Por Lic. Gregory Castellanos Ruano
No sé quién era, pero fue la persona que aquel día empezó a llamar vehementemente la atención de que había visto algo grande de color negro o posarse o caer sobre el techo de la casa de la calle Imbert esquina calle Antera Mota, frente a la ferretería Canahuate.
-¡Vengan a ver! ¡Vengan a ver! ¡Ahí arriba se subió algo grande de color negro, no sé lo que es, pero está arriba del techo! ¡Ahí se subió algo grande de color negro!¡Vengan a ver! ¡Vengan a ver!
Los vecinos que salieron y las personas que más próximo caminaban por esa esquina empezaron a ver hacia arriba, hacia el techo de dicha casa tratando de ver lo que decía el que vio, que vio lo que vio. Siguieron llegando personas, que por allí transitaban, para sumarse al grupo que veía hacia ese techo; los que recién llegaban aumentaban el número de personas curiosas que veían hacia ese techo tratando de ver lo que vio la persona que hizo la alerta para a su vez, tratar de saber qué fue lo que se subió a ese techo.
-¡Sí, sí! ¡Yo lo vi claro! ¡Ahí arriba hay algo negro grande! ¡Yo lo vi! ¡Les digo que yo lo vi!
Decía y repetía la persona en cuestión.
Por la llegada constante de personas pronto el número de ellas se hizo un tumulto, una turba que, cada vez más y más, se hacía más grande hasta copar todo el espacio de dicha esquina y algo más de espaciode ambas calles formando dicho tumulto una especie de cruz en aquel lugar. Todos se esforzaban en ver qué cosa era esa que había arriba de ese techo que proclamaba aquélla persona. De repente se escuchó el crujir del zinc del techo, parecía como si lo que decía aquélla persona se hubiese comenzado a mover en dicho techo. Automáticamente la multitud que se había congregado guardó silencio a la espera de ver qué cosa era lo que allí estaba. Ese crujido parecía confirmar lo que decía aquél hombre.
El silencio producido surtió su efecto: se siguieron escuchando algunos crujidos más del zinc hasta que se dejó ver lo que sobre él se movía, al erguirse una mujer anciana de una estatura enorme, descomunal, como de unos ocho o nueve pies de altura, vestida toda de negro y con una cabellera larga enteramente blanca.
-¡Miren eso! ¡Es una vieja larga lo que hay sobre el techo!
-¡Vieja larga tu madre!
Le respondió con voz tronante la anciana, la cual siguió diciendo:
-¿Qué es lo que ven malditos puertoplateños? ¿Es que ustedes nunca habían visto a una bruja?
Aquella definición que de sí mismo hizo aquélla anciana de estatura tan alta dejó fríos a los espectadores, los cuales a unanimidad sorprendidos exclamaron la pregunta:
-¿¡Una bruja!?
-¡Sí, malditos desgraciados, eso mismo que escucharon: una bruja!
Al oir aquella respuesta emanada de aquel ser femenino tan raro los espectadores retrocedieron un paso por si tenían que salir huyendo, pues el temor les caló profundo.
-¡Yo soy la bruja de Yásica!
Continuó diciendo la anciana.
-¡…Y estoy aquí arriba porque de regreso de mi viaje a visitar a la bruja de El Cupey y a la bruja de Maimón y volar sobre esta casa sentí el olor dejado por mi amo sobre este techo!
-¿Y quién es tu amo osó preguntarle uno de la turba?
-¿Y quién va a ser, maldito ignorante? ¡El Diablo es mi amo! ¿Es que no sabes que el amo de las brujas lo es El Diablo?
Esa última respuesta les disparó el miedo a los espectadores al grado máximo del mismo, es decir, al grado de terror.
-¡Mi amo ha estado en este techo buen número de veces, según me lo revela mi olfato! ¡No sé porqué razones, pero de que estuvo aquí, estuvo aquí!
Aquel comentario de quien se identificó como «la bruja de Yásica« a la par que más terror también produjo numerosas interrogantes en la mente de cada uno de los integrantes de aquella turba, por lo que uno de la misma con voz muy temblorosa se atrevió a preguntarle:
-¿Y cómo sabemos que eres una bruja y que es verdad todo lo que dices?
-¡Maldito puertoplateño descreído eres igual que todos tus compueblanos que viven con la cabeza en la Luna! ¿No te has puesto a pensar cómo pude llegar aquí arriba? ¿Eso no te dice nada o es que quieres que te lo pruebe convirtiéndote en un sapo o en una culebra o disparándote una bola de fuego que te carbonice?
Sabedora de que todos aquéllos espectadores estaban aterrorizados, la bruja de Yásica bajó rápidamente del techo moviéndose con velocidad inusitadapor la pared que da a la calle Imbert con sus dos manos y sus dos pies como si fuera un lagarto pegado a la pared que caminara hacia abajo, es decir, bajó pegada de aquella pared y al llegar al suelo se paró sobre sus dos pies; como los aterrorizados espectadores se despegaron huyendo unos veinte metros de distancia desde el momento mismo que vieron el comienzo del rápido movimiento de la bruja, se quedaron viéndola desde esa distancia, y la bruja volvió a subir al techo volando desde el suelo, estimando así élla que ambas pruebas eran más que suficientes para que aquellas personas se persuadieran de sus poderes. Desde el techo la bruja de Yásica preguntó con voz tronante, pero esta vez simultáneamente cínica:
-¿No les basta con estas dos pequeñas demostraciones? ¡Ja, ja, ja…!
El silencio fue sepulcral, pero fue interrumpido por los gritos de un recién nacido que salían desde dentro de la casa en cuyo techo estaba la bruja de Yásica, la cual al oir aquellos gritos expresó:
-¿Un niño? ¡Sííííí, un niño! ¡Un suculento niño!
Y voló rápidamente hacia el interior de la casa, cuyos habitantes adultos estaban dentro de la aterrorizada multitud; el padre, la madre y los hermanos del niño, pensando lo peor, exclamaron al unísono:
-¡Ay, el niño!
Y corrieron hacia dentro de la casa, pero ya era tarde: la bruja había sacado al niño de la cuna, lo tomó y se lo llevaba volando, pero al salir volando por la ventana que da a la calle Antera Mota la bruja sintió algo en su cuerpo, y al mismo tiempo que soltaba a la pequeña criatura, gritó:
-¡Ay, me quema, me quema!
El niño, por suerte, no se estrelló contra el suelo, pues las preocupadas manos piadosas de uno de los espectadores se esforzaron en apararlo. La bruja se disolvió rápidamente convirtiéndose en un agua obscura y pestilente que corría por el canal hacia la alcantarilla ubicada en la esquina de dicha calle Antera Mota con la próxima calle San Felipe, y mientras seguía convertida en dicha agua seguía exclamando:
-¡Ay, me quema, me quema!
El cura párroco de la Iglesia San Felipe de Puerto Plata, que venía de prestar sus servicios en el Oeste de la población, alcanzó a ver en la calle Antera Mota a una parte de la multitud y aceleró sus pasos para saber qué ocurría, encontrándose a pocos pasos de por dónde salió volando la bruja con el niño, frente a lo cual el cura entendió rápidamente la situación y con la velocidad del rayo atinó impactando a la bruja al lanzarle abierto el frasco que tenía con la poca agua bendita que contenía.
Por Lic. Gregory Castellanos Ruano