Ramiro Francisco
Nos encontramos dentro de los que creen, que el caso Marlon se comentará por muchos días en nuestros medios de prensa y redes sociales en los que podremos leer, ver o escuchar a periodistas, comunicadores, abogados, penalistas, sociólogos, antropólogos, no se quedarán los psiquiatras y psicólogos, maestros y educadores, políticos y religiosos.
Opiniones encontradas -¡Qué bueno!- en las que el simple ciudadano, puede tener opiniones diferentes y sacar sus propias conclusiones.
Cada uno de nosotros los que públicamente nos atrevemos a externar lo que creemos, tenemos que tener en cuenta, que no siempre tendremos a nuestros mejores amigos, incluso familiares, que estén de acuerdo con lo que expresamos.
Los abogados y estudiantes de esa carrera, jueces, fiscales y legisladores, pondrán de manifiesto sus conocimientos, buscarán diferentes interpretaciones a las leyes que tratan sobre la materia y luego de una concienzuda y profunda lectura de sus juicios, la sociedad misma saldrá beneficiada.
Sostenemos –eso sí- que conforme a los sentimientos y sin estar en Filipinas o Singapur, otro desenlace hubiera tenido la sentencia.
Señalamos conforme a los sentimientos. Como padre y abuelo. Pero, los códigos dicen otra cosa y conforme a ellos, se ha actuado.
No obstante, nuestros legisladores, instituciones que tienen que ver con el Derecho y la familia, la sociedad misma, debemos propugnar por una adecuación de nuestras leyes con penas más graves ante determinados delitos.
No puedo finalizar estas líneas, sin llamar la atención a todos los que tenemos hijos adolescentes.
Allá por los 60s solíamos escuchar un slogan –si mal no recordamos- de la autoría de la Iglesia Católica ¿“Sabes donde están tus hijos”?
Diversas razones que omitimos por ahora, nos hacen ser cómplices de nuestros hijos menores. No indagamos ni preguntamos nada.
Llegan a nuestra casa con celulares caros, gorras, tenis, reloj, mucho dinero…sin que sepamos trabajan y como somos beneficiados de alguna manera, nada nos importa…es más, llega el momento en que tenemos hasta miedo de reprimirles ciertas cosas.
Luego, es demasiado tarde cuando dizque nos enteramos de “en qué pasos andaban”.
Cuidemos a nuestros muchachos. Más si son menores. No cantemos junto a El Puma, Culpable Soy Yo. Ayudemos en lo que podamos, a dejar una sociedad digna de mejor suerte.