Por Lic. Gregory Castellanos Ruano
Tarde puertoplateña nublada de gris
I
La tarde está nublada,
es la aburrida y tediosa tarde
a la que le ha caído un cielo todo gris,
ese gris de la paleta de Durero,
ese gris que produce ese cierto aburrimiento,
como si se padeciera de soledad frente al mundo.
II
Se escuchan los gemidos,
los quejidos del viento
que silba en las estrechas calles citadinas
y nos llama entre las sombras
que proyectan las nubes grises y obscuras.
III
Canta el viento
su triste lamento.
IV
La ciudad en el interín permanece sombría
y melancólica
recibiendo el polvo obscuro
que el viento con sus remolinos arrastra.
Tarde puertoplateña lluviosa
Afuera llueve.
La tarde está aniquilada.
Oigo caer la lluvia,
en mi agenda
no programada,
con su «silencio de lluvia«,
que, en realidad, no es tal:
la caída del agua no es muda:
obvio:
produce un golpeteo sistemático,
unas veces rítmicos,
otras veces arritmícos
pero siempre monótonos y aburridos.
Ello despierta en mi alma
un sentimiento indefinible de vaga tristeza.
Siento el tedio invencible de las horas vacías.
Siento como si muriese de tedio.
La lluvia cae y brinca
para salpicar los microcosmos,
las micro-vidas de las pequeñeces del entorno.
La calle,
cual cuenco,
melancólica la recibe
convirtiéndose en su extraño y acomodaticio continente.
Tristeza de tarde puertoplateña
I
La tarde está triste,
está en ese momento en que es notoriamente visible
que a élla le inunda la melancolía,
que irrumpe en su alma la tristeza,
y la abate.
¡Oh sí, qué triste está la tarde!
¡Qué triste! ¡Qué tristeza!
II
Es tarde puertoplateña inundada de tristeza
por ella estar próxima al ocaso,
porque la vida en poco tiempo se le va.
III
A cualquier expectador
también le provoca tristeza
contemplar este trance de la tarde.
IV
La tarde color de oro,
al notar que la luz solar empieza su declinar,
avanza lenta, torturándose al dilatar su propia tristeza;
ese es el momento en que los rayos del Sol van cayendo al abismo
y va apareciendo el gris que inexorablemente devendrá
en el negro de la obscuridad.
V
Triste vas, tarde;
como expectador tuyo triste voy, triste quedo;
la tarde camina mansa a sufrir su muerte,
su inevitable fin;
le hala su cadena la obscuridad,
es esclava de la obscuridad,
tanto lo es que esta le tiene sincronizada su muerte.
VI
Bajo el sol que ya se oculta
la tarde ya se apaga
y hasta la campana horaria
suena con su tañido despidiéndola.
VII
Oigo el sonido de guitarras
que al ser rasgueadas
sus notas parecen amargos suspiros,
pues de ellas sólo salen notas tristes;
también oigo un acompañamiento que exhibe sus notas más tristes;
como despidiendo la tarde,
un coro de Angeles tristes
musitan un medianamente alargado y grave «¡Ah!«
que se hermana con el tañido de la campana.
Los sonidos tristes
se conjuran en acordes tristes.
VIII
La tarde se despide
hasta que desaparece de improviso,
hasta que desaparece sin saberse cómo.