto serán entregadas en el momento que el General efectúe la desocupación.

 

4.- Los haitianos sin distinción de personas, serán respetados y protegidos.

 

5.- Las propiedades de los haitianos legalmente adquiridas y libres de hipotecas serán respetadas y garantizadas; sus propietarios podrán disponer de ellas con toda libertad.

 

6.- Los haitianos que quieran residir en Puerto Plata naturalizándose dominicanos deberán, antes de prestar juramento de adhesión a la Independencia dominicana; solicitar antes el consentimiento de la Junta Gubernativa de Santo Domingo, dentro del término de un mes; pasado ese término aquéllos que no hayan prestado juramento serán considerados como extranjeros.

 

7.- Ningún obstáculo se pondrá a la salida de aquéllos que quieran ausentarse de la población.

 

8.- Se concederán salvoconductos a aquéllos que prefieren tomar la vía de tierra mejor que la de mar.

9.- No se ejercerá persecución ninguna contra aquéllos que hayan manifestado cualquiera opinión antes de la capitulación.

 

10.- Los extranjeros serán protegidos así como sus intereses.

 

11.- La guardia cívica conservará sus armas, así como las tropas que forman la guarnición de Puerto Plata viniendo a ser fuerzas de la República Dominicana. Los haitianos que quieran ausentarse del país, se llevarán sus armas, pero los soldados las depositarán en el arsenal.

 

12.- El General Cadet Antoine y aquéllos que quieran segurile, tendrán la facultad de embarcarse en cualquier buque inmediatamente después que se haya hecho la entrega del Fuerte y del Tesoro, quedando por cuenta del Gobierno Dominicano sus gastos de transporte de él y de aquéllos que lo acompañen. El embarque se efectuará por detrás del Fuerete.

 

13.- En cuanto a los sueldos atrasados y a los suministros hechos a la Administración hasta esta fecha, ellos serán pagos de la manera explicada en el Artículo 9 de la capitulación de Santo Domingo.

 

14.- Franqueza y lealtad en la conducta de ambas partes.

 

Hecho por duplicado en Puerto Plata el día, mes y año ya indicados.

 

La Comisión nombrada por el General Cadet Antoine.

 

Firmados:       Prophile.-           A.Deetjen.-            D. Hilaire.-              V. Simon.-

 

B.P. Tashire.-

 

La Comisión nombrada por la Junta Gubernativa de Santo Domingo.

 

Firmados: Juan Luis Franco Bidó.-                        Domingo D. Pichardo.-

 

  1. Ezequiel Guerrero.

 

El Secretario provincial, Michel Fils.

 

Aprobado.

 

El General de Brigada Comandante del Distrito de Puerto Plata, Cadet Antoine.«

(Feuille du Commerce, Port-au-Prince, 23 Juin 1844)

 

Una vez desocupado el Fuerte (El Castillo), y mientras se arriaba el pabellón haitiano «con honor y dignidad«, de Mena procedió a izar ipso facto la bandera dominicana que tremolaba así por vez primera agitada por los vientos de esta parte del Atlántico.

 

Aquel acto público era testimonio manifiesto del reconocimiento de Puerto de Plata de que formaba parte de una comunidad más vasta que quería organizarse jurídicamente de modo independiente: la Nación dominicana.

 

En virtud del citado acuerdo los militares dominicanos pasaron a formar parte de la milicia del nuevo Estado, y una buena parte de los ciudadanos haitianos, la inmensa mayor parte, emigró con rumbo hacia Haití.

 

Otra parte de los ciudadanos haitianos habría de irse en los días subsiguientes al comprobar el clima de odio y resentimiento existente en su contra. Otros tras la batalla del 30 de Marzo, como se verá más adelante.

 

Desde su perspectiva el predicador protestante inglés Tawler (no enterado de las interioridades de la división que había acontecido entre los militares haitianos a consecuencia del golpe de mano dado por Vallon Simon y los militares haitianos que le seguían) nos describe parte de estos hechos de la siguiente manera:

1.-  «El primero de abril llegó a Puerto Plata la noticia del triunfo de los dominicanos; dos (¿sic?GC) días antes en Santiago de los Caballeros. Asimismo que habían logrado éxitos militares en el Sur y que el Presidente haitiano había muerto.« (Lockward, George A.: El Protestantismo en Dominicana, 2da edición, 1982, Cetec, páginas Nos. 175-176-178)

 

2.- «El 6 de abril se supo que Francia reconocía la independencia dominicana y amenazaba con invadir a Haití, en vista de que no le había pagado valores acordados en un tratado. Al oir esto, Tawler exclamó: «Pobre Haití, destrozado por la guerra civil y amenazado de invasión por una poderosa potencia enemiga«. En esos días se esperaba la llegada de una invasión haitiana. Tawler decidió izar la bandera inglesa en la propiedad de la misión wesleyana y fueron muchos los emigrados estadounidenses y otros inmigrantes que se trasladaron allí con sus colchones y otras pertenencias para sentirse seguros en territorio neutral. El 16 de abril le mandó a buscar el comandante dominicano con invitación de que le visitara en su oficina, allí se le dijo que, aunque los dominicanos deseaban restablecer la religión católica-romana en todo su esplendor no deseaban que ningún protestante se fuera del país. Que, como era de costumbre, los protestantes podrían continuar celebrando los servicios de su religión, pues los cultos serían tolerados y protegidos. Las noticias de que se habían dado al Arzobispo de Santo Domingo demostraciones de que sería el jefe religioso del país llegaron a Puerto Plata y gravitaba sobre la configuración de una dura prueba ante tal perspectiva. Los miembros de la sociedad metodista se sentían inseguros y estaban temerosos de reunirse. Tawler dice que en esa ocasión, como en otras tribulaciones, la lectura de los salmos los confortó mucho durante tales días. A cada momento circulaban falsas noticias de invasiones haitianas que mantenían intranquila la población. Más tarde informa que la «mayoría de nuestra gente ha regresado a Puerto Plata y está asistiendo a los servicios religiosos. Los funcionarios del nuevo gobierno han informado que no desean perturbarnos en modo alguno en lo relativo a nuestra religión, la cual será tolerada y protegida, y agrega: «No han interferido de ninguna manera nuestros cultos«. Dice que sólo tuvo que apenarse porque hicieron preso y se llevaron para Santo Domingo al maestro de francés de la escuela metodista. Las autoridades dijeron que se vieron obligados a hacerlo, pero muchos de la congregación aseguraron que se le redujo a prisión por hablar con libertad de las falacias de algunos principios católico-romanos en cuanto a las Sagradas Escrituras. Varios de los feligreses metodistas abandonaron la isla por temor de que se siguieran haciendo detenciones sin celebrar juicio público y contradictorio, como se hizo con el maestro de francés. Tawler dice: «Ignoramos cuál fue el destino  de nuestro maestro de francés, tan útil en la escuela metodista de Puerto Plata, pero a nadie puede escapársele que la inferioridad en número de los habitantes del Este, de habla española, respecto a los de la parte de habla francesa, de Haití, no podía permitirles que se dieran el lujo de que se fueran del país los protestantes, máxime cuando todos los protestantes jóvenes servían en las filas del Ejército Dominicano, sin aspiraciones de rango, pero dispuestos a batirse por una bandera que lleva la cruz y un escudo que pone primero a Dios. Los protestantes habían tomado parte en la Guardia Nacional durante la ocupación haitiana, junto con los nativos de habla española y francesa, y constituían un contingente humano valioso para el Ejército dominicano amenazado de invasiones haitianas.« (Lockward, George A.: El Protestantismo en Dominicana, 2da edición, 1982, Cetec, páginas Nos. 179-180)

 

3.- «En su carta del 9 de abril de 1844 informa Tawler que los habitantes de la parte Este de la isla se han levantado contra el gobierno de Puerto Príncipe determinados a tener su propio gobierno, separado del de Occidente.(3). En una sucinta relación de los hechos acontecidos en la ciudad de Santo Domingo, dice que los vecinos de dicha ciudad la declararon capital de la República Dominicana. Explica que, en la porción que se había declarado separada de Haití, la mayor parte de la población es de habla española y favorable al cambio, lo que se puso en evidencia en la poca o ninguna oposición habida en bajar la bandera haitiana y sustituirla por la dominicana en todos los pueblos, sin resistencia alguna. La noticia de la declaración de independencia, proclamada el 27 de febrero de 1844 en Santo Domingo llegó a Puerto Plata el día 6 de marzo siguiente. Fue anunciada con salvas de artillería en la Fortaleza San Felipe, cañonazos que, al mismo tiempo, convocaban a la Guardia Nacional, compuesta por todos los ciudadanos hábiles para el servicio militar. El domingo siguiente se notaba gran exaltación de ánimo debido a las noticias recibidas de que se acercaba a Puerto Plata el Ejército dominicano. Gran número de niños y mujeres fueron evacuados de la población a bordo de los barcos anclados en el puerto. Tawler dice que fue a la playa y se maravilló por el espectáculo que se ofrecía a sus ojos. Hombres que embarcaban sus pertenencias de valor, mujeres cargadas de baúles y bultos que caminaban con el agua hasta la rodilla, afanados todos por embarcarse en botes que iban y venían llevando la gente a los barcos. Era raro ver a un hombre desarmado. Lo común era que llevaran dos pistolas al cinto. El general haitiano se había retirado a la fortaleza con alrededor de dos compañías de tropa de la Guardia Nacional, formada por los que habían decidido, espontáneamente, acompañarle. Frente al temor de que se librara un combate en los terrenos que median entren la ciudad y la fortaleza, y que pusiera en peligro las vidas de pacíficos habitantes, el mismo Tawler llevó a bordo de uno de los barcos a toda su familia. Los dominicanos gestionaron la entrega pacífica de la Fortaleza e invitaron al general haitiano a presentar los términos de su capitulación, pues expresaron que no deseaban derramar sangre. El 14 de marzo de 1844 se bajó la bandera haitiana y se izó la dominicana. Al general haitiano se le permitió embarcarse, en un barco facilitado por el gobierno dominicano. La actitud dominicana informada por el Rev. Tawler pudo ser uno de los factores de decisión del gobierno inglés a favor de la causa dominicana. Tawler describe la bandera dominicana izada en la Fortaleza San Felipe, diciendo que tiene una cruz y ostenta en el escudo nacional las palabras «Dios, Patria, Separación« y concluye diciendo que «es la misma haitiana, a la cual se le agrega una cruz blanca«.« (Lockward, George A.: El Protestantismo en Dominicana, 2da edición, 1982, Cetec, páginas Nos. 175-176-177)

 

En lo de que «es la misma (bandera.GC) haitiana, a la cual se le agrega una cruz blanca« Tawler incurre en un craso error, pues la bandera haitiana era roja y negra, no roja y azul: parecería que Tawler sufría de un defecto de la visión que a ciertas personas no les permite diferenciar el negro del azul.

 

La inmensa mayor parte de la población que durante los veintidós (22) años de La Ocupación haitiana había vivido en Puerto de Plata estaba compuesta por extranjeros: 1.- por un lado los haitianos; y 2.- por el otro lado personas provenientes de países extranjeros que no eran Haití. La parte de componentes criollos de la población de Puerto de Plata era numéricamente inferior a la de todos esos extranjeros que se habían radicado en Puerto de Plata, por eso los partidarios de la independencia eran una minoría frente a todos aquéllos extranjeros, de los cuales los haitianos, como es natural, jamás iban a ser partidarios de romper con Haití; y, por el otro lado, los demás extranjeros que no eran haitianos eran personas que preferían no inmiscuirse en los asuntos políticos; es a la luz de esto que se entiende la expresión del historiador puertoplateño Don Rufino Martínez que resalta George Lockward: «…abundaban en Puerto Plata familias que habían venido de Haití. Don Rufino Martínez dice que pocos había en Puerto Plata partidarios de la separación, pues abundaban los haitianos y predominaban los extranjeros.« (Nota de Lockward, George: Cartas de Cardy, Primer Misionero Metodista en Samaná, página No. 20)

 

Ahora bien, ¿porqué los criollos puertoplateños sí  se adhirieron al movimiento anti-haitiano? Puerto Plata apoyó la Separación del Estado haitiano porque tenía la misma cultura, la misma identidad que Santiago y otras partes del Cibao, las cuales ya se habían pronunciado en favor de dicha Separación; a lo cual se sumaba que los puertoplateños razonaban que de no plegarse a ella, como lo hicieron esos otros pueblos del Cibao, perderían todo el negocio producto de la exportación del tabaco de esta última población, lo cual constituía la principal y más importante fuente de riqueza de Puerto de Plata; es decir, permanecer unida Puerto de Plata a Haití, sin la exportación del tabaco cibaeño (que hubiera tenido que realizarse entonces por otro puerto del país), no tenía razón de ser alguna; además de que la mayor parte de la exportación del mismo producto cibaeño que se realizaba por puertos haitianos a consecuencia de la medida del tres (3) de Abril de mil ochocientos treinta (1830) del Gobierno de ese país, podría ahora exportarse por el puerto de Puerto de Plata si esta se plegaba al movimiento separatista.

 

Los referidos vínculos de sangre y de costumbre y los odios y resentimientos provocados por los desmanes y tropelías de los oficiales haitianos, junto a esa perspectiva económica halagüeña, fueron decisivos para que la ciudadanía puertoplateña se sumase al proyecto separatista.

 

En mil ochocientos cuarenta y cuatro (1844) habían en Puerto de Plata dieciséis (16) firmas importadoras-exportadoras las cuales se dedicaban fundamentalmente a la exportación del tabaco del Cibao.

 

De dichas dieciséis (16) firmas, catorce (14) eran de apellidos extranjeros. Entre ellos se pueden citar: Stubbe and Sander, M. Capure, J. Waltading, John Poloney, etc. (Lluberes, Antonio: «La economía del tabaco en el Cibao«, Revista Eme Eme, No. 21, páginas Nos. 45-46)

 

Es decir, que la inmensa mayoría del capital comercial pertenecía a extranjeros.

«En Puerto Plata, el comercio estaba…en manos de extranjeros alemanes en su mayoría, representantes de casas importadoras de tabaco en Alemania o en Holanda, existiendo, además, varios judíos que representaban firmas de Curazao o de Saint Thomas, hacia donde también se exportaba bastante tabaco dominicano.« (Moya Pons, Frank: «Datos sobre la economía dominicana durante la Primera República«, Revista Eme Eme, No. 24, página No. 26)

 

A diferencia de la generalidad de lo que ocurría en otras partes del país: «En el interior del país, el comercio estaba en manos de dominicanos y de muy pocos extranjeros. Este era un comercio de poca monta, dependiente de los grandes importadores de los dos puertos principales, con excepción  de los comerciantes de Santiago, que poseían grandes capitales y a veces exportaban e importaban por su cuenta, atendiendo un mercado interno compuesto por la masa de cultivadores y productores de tabaco, andullos y cigarros en toda la zona cibaeña…, el comercio de Santo Domingo se especializaba en la exportación de maderas, cueros y cera de abejas, principalmente, además de otros productos de la tierra. Mientras importaban harinas, telas, licores y quincallería de Estados Unidos, Francia, Saint Thomas y Curazao.« (Moya Pons, Frank: «Datos sobre la economía dominicana durante la Primera República«, Revista Eme Eme, No. 24, páginas Nos. 25-26)

 

El comercio de importación dominicano estaba en gran parte financiado por los comerciantes mayoristas de Saint Thomas, quienes facilitaban créditos a los representantes dominicanos, entre ellos a los puertoplateños, y les vendían mercancías a largo plazo, y algunos de éllos estaban  asociados con las grandes casas exportadoras del país, incluidas entre ellas las de Puerto de Plata.

 

«Este papel de financiadores del comercio de importación dominicano por parte de los comerciantes mayoristas de Saint Thomas tiene una larga historia sin la cual es muy difícil comprender la historia política y económica de la Primera República y aún de los años posteriores a la Guerra de la Restauración, pues éllos no sólo facilitaron los créditos que los comerciantes dominicanos necesitaban, vendiéndoles las mercancías a largos plazos, sino que también estaban asociados con las grandes casas exportadoras dominicanas,…«

(Moya Pons, Frank: «Datos sobre la economía dominicana durante la Primera República«, Revista Eme Eme, No. 24, página No. 41)

 

La condición de Saint Thomas de puerto libre próximo al país, les permitía a los comerciantes de Saint Thomas venderles a precios para la época muy buenos a los comerciantes puertoplateños.

 

Así, pues, en la cúspide de la estructura de clases de Puerto Plata había una burguesía comercial (extranjera casi totalmente), que se dedicaba a la importación y a la exportación.

 

El mismo Antonio López Villanueva era uno de los principales comerciante de Puerto de Plata: tenía una casa de comercio que operaba bajo la razón social «A.L. Villanueva y Co.«

 

Cuando era evidente que el naciente Estado estaba amenazado de ser destruido por las hordas de Occidente, una cantidad apreciable de puertoplateños acudió presta a ponerse al servicio de la República en Armas.  Estas batallas con los haitianos y la amenaza de una nueva dominación que ellas conllevaban dio lugar a que el comercio importador se paralizara, lo mismo que la exportación, pues la agricultura fue abandonada para poder hacer frente a los haitianos. Todo ello se sintió fuertemente en la vida económica de Puerto de Plata contribuyendo tal cosa a reforzar el sentimiento de adhesión de los puertoplateños al resto del país, pues los puertoplateños sabían que sin la exportación del tabaco cibaeño por su puerto, Puerto de Plata no tendría la vida comercial que se derivaba de dicha actividad.

 

«Cuando los haitianos fueron expulsados del país en marzo de 1844, apenas dejaron en la (sic) cajas del Tesoro Público en las ciudades de Santo Domingo y Puerto Plata, las sumas de $6,068.64 pesos fuertes y $5,093.77 pesos en moneda nacional, que apenas si alcanzaron para cubrir los primeros movimientos de tropas en marzo de 1844.« (Moya Pons, Frank, ob. cit., No. 24, páginas Nos. 29 y 30)

 

La derrota sufrida por los haitianos en la batalla del 30 de Marzo llevó a creer en Puerto de Plata que la expulsión de aquéllos era definitiva, lo cual, a su vez, condujo a que numerosos puertoplateños despojasen de sus propiedades a numerosos haitianos que se habían quedado, lo mismo que expropiasen las de aquéllos que ya se habían marchado; estos despojadores fueron los expropiados durante la ocupación haitiana, o sus descendientes. Sobre este particular se refiere que Cadet Antoine en una carta pública de fecha dieciséis (16) de Abril de mil ochocientos cuarenta y cuatro (1844) y escrita en Cabo Haitiano diciendo que algunos haitianos que salieron «huyendo de las persecuciones de las autoridades de dicho lugar« hicieron de su conocimiento «hechos que constituyen una flagrante violación de la capitulación del 14 de marzo, capitulación obtenida por 134 ciudadanos que siguieron fieles a la causa de la República de Haití.GC): dicen que los ciudadanos que no han podido seguirme son detenidos y encarcelados y que reciben el peor tratamiento y que los que se niegan a adherirse a su República (la dominicana.GC) son conducidos a Santo Domingo, siendo nuestras propiedades vendidas o incautadas«. (Feuille du Commerce, Port-au-Prince, 23 Juin 1844)

 

Cadet Antoine se refería así a las acciones consecuencias del Decreto de la Junta Central Gubernativa promulgado el veinte (20) de Abril de mil ochocientos cuarenta y cuatro (1844) incautando los bienes de los haitianos que residían en el territorio de la República Dominicana.

 

Cuando la Junta Central Gubernativa, presidida a la sazón por Sánchez, designó delegado para la zona del Cibao a Duarte para que apaciguara la tirantez política existente en Santiago entre los partidarios de José María Imbert y aquéllos que acusaban a éste de buscar el protectorado de Francia y, además, para que procediese a la elección e instauración de los cuerpos municipales, el Padre de la Patria nombró una Delegación compuesta por el Coronel Pedro Ramón de Mena, José Ramón del Orve y Domingo de la Rocha para que le ayudase en esa tarea en Puerto de Plata. Domingo de la Rocha era propietario de enormes cantidades de tierras en El Seybo (de donde era Santana), y era considerado uno de los propietarios de tierras más rico en esta parte Este de la isla.

 

Dicha designación la hizo Duarte estando en Santiago.

 

La referida Delegación nombrada por Duarte procedió a organizar el ejército del naciente Estado en Puerto de Plata y a tal fin dispuso el ascenso de los individuos que en su concepto, y por su trato, le inspiraban confianza. Sobre ellos los componentes de la Delegación realizaron una campaña de propaganda en favor de la figura del General Pedro Santana, especialmente Pedro de Mena, y dejaron a Don Antonio López Villanueva como «Comandante General del Departamento de Puerto Plata«.

 

Así mismo, dicha Delegación le solicitó al Administrador de Hacienda de Puerto de Plata, señor Domingo Pichardo, una cuenta o relación general sobre el ingreso y el egreso de dicha Administración de Hacienda hasta el treinta y uno (31) de Mayo último. El señor Pichardo cumplió con lo que le fuera solicitado y a tal efecto presentó también comprobantes justificativos de dicha cuenta solicitádale. También investigó  la Delegación referida la situación de caja del Tesorero de Puerto Plata hasta el quince (15) de Junio último.

 

Al término de su tarea la Delegación se marchó a Santiago con un cúmulo de documentos con la finalidad de hacer entrega del mismo al Comandante General de dicho Distrito, tal y como expresamente se lo había ordenado Duarte.

 

Los miembros de esa Delegación dejaron en Puerto de Plata, por olvido, los documentos justificativos de la relación que les rindiera el Administrado de Hacienda de Puerto de Plata; a la vez que se llevaron una nota de observaciones que hizo la Administración General de Hacienda en Santo Domingo sobre las anteriores relaciones o cuentas rendidas por la de Puerto de Plata.

 

Una vez que el Perínclito Padre de la Patria cumplió su misión en la ciudad de los Treinta Caballeros donde sus partidarios le proclamaron Presidente, pasó a Puerto de Plata el día nueve (9) de Julio llegando el día diez (10) de dicho mes.

 

En Puerto de Plata, la noticia de su llegada corrió como reguero de pólvora y los notables de la villa se pusieron en contacto con él. Dichos notables acordaron la celebración de un Te-Deum en la Iglesia y de un acto cívico en el Cabildo y se lo comunicaron a Duarte invitándole a los mismos.

 

El día once (11) el recibimiento de Duarte en la hoy Costa de Ambar estuvo colmado de alegría y estruendosas manifestaciones. La jubilosa ciudadanía embanderó sus hogares y saludaba al joven patricio con banderines y pañuelos mientras éste se paseaba con su Estado Mayor por las calles de la ciudad norteña.

 

¡Qué embelesamiento debió haber tenido al contemplar las bellezas naturales del entorno de la ciudad y al dirigir su mirada hacia esa mole de la naturaleza, el Monte de Plata posteriormente llamado Isabel de Torres, hoy adornado por la imagen de bronce del Mártir del Gólgota!

 

La información de los aludidos actos fue hecha rodar entre la ciudadanía desde la misma noche de la reunión de los notables con Duarte. Y así ese día 11 las campanas de la Iglesia tocaron a rebato invitando locamente a la celebración del acto religioso rápidamente convenido.

La ciudadanía puertoplateña asistió masivamente al mismo y se colocó en las naves de los dos lados de la Iglesia, dejando la nave del centro, en su parte delantera, a las autoridades civiles y militares allí presentes (entre éllas Duarte y el Estado Mayor que le acompañaba), al tiempo que también ocupaba la parte trasera de esta última nave.

 

Luego de una espera caracterizada por la expectativa y la ansiedad hizo su aparición el Presbítero Dr. Manuel González Regalado y Muñoz, quien previo al comienzo de su intervención pidió a Duarte que encaminara sus pasos hacia la parte derecha del Presbiterio, también les pidió tal cosa a Matías Ramón Mella, que acompañaba a Duarte, a Antonio López Villanueva y a Pedro Dubocq, que se encontraba al lado de los dos primeros en la nave central de la Iglesia.

 

Una vez llegados éstos al lugar indicádoles, el Padre González Regalado los hizo subir al Altar Mayor e inmediatamente principió su Te-Deum. Este lo finalizó el sacerdote exhortando a los ciudadanos puertoplateños allí reunidos «a reconocimiento, adhesión y gratitud hacia el más sano de corazón y devoto de pensamiento de los libertadores de América, ungido por la Providencia para hacer puro y fraterno el sentimiento de los dominicanos y conducir el extraviado destino de la República por los santos caminos de la Fe Divina y el amor a los sagrados fueros ciudadanos«.  (González Regalado y Muñoz, Manuel: «Memorias a pluma de la Parroquia y Fortaleza de Puerto Plata«).

 

Al tiempo que pronunciaba las citadas palabras el Padre González Regalado y Muñoz señalaba a Duarte.  También invitó al pueblo a que acudiese al acto cívico que aquel mismo día habría de celebrarse en el Cabildo.

 

El último acto que tuvo lugar en aquel templo fue la entrega de un ramillete de flores y un laurel que le hiciera la joven puertoplateña Henrieta Simonis a Duarte.

 

A la hora que anunciara el sacerdote se produjo el acto señalado en los salones del Cabildo puertoplateño; en medio de un apoteósico recibimiento Duarte había encaminado sus pasos hacia el local del Ayuntamiento, donde debía de reunirse con los principales de la ciudad.

 

Ya en su interior, el acto celebrado en aquél Honorable recinto tuvo como asunto principal el pedimento que se le hizo al preexcelso personaje de que aceptara la Presidencia de la República porque el pueblo de Puerto Plata se pronunciaba porque fuera él el Presidente del recién nacido Estado.

 

Don Antonio López Villanueva, Comandante de Armas de la plaza, leyó en voz alta el Acta de Pronunciamiento de Puerto de Plata en tal sentido e inmediatamente, en medio de vítores y estruendosos aplausos pronunciados y realizados por los concurrentes puestos solemnemente de pie, procedió a hacer entrega a Duarte de dicha Acta de Pronunciamiento.

 

En Acta en cuestión rezaba:

 

«Puerto Plata, Julio 11 de 1844, 1ro. de la Patria.

 

Comandancia General del Departamento

 

Sr. Gral.  J. P. Duarte:

 

La copia adjunta, que tengo el honor de acompañaros, es el acto de pronunciamiento de esta población por la Presidencia de la República en vuestra persona.

 

Admitid, Señor, este voto de vuestros conciudadanos y permitidme prestaros las consideraciones de respeto con que me profiero vuestro humilde servidor,

A.L. Villanueva

Excmo. Señor Presidente de la República.«

 

Luego el Padre González Regalado, quien fungió como maestro de ceremonia, exhortó al joven patricio «a no desmayar en sus propósitos de salvación patria hasta confundir a los pretenciosos de usurparle sus credenciales de único elegido para conducir los destinos de la tierra recién libertada«, y fue donde Duarte y le abrazó.

 

Cuando le tocó su turno a Duarte, éste dijo: «Yo proclamo solemnemente en presencia de tantos ciudadanos que expresan sincera inclinación a mis propósitos republicanos, que a pesar de las hondas heridas que sangran en mi alma, el perdón, la justicia y el sumo bien de la Patria serán mis formas individuales y políticas hasta el fin de mi existencia«.  (González Regalado y Muñoz, Manuel: «Memorias a Pluma de la Parroquia y Fortaleza de Puerto Plata«)

 

Puerto de Plata, a consecuencia de la labor de propaganda realizada por Manuel Leguizamón y Silvano Pujol (en tiempos de la dominación haitiana) sólo conocía a Duarte como el primero en propugnar por la Separación de Haití para constituir un Estado independiente, y por eso lo apoteósico de su recibimiento.

 

En cuanto al insistente pedido la contesta de Duarte fue la de que había que ponderar más detenidamente la respuesta que tanto a éllos como a los demás pueblos del Cibao debía de dar.

 

La respuesta la envió el patricio estando ya de vuelta en Santiago. Decía en ella:

 

«Sed felices, hijos de Puerto Plata, y mi corazón estará satisfecho aún exonerado del mando que quereis que obtenga; pero sed justos los primeros, si queréis ser felices. Ese es el primer deber del hombre; y sed unidos, y así apagareis la tea de la discordia y venceréis a vuestros enemigos, y la patria será libre y salva. Yo obtendré la mayor recompensa, la única a que aspiro, al veros libre, felices, independientes y tranquilos.«

 

Después del golpe de Estado dado por Santana a la Junta Central Gubernativa y de reorganizarla con nuevos miembros que le eran incondicionales se produce el encontronazo entre las aspiraciones políticas del Chacal de Guabatico apoyado por el Ejército que hasta entonces había tenido bajo su mando y las de los demás pueblos del Cibao que iban a ser expresadas en Santo Domingo por el Coronel Domingo Mallol y el Comandante Juan Luis Franco Bidó a quienes para tal fin había comisionado Mella.

 

Los nombrados desconocían el cambio que había tenido lugar en la correlación de fuerzas políticas y cuando dieron lectura al comunicado del Inmortal de la Puerta del Conde, los miembros de la Junta expresaron su absoluta oposición al contenido de la misiva y en una resolución, la No. 17 de la Junta, declararon a «los Generales de brigada J. P. Duarte, Ramón Mella, Francisco Sánchez; los comandantes Pina…traidores e infieles a la Patria, y como tales indignos de los empleos y cargos que ejercían, de los que quedan depuestos y destituidos desde este día; ordena que todos ellos sean inmediatamente desterrrados y extrañados a perpetuidad del país, sin que puedan volver a poner el pie en el él, bajo la pena de muerte…«

 

La noticia de esta resolución consternó a los pueblos del Cibao y desde Puerto de Plata viajaron de inmediato a Santiago el Padre Manuel González Regalado y el General Don Antonio López Villanueva para pedirle a Mella que celebrase una reunión de las personalidades de Santiago a fin de determinar qué posición tomar frente a los acontecimientos.

 

De esa reunión salió nombrada una comisión que habría de viajar a Santo Domingo con la finalidad de proponer que la situación fuese solucionada mediante la celebración de unas elecciones en la que la elección de la Nación se considerase «como irrevocable«.

 

Duarte, que asistió a la reunión, se mostró conteste, y aconsejado por López Villanueva y el Padre González Regalado partió de inmediato con destino a Puerto de Plata donde se hospeda en una quinta situada en las faldas de la montaña Isabel de Torres, propiedad del primero de aquéllos dos consejeros.

 

El desenlace: el apresamiento de Mella cuando llega a la Capital resuelto a aclarar la situación, y el control total de la situación por Santana.

 

En el Cibao el General Salcedo, en virtud de un acuerdo a que llegara con el General Pedro de Mena, promovió un pronunciamiento entre los militares de Moca y de Santiago en favor de Pedro Santana.  El Comandante de La Vega, Bartolo Mejía, también hizo lo mismo debido a la influencia que sobre él ejercían Salcedo y de Mena.  Lo mismo sucedió en las demás poblaciones cibaeñas.

 

Al enterarse los militares puertoplateños, ascendidos y organizados por Pedro de Mena y demás santanistas anteriormente indicados, que las otras guarniciones de los demás pueblos del Cibao (comandadas por militares que también respondían a de Mena), se pronunciaron en favor de Santana, ellos también decidieron hacer un pronunciamiento similar en esta ciudad atlántica y así lo hicieron, desconocieron la autoridad de su duartista Comandante Antonio López Villanueva y dispararon desde el fuerte una salva de veintiún (21) cañonazos.

 

Duarte y toda la población de Puerto de Plata escucharon los cañonazos enterándose así de que algún grave acontecimiento había tenido lugar. Luego supieron la etiología de los cañonazos. Como bien señala Mao Tse Tung, el Poder nace de la boca del fusil: los militares puertoplateños respondían a Pedro de Mena y éste, a su vez, a Santana, por eso éste recibió el apoyo de la guarnición militar de Puerto de Plata.

 

Desde Santo Domingo fue despachada la goleta de guerra «Separación Dominicana« capitaneada  por el Coronel Juan Bautista Cambiaso y llevando a bordo al que habría de ejecutar la orden de conducir a Duarte en calidad de preso a la capital dominicana, ¿quién? Pedro de Mena, el mismo que izara la bandera dominicana en la ciudad atlántica el pasado catorce (14) de Marzo.

 

Una vez en Puerto de Plata, de Mena se hizo acompañar de sus seguidores a la quinta donde se encontraba hospedado Duarte y allí hicieron preso al Padre de la Patria llevándolo a la fortaleza San Felipe o Castillo de Puerto de Plata.

 

Según Pedro L. Bergés Vidal, en su «Cronología de Duarte«, éste se hallaba en la hacienda de su amigo, el ex oficial del Ejército francés, Pedro Dubocq, en Jamao, cerca de Puerto de Plata, cuando de Mena lo apresó; es la única versión en tal sentido que pudimos hallar, pues todas las demás coinciden en que Duarte, al momento de su apresamiento, se encontraba en la quinta ya referida de López Villanueva.  Sin embargo: Don Pedro Dubocq le acompañaba a él (Duarte), y demás componentes de su Estado Mayor cuando eran llevados hacia la fortaleza.

 

En sus «Memorias a Pluma de la Parroquia y Fortaleza de Puerto Plata« el Padre González Regalado nos narra que:

 

«En la tarde del 27 de Agosto cruza Duarte la ciudad. Se comenta engañosamente que se le ha invitado a una pacífica conversación a la Fortaleza. En verdad, se le conduce preso desde la estancia del general Antonio Villanueva situada a las faldas de Isabel de Torres. Lo acompañan en calidad de prisioneros los generales Valle y Evangelista y de amigo pródigo y leal don Pedro Dubocq. A corta distancia, con amenazantes trabucos, sus cinco aprehensores comandados por el general Mena.

 

Los moradores de la ciudad asomados a sus puertas, parecen asombrados de aquella vejación al más puro de los dominicanos.

 

Venciendo la repelente dureza de las autoridades santanistas que me eran marcadamente hostiles e imponiéndome como sacerdote que iba a llevar consuelos espirituales a un detenido prominente, encamíneme en la mañana del 29 de Agosto al Fuerte San Felipe conduciéndome a la celda del sur del Castillo, pieza encajonada y sombría que ya me era conocida.

 

Duarte, sorprendido al verme, acercó su atormentada cabeza contra los férreos barrotes de la puerta.

 

¡Qué de hondas tribulaciones asediaban aquél espíritu en aquellas horas tan aciagas!

 

Hablamos con fraterna comprensión de aquel maremágnum de pruebas y de nuestros empeños fallidos por contrarrestar la anarquía que se enseñoreaba.

 

Por desgracia, la oposición no estaba respaldada por hombres de violencias. Se requería derramar sangre, victimar hermanos y los adeptos al Maestro veíamos con repulsión aquel paso reprobado por nuestras conciencias hechas a las pacíficas batallas del espíritu.

 

Duarte, que me había escuchado como en un místico adormilamiento, extremeciose de súbito. `Quisiera abrazarte, padre, y que me dieras fortaleza y templanza en este momento tan amargo. Me ha asaltado el temor de que se me fusile y quiero antes que me confieses. Morir…, cuando hay tantos esfuerzos que prestarle a nuestra infortunada patria. En estos días he vacilado entre una determinación violenta o alejarme de estos vínculos santos con la libertad y el patriotismo. Más…parece que todo ha sido tardío y que un sino (sic) desgraciado se cierne sobre nosotros`.

 

El inconsciente carcelero nos contemplaba en esta escena sin poder interpretar nuestros diálogos. El también, aún sin alma para plasmar aquellas sensaciones desgarrantes, parecía tan sólo interpretar el dolor de aquella alma lacerada.

 

Dejé a Duarte aquella tarde consolado. Me dijo que debía rogar por su suerte lanzada en el abismo. Dios, nuestro señor, que es amor y misericordia, había de darle consuelo a un aflijido de su temple.

 

Quise verle de nuevo y llevarle noticias de la vil sentencia promulgada por el Presidente Santana en fecha 22 de Agosto, expulsando a perpetuidad del territorio patrio a luchadores irreductibles por una regeneración patria, quienes cinco meses antes eran nuestros más glorificados libertadores«.

 

El dieciséis (16) de Julio de mil ochocientos cuarenta y cuatro (1844) el trinitario Juan Isidro Pérez le voceó improperios a Santana y también lo amenazó.  Ello dio lugar a que el hatero del Seybo dispusiera su salida hacia Saint Thomas.  Juan Isidro Pérez partió de Santo Domingo a bordo del bricbarca de guerra francés «L`Euryale«.  Durante el trayecto Pérez recordó que Duarte se encontraba en Puerto de Plata y amenazó al Comandante del buque de guerra que le transportaba con tirarse al mar si no le llevaban a Puerto de Plata.

 

El Comandante razonó que si Pérez se tiraba al agua podía perecer ahogado y ante este temor optó por conducir su viajero hacia el lugar que él le exigía, torciendo así su rumbo original.

 

El Padre González Regalado, en sus «Memorias a Pluma de la Parroquia y Fortaleza de Puerto Plata«, narra que:

 

«De la barca `Euryale« hace tierra en la blanca arena de nuestra Playa de la Marina, un joven enteco y de nerviosos movimientos. A los primeros curiosos que se le acercan  juzgándole algún desorientado extranjero, pregúntales dónde se encontraba el general Duarte. Con miedosa reserva se le señala la sombría mole del Castillo. Encaminase Pérez precipitadamente hacia el fuerte haciendo suplicatoria petición al Jefe del recinto militar para ver al prisionero. Debió fulgurar en aquella demanda ese misterioso hipnotismo con el cual subyugaban las grandes almas. La petición no fue denegada a pesar de la orden de incomunicación que pesaba sobre el prisionero y el poeta-loco, loco sublime, pudo franquear el antro tenebroso de aquella inmunda penitenciaría. Pérez, arrebatado de impaciencias, arranca de las manos del desconfiado carcelero la tosca llave, abre violentamente la herrada puerta, despertando a Duarte que dormita el bochorno de la hora sobre un camastro acodado al único ángulo de aquel esférico reducto centenario.

 

`¡Duarte! ¡Duarte! ¡Oh Apóstol! Aquí estoy a tu lado a compartir el doloroso viacrucis que te impone tu sacrificio por la Patria. Tú, que todo lo has dado por el ideal sacrosanto, mereces la consecuencia de todos tus discípulos en el deber patrio. Sé que vas a morir y he venido a cumplir el sagrado juramento de dar mi vida por la tuya.

¿Dónde están los que te acusan y sonrojan tu inmaculada conciencia? Abrázame y bendíceme. ¡Oh Maestro del Honor, de la Lealtad y del Sacrificio!«`

 

El veintinueve (29) de Agosto de mil ochocientos cuarenta y cuatro (1844) son embarcados a bordo de la «Separación Dominicana« Duarte, padeciendo de la fiebre que ya empezaba a padecer en su celda del Castillo y que le había dado una apariencia de enorme palidez, Juan Isidro Pérez, el español Coronel Gregorio Delvalle, el Comandante Juan Evangelista Jiménez, todos con destino a Santo Domingo, a donde llegan el dos (2) de Septiembre.

 

Según José Gabriel García, el Coronel Cambiaso, Capitán de dicha nave, «se comportó como un caballero con la ilustre víctima y contribuyó con todo lo que de él dependía a hacerle menos amarga la suerte que le había deparado el destino, rasgo noble y generoso, propio sólo de los hombres de alma grande y corazón bien puesto!«  (García, José Gabriel: Rasgos biográficos de dominicanos célebres, página No. 313)

 

La parte restante de la Historia es harto conocida: el exilio de Duarte y de seguidores suyos.

 

Para tocar otros aspectos históricos relevantes, retrocedamos brevemente en el tiempo: el veinticuatro (24) de Julio de mil ochocientos cuarenta y cuatro (1844) la Junta Central Gubernativa dictó el Decreto No. 14 convocando a «los pueblos para la elección de diputados al Congreso Constituyente«.

 

Mediante el Art. 9 del Capítulo II del referido Decreto dispuso que por Puerto de Plata debía de ser elegido un Diputado para participar en la elaboración de la Constitución del recién proclamado Estado.

 

El Art. 16 del Capítulo I del Decreto 14 exigió como condiciones para ser Diputado a ése Congreso Constituyente:

1.- las cualidades de Elector y ser mayor de veinticinco años;

2.- ser hombre de conocido patriotismo;

3.- ser propietario de bienes urbanos o rurales;

4.- saber leer y escribir; y

5.- ser domiciliado en la común que lo elija o residente en el departamento.

 

El Art. 18 prescribía que todo voto a favor de un ciudadano carente de una sola de esas condiciones era nulo.

 

Es decir, la posibilidad de ser Diputado constituyente estaba restringida a las personas que reunieran todas esas condiciones, de manera que sólo las personas con ciertas condiciones económicas e instruidas, por lo menos en lo elemental, de la localidad de Puerto de Plata podían aspirar a ser candidatos.

 

El Art. 1 del Capítulo I del Decreto 14 exigía para ser elector:

ser mayor de veintiún (21) años y estar en el goce  y ejercicio de los derechos civiles y políticos de Dominicano; y reunir una de las cualidades siguientes:

1.- ser propietario de bienes urbanos o rurales;

2.- ser empleado público u oficial del ejército de tierra o de marina;

3.- ejercer una industria sujeta a patente;

4.- ser arrendatario de una propiedad rural.

 

El Art. 3 disponía que los que no tuviesen alguna de estas cualidades no tendrían derecho a votar para elegir.

 

Como se puede observar el sistema de sufragio así instaurado fue un sistema restringido, específicamente censitario, en beneficio de los propietarios territoriales (urbanos o rurales), de los miembros de la Administración Pública, de las fuerzas armadas, de los arrendatarios de inmuebles rurales y de los que ejercían industria sujeta al pago del impuesto de patente.

 

El colegio electoral de Puerto de Plata eligió al señor José Tejera, quien venía desempeñando la función de Juez de Paz de la Común.

 

La elección de Tejera tuvo lugar en el mes de Agosto.

 

El veinticinco (25) de Septiembre de mil ochocientos cuarenta y cuatro (1844) fue nombrado Comandante de Armas de la Común de Puerto de Plata Telésforo Pelegrín.

 

El nueve (9) de Diciembre de mil ochocientos cuarenta y cuatro (1844), mediante el Decreto No. 25 (Art. 11), se dispuso que en Puerto de Plata debían elegirse tres electores por día, inscribiéndolos en una sola boleta.

 

Después de estabilizado el nuevo orden político  Santana comenzó a organizar el Estado en el orden administrativo disponiendo para ello las medidas que consideraba más pertinentes.

 

Así, el veintidós (22) de Diciembre de mil ochocientos cuarenta y cuatro (1844) se votó un Reglamento Provisional para el servicio del ramo de la Hacienda Pública.

 

El Art. 11, situado bajo el epígrafe «De las Administraciones de Provincias«, el cual pertenece al Capítulo IV titulado «Sobre las Administraciones Particulares de Provincia, Tesorerías y Aduanas«, dispuso que los administradores particulares de La Vega y Puerto de Plata estaban bajo las órdenes inmediatas del Administrador Principal de Santiago, y el Art. 25, que a éste Administrador debía el Administrador Particular de Puerto de Plata de dar cuenta.

 

El Art. 15 de dicho Reglamento dispuso que en Puerto de Plata habría una Tesorería Particular cuyas atribuciones serían: percibir todas las sumas pertenecientes al Estado y pagar todas aquellas adeudadas por él, en virtud de la orden escrita del Administrador particular.

 

El Art. 18 prescribió que el Administrador de Puerto de Plata procediera, inmediatamente después de publicado el referido Reglamento, a pregonar el privilegio de proveer al Estado de los artículos necesarios para el ejército, la marina y el hospital. El hospital a que hace referencia se encontraba en Santiago, no en Puerto de Plata.

 

El sistema que establecía ese Reglamento para ello consistía en que los interesados debían de dirigir sus proposiciones cerradas dentro de los ocho días que subsiguieran al pregón, indicando cuál era la proposición que le hacía sobre el precio de los objetos que necesitaba el Gobierno y que la adjudicación se haría al postor o a los postores que más ventajas ofrecieran, mediante un contrato debidamente formalizado.

 

Por su parte, el Art. 19 vino a establecer la prohibición de que los empleados se constituyeran en proveedores del ramo de que dependieran.

 

Así mismo, el Reglamento de referencia preveía en su Art. 27 el presupuesto que habría de invertir el Estado dominicano para el pago de los sueldos a los empleados de la Aduana de Puerto de Plata.

 

Así, los empleados de la Aduana de esta población serían y ganarían los siguientes sueldos:

 

1 Administrador Director……………………………………..$100 (pesos)

1 Oficial Primero………………………………$66.66 (pesos y centavos)

2 Vistas con 33 pesos 33 centavos……$66.66 (pesos y centavos)

1 Subdelegado del Cabotaje…………….$33.33 (pesos y centavos)

3 Oficiales Terceros con 25 pesos cada uno…………..$75 (pesos)

8 Guardas con 8 pesos…………………………………………..$64 (pesos)

_____________________________

Total: $405.66 (pesos con centavos)

El citado Art. 27 también dispuso que los empleados de la Tesorería de Puerto de Plata serían y ganarían los siguientes sueldos:

 

1 Tesorero………………………………………..50 (pesos)

1 Oficial Primero…..$33.33 (pesos con centavos)

1 Oficial Tercero……………………………..$25 (pesos)

1 Portero………………………………………….$8 (pesos)

_____________________________

Total: $116.33 (pesos con centavos)

 

De modo general, como se puede apreciar, la «ratio legis« de esas disposiciones era la de colocar la Administración Particular de Puerto de Plata bajo un control y una supervisión jerárquicos que permitiera obtener la más idónea actuación  de ese organismo estatal ubicado en Puerto de Plata; el organizar el sistema de aprovisionamiento de útiles y vituallas de los cuerpos armados, Ejército y Marina, en este pueblo norteño; así como también dotar a la Aduana y a la Tesorería del mismo del material humano necesario para su respectivo y normal funcionamiento.

 

Sobre la organización y funcionamiento de estas dos últimas instituciones e Gobierno tenía particular interés por ser la Aduana de Puerto de Plata una poderosa fuente de ingresos al Tesoro Público debido al gran movimiento comercial que tenía su base esencial en la exportación del tabaco de la región del Cibao.

 

Esta última apreciación llevó a que el Cónsul de Francia en la República Dominicana, sito en Santo Domingo, Juchereau de Saint-Denys, en un despacho fechado treinta y uno (31) de Diciembre de mil ochocientos cuarenta y cuatro (1844) dirigido al Ministro francés de Asuntos Exteriores, Guizot, le comunicara a éste la conveniencia de establecer un consulado del país galo en Puerto de Plata.

 

Saint-Denys motivó esta propuesta resaltando la enorme importancia comercial que Puerto de Plata presentaba en aquella época.

 

Esta importancia la había adquirido Puerto de Plata no sólo por las consecuencias de la exportación del tabaco que tenía lugar a través de su puerto y del acrecentamiento que iba a tener el volumen de la exportación de dicho rubro por dicho puerto a consecuencia de que ya Haití no exportaría más tabaco cibaeño y lo cual previsiblemente se iba a poder apreciar con la cosecha de mil ochocientos cuarenta y cinco (1845), sino también porque la Separación del Estado haitiano dio lugar a que en el plano de las importaciones aquellas que realizaba el Cibao a través de los puertos haitianos de Puerto Príncipe, El Cabo y Les Cayes se hicieran por el puerto de Puerto de Plata, que le era mucho más próximo.

 

Era por esos tres puertos haitianos por donde se realizaba la exportación de la inmensa mayoría del tabaco cibaeño a consecuencia de la medida gubernamental haitiana del tres (3) de Abril de mil ochocientos treinta (1830).

 

El año de mil ochocientos cuarenta y cuatro (1844) lo cerró Puerto de Plata exportando un volumen de alrededor de 25,000 quintales de tabaco hacia diferentes países, pero fundamentalmente hacia Alemania.  Se pudo haber exportado más, pero las batallas con los haitianos hicieron descuidar la agricultura.

 

De toda manera, esa cifra de 25,000 quintales es harto significativa de la importancia que tenía Puerto de Plata como principal puerto de exportación de tabaco en la Parte Este de la Isla, pues la cantidad global de tabaco exportado por esta en mil ochocientos cuarenta y cuatro (1844) fue de 30,000 quintales por un valor de $46,000 pesos fuertes.