Juan Taveras Hernandez
Si este fuera un país donde las leyes y las instituciones se respetaran; si este no fuera el país del “borrón y cuenta nueva” cada cuatro años, si este país le doliera a las veinte y tantas familias que lo gobiernan y lo controlan, si este no fuera “un país de gente bruta”, los vientos del ex presidente Leonel Fernández soplarían en la misma dirección que los de Félix Bautista cuyos bienes están siendo investigados por la Procuraduría y por el Departamento de Estado de los Estados Unidos.
Durante los gobiernos de Leonel Fernández el país se dividió en Cacicazgos donde cada Ministro, director general, embajador, cónsul, general de la Policía o de las Fuerzas Armadas, senador, diputado, síndico, regidor, alcalde pedáneo, tenía la libertad de hacer lo que mejor considerara con su espacio de poder. Y lo que era peor, el Presidente no estaba ajeno a lo que ocurría.
Gracias al desorden, la complicidad y la impunidad que caracterizaron los gobiernos de Leonel Fernández, la corrupción llegó a niveles desorbitantes como nunca ante en la historia. Ni durante los 30 años de tiranía trujillista la corrupción llegó tan lejos. La crisis moral no alcanzó esa estatura insalvable.
Este hombre con ínfulas de intelectual, pero que ignoró la educación y la salud del pueblo dominicano, que aspira a volver al poder, no dejó un sector político, social, productivo, profesional, policial o militar sin ensuciar y dañar. Llegó al extremo de secuestrar y corromper el partido de uno de los hombres más serios y honorables del país: Profesor Juan Bosch. ¡Y eso, señores del PLD, es imperdonable!
Y de eso somos culpables todos porque no hicimos lo que debimos hacer para impedirlo. Y hoy el país de nuestros ancestros, nuestro, de nuestros hijos y nietos, es invivible; hoy es una pocilga de rateros, usureros, mendigos y asesinos. Por no hacer lo que debimos hacer estamos pagando las consecuencias en cada esquina donde nos asaltan, nos roban, nos violan y nos matan.
Investigar solo a Félix Bautista no es de justicia cuando él no es más que “un muchacho de mandado”, un “mensajero”, un “transportador”, la “mano derecha”, el “hombre de confianza”, el “hijo del jefe” , que por todos esos “atributos” alcanzó tanto o más poder e influencia que Rasputín en la Rusia de comienzos del siglo 19.
No es justo, presidente Danilo Medina, lanzarle ladrillos a una parte del pasado; el “borrón y cuenta nueva” no debe ser para unos y para otros no. La justicia no hace excepciones ni distinciones. Los jefes intelectuales de la prevaricación y el saqueo deben pagar sus culpas tanto o más que sus socios, carpinteros de las operaciones criminales y fraudulentas.