gregory castellanosPor Lic. Gregory Castellanos Ruano

En un período de carnaval, siendo yo un niño de unos siete (7) u ocho (8) años, diferentes compañeros de infancia jugábamos vestidos con respectivos típicos trajes de carnaval (el mío era un traje azul celeste en el cuerpo, con espejitos redondos pequeños y adornos y cascabeles y una máscara del luchador mexicano «El Agente X« que hacía diferencia con la de El Santo porque la de aquel tenía una x en la frente), con una manta negra con espejitos redondos y otros pequeños adornos y cascabeles, dando «vejigazos« entre la muchachada de la calle Imbert y de las calles aledañas, y próximo ya a las nueve de la noche (9:00 PM), mi mamá me llamó a mí junto al pequeño grupito de enmascarados para alertarnos de que se había sabido de un galipote había sido visto, que andaba suelto y que tuviéramos cuidado.

«¡¿Un «galipote«?!«Pensé. Nunca había oído hablar de un «galipote«. El sólo nombre me provocó interrogantes, pero sobre todo temor por provenir la advertencia de parte de élla. Ella no entró en pormenores de qué cosa era un galipote, la cuestión es que unos diez minutos más tarde volvió a llamar al grupo, esta vez para decirnos que entráramos rápido a la casa porque el galipote andaba en los alrededores; a mí me tomó con una de sus manos y les dijo a los otros que subieran rápido a la segunda planta y se escondieran; mi mamá se dirigió conmigo al área de la tienda que élla tenía en la calle Duarte y mientras los demás muchachos hablaban en el pasillo en el que se encontraba la escalera que daba a la segunda planta hizo acto de presencia el galipote en el extremo opuesto de dicho pasillo, lo supe porque escuché los gritos de terror («¡Ay coño!«, «¡Ay mi mamá!«, «¿Qué es eso?«), el correr apresurado por las escaleras, y el cierre violentísimo de la puerta del cuarto de desahogo de dicha segunda planta.

Tras ello, el galipote se encaminó hacia el área donde estábamos mi mamá y yo, empujó la puerta de la tienda y entró a esta, hizo una pequeña andanza y salió de la misma para dirigirse hacia la segunda planta.

Cuando el galipote hizo acto de presencia en la puerta de la tiendadonde estábamos mi mamá y yo, me estremecí y quedé petrificado de terror al ver su cara, una cara feísima, horriblemente feísima… Su cara tenía una forma pavorosa, sus facciones eran desbordadamente horripilantes, igualmente tenía colmillos, ojos rojos y una cabellera negra con un largo pelo abundante.

Cuando mi madre escuchó el caminar del galipote por las escaleras dirigiéndose hacia la segunda planta me sacó de la tienda y salimos rápidamente de la casa para ubicarnos en la calle Imbert. Desde allí élla procedió a vocearles a los muchachos que tuvieran cuidado que el galipote se dirigía hacia éllos: respuesta: un griterío enorme de terror, griterío que se acrecentó porque el galipote intentaba abrir la puerta donde éllos se habían refugiado. Luego el galipote se encaminó hacia otros lugares de la segunda planta, sus pasos eran escuchados con gran ansiedad por aquéllos ocultos aterrados.

El tiempo parecía haber quedado suspendido, mientras numerosas personas de los alrededores que habían escuchado el griterío enorme de terror de los refugiados en la habitación de desahogo de la segunda planta se empezaron a agrupar al lado de mi mamá y de mí, la multitud fue creciendo hasta que copó la esquina de la calle Imbert con la calle Duarte; de repente se escuchó un sonido de tropel bajando las escaleras y se abrió la puerta que daba a la calle Imbert saliendo despavoridos los que habían permanecidos refugiados en la referida habitación de desahogo de la segunda planta y cerraron dicha puerta con violencia como queriendo impedir que lo que allí había entrado pudiese salir. Habían aprovechado el largo silencio que le dio pie a pensar que la criatura terrorífica se había ido. Lloraban y temblaban de terror, los curiosos que habían llegado les preguntaban que qué cosa había ocurrido y sus respuestas giraban en torno a «un monstruo feísimo« del cual habían salido huyendo en dichas dos oportunidades.Se supo así que incluso uno de ellos (Ricardo Castellanos, hijo de Don Luis Castellanos) se había orinado producto de su miedo. Sus respuestas transmitieron profunda inquietud y miedo a todos los adultos que allí habían llegado. Comentarios de miedo profundo flotaban en aquel ambiente tenso.

Aquello coincidió con la salida de los expectadores de la película de cine de turno que se exhibía en el horario nocturno del Cine Rex; aquellos cinéfilos recién salidos de allí rápidamente se apretujaron conformando una enorme multitud que se extendía por las calles Duarte e Imbert que confluían haciendo esquinas allí.

En semejante contexto de repente se abrió violentamente la ventana derecha de la habitación de la segunda planta que daba a la calle Imbert.

La criatura objeto de los comentarios adosados de claro terror hizo acto de presencia dejándose ver a través de dicha ventana.Aquella pavorosa figura atrajo automáticamente la atención de la multitud.Aquella figura era tan, pero tan fea;tan, pero tan horrible;tan, pero tan terrorífica que inmediatamente produjo una excitación de terror en la multitud allí reunida, multitud que hizo ipso facto ademanes de estar preparada para salir huyendo, pues reflejó un claro acto de retroceder.

La cara que vio la multitud era literalmente impresionante y el estremecimiento de sus componentes era sobradamente perceptible; la estupefacción oscilaba entre el silencio y el griterío:

-«¡Coño!: ¿Qué es eso?

-«¡Qué pájaro tan feo!«

–«¡Pero qué vaina tan fea!«

-«¡Es El Diablo, tiene que ser El Diablo!«

-«¡Eso tiene que haber acabado de salir del infierno!«

Esos gritos y otros como esos se escapaban de los labios de los allí presentes:así expresaban la magnitud de su terror, tal era la magnitud de su terror.

La criatura se exhibió al público durante alrededor de unos tres a cuatro minutos, tiempo más que suficiente para su terrorífica fealdad (iluminada por el bombillo del poste de luz de la esquina), poder ser apreciada. Luego se retiró de la ventana y no volvió a ser vista nuevamente.

Recuerdo que dichos expectadores eran hombres todos; pienso que quizás si hubiese habido algunas mujeres allí se hubiese producido una aceleración de los acontecimientos con consiguientes desmayos, necesidad de auxiliar y llevarlas a médicos.

Los expectadores en cuestión no se fueron de inmediato: duraron bastante tiempo comentando aquella pavorosa escena de aquel monstruo que nunca en su vida se imaginaron que verían: ¡Y es que aquella cara que vieron era fea, fea, fea, de verdad, verdad…!

Cuando la multitud empezó a desmoronarse, por no haber vuelto a aparecer la criatura, era notoria la rapidez acelerada de los pasos de aquéllos que alcanzaron a ver a aquella siniestra figura que se exhibió desde una ventana de la casa de mis padres: el miedo en su grado más extremo animaba a aquellos apresurados pasos: era obvio que no querían pensar que aquella horrible criatura se les apareciese en el trayecto a sus respectivos hogares.

…Todo aquello había sido el producto de una de las ocurrencias de mi padre, Tobías Castellanos, que fue precisamente quien protagonizó los acontecimientos y la escena en cuestión.

Para aquello mi padre había usado una máscara de goma de hombre  prehistórico.La máscara revelaba el especial esmero que tuvo su creador en resaltar en forma enormemente dimensionada (yo diría que en forma enormemente sobredimensionada) rasgos horribilísimos de por sí.Si en algún momento de la Prehistoria los hombres prehistóricos lucían realmente así razón de sobra tenían para temerse y aniquilarse entre sí.Creo que hasta la más salvaje y predadora bestia de aquel entonces se hubiera llenado de profundo espanto de sólo ver a una criatura con semejante rostro y la hubiera esquivado y salido corriendo ante su presencia.

Aquella máscara estaba con demasiadas creces muy, pero muy por encima de ser una máscara de o para carnaval.

La prudencia de mi padre consistió en no prolongar aquello por mucho tiempo, pues del mismo extenderse probablemente hubiera llegado la Policía Nacional (PN) (que hubiera sido la consecuencia de menor importancia); y probablemente los aterrorizados expectadores de aquella aparición hubiesen querido entrar a la vivienda para aniquilar a la desconocida monstruosa «criatura« que vieron frente a sí(que hubiera sido la consecuencia de mayor importancia).

Ni siquiera el ser aquella una noche de carnaval fue motivo para que persona alguna de dicha turba sospechase que se trató de una broma de mi padre a mí y al grupito que habíamos estado jugando con motivo del carnaval, broma que pudo haberse salido de total control.

Aquel espectáculo de grandes cantidades de personas repentinamente aglomeradas allí, aterrorizadas y con sus gestos y expresiones se parecía grandemente a la escena frecuente que se repite en las películas de Frankenstein en que la multitud ve con asombro, estupor y terror a la criatura creada por el Dr. Víctor Frankenstein, mientras la misma se deja ver desde la altura de una torre, y dicha multitud prorrumpe en gritos de terror.Si Mary Shelley hubiese presenciado aquella escena probablemente su descripción del terror de quienes vieron a su Frankenstein hubiese sido todavía más preciso. Ella y hasta cualquier productor de cine de Hollywood hubiesen envidiado el efecto espontáneo causado por la ocurrencia de mi padre: ¡Y es que aquella máscara era fea, fea, fea, de verdad, verdad…!

Cierto tiempo, uno o dos años, después de ocurrido todo eso, un día, quien suscribe, hurgandoen una caja envuelta en el desván de la fábrica de helados que tenían mi padre y mi madre, encontré dicha máscara dentro. El terror que aquello me causó fue tremendo: de sólo verla al abrirla y tenerla entre mis manos un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, la dejé caer y salí huyendo «más rápido que de carrera« para alertar sobre lo que había descubierto.…¡Y es que aquella máscara era fea, fea, fea, de verdad, verdad…! ¡Aquella máscara era fea, fea, fea, de verdad, verdad…!¡Daba miedo, terror, el sólo verla aún a sabiendas de que era una máscara!

La tercera y última vez que ví aquella terrorífica máscara fue una noche de carnaval en el Parque Central.

Mi hermano Pedro Francisco (Bony) Castellanos se la prestó aLuli(el hijo  de Don Nino y de Doña Chucha, quienes vivían en la calle San Felipe, al lado de una de las tiendas de Don Cheché Espaillat),y cuando Luli se la puso discretamente en el Parque Central, en un asiento situado frente al antiguo Tribunal de Tierras, e hizo pública la aparición de dicha máscara en aquel lugar, rápidamente,con una especie de salto felino se dirigió hacia un grupo sentado en un asiento que quedaba frente a aquel en donde él estaba, aquello produjo una estampida de todas las gentes que estaban en ese sector y las mujeres, niñas, adolescentes y jóvenes, pegaron unos gritos que muy, pero muy extremadamente alto llegaron en el decibelímetro e igualmente, junto con todos los niños, adolescentes y hombres, hicieron «el limpio«: la huida (la «juía«) no fue chiquita: zapatos de hombres y de mujeres de todas las edades rápidamente quedaron esparcidos sobre aquel sector del parque y sobre esa parte de la calle Beller al ver aquel público a aquel horripilante ser surgido de repente de la nada.

Aquello fue, pues, de «corre y no pares«: los aterrorizados desaparecieron por las calles aledañas de tal suerte que no se volvieron a dejar ver.

¡Y es que el asunto no era para menos: aquella máscara era fea, fea, fea, de verdad, verdad…!

¡Ni siquiera el ser aquella una noche de carnaval fue obstáculo alguno para provocar el terror infundido por el sólo hecho de ver aquel rostro horrible, horribilísimo!

Sólo eso da una idea acabada del miedo causado.¡Y es que el asunto no era para menos: aquella máscara era fea, fea, fea, de verdad, verdad…!

El usuario de la máscara no pudo permanecer mucho tiempo asustando a los concurrentes al Parque Central porque los sonidos de terror y la huida (la «juía«) en cuestión provocó que los mismos miembros del destacamento de la Policía Nacional (PN) ubicado en la Beller (como parte integral del viejo Palacio de Justicia que albergaba al Juzgado de Paz y al Juzgado de Primera Instancia) se apersonasen atraídos y alarmados por la visible turbación del orden público que era ostensible se había producido tan próximo a ellos.

¡Y es que el asunto no era para menos: aquella máscara era fea, fea, fea, de verdad, verdad…!

La rápida movilización de los miembros de la PN dio lugar a un prudente e imperativo retiro desapareciendo aquel «engendro« (¿?) tan rápido como había aparecido.

Yo no sé cómo ahí no se produjeron desmayos: sería un milagro lo que impidió los mismos.

Aquel retiro lo tildo de prudente porque si los miembros de la PN se hubiesen encontrado frente a esa máscara estoy seguro de que la impresión de su terror hubiese sido tan fuerte y tan elevado que ninguno de éllos hubiese dudado en lo más mínimo en hacer uso de las armas de fuego que portaban contra lo que hubiesen tenido frente a sí: ¡Y es que aquella máscara era fea, fea, fea, de verdad, verdad…!

Ver aquella máscara aún en carnaval hacía olvidar instintivamente que se estaba en carnaval, la noción de estar en carnaval quedaba volatilizada porque se despertaban y se activaban las más profundas raíces del miedo, hacía despertar en forma acelerada el instinto de supervivencia frente a aquella cara tan terrorífica.El carnaval, toda idea de carnaval, quedaba violentamente desalojada, vaporizada de la mente.Aquello no era festivo, aquello era sencillamente horroroso, terriblemente horripilante.Aquella no era una careta propia para carnaval: era una careta para aterrorizar y aterrorizaba con una facilidad pasmosa.¡Y es que aquella máscara era fea, fea, fea, de verdad, verdad…!

Después de ese episodio en el Parque Central la máscara se desapareció, jamás se volvió a tener conocimiento en la casa de mis padres sobre cuál fue la suerte de la misma. Incluso recuerdo que mis padres le atribuyeron la culpa de la desaparición de la máscara a mi expresado hermano por haberla sacado de la casa en esa oportunidad. Según creo recordar, y ya en esto no tengo firmeza para aseverarlo, me parece haber escuchado que mi hermano y algunos amigos suyos supuestamente viajaron a Santiago para hacer uso de la misma en horas de la noche del carnaval de Santiago y que a partir de ahí se produjo la desaparición de la misma.

En ocasión de hacer mi primer viaje a la ciudad de New York en el año dos mil uno (2001), poco después de ocurrir el atentado contra las Torres Gemelas, recorrí varias tiendas especializadas en máscaras tratando de ver si podía conseguir una máscara idéntica; el esfuerzo fue inútil: ví máscaras feas, incluso una bastante impresionante, pero ninguna de las auscultadas por mí era tan fea como aquella que consiguió mi padre, pues la verdad es que:¡…Esa máscara que consiguió mi padre era fea, fea, fea, de verdad, verdad…!