I
Chocan los dos frentes:
uno frío y otro caliente.
Los vientos se agitan, se agitan;
y nubes y vientos forman un remolino;
se arremolinan, se arremolinan,
primero lentamente, lentamente,
y el remolino va tomando fuerza
y su velocidad aumenta,
acelera vertiginosamente.
Todo gira alrededor de su centro.
Vientos, nubes, agua, un todo agitado como si se estuviera en el momento mismo del funcionamiento de la máquina o de la energía de La Creación.
Dios hizo un ademán violento
y de ahí surgió esta criatura cargada de muerte y destrucción.
Llega a los cielos,
sopla, acumulando velocidad a medida que bufa,
aventa como todo torbellino, pero
este es un torbellino gigantesco que almacena
y agiganta más y más
sus fuerzas descomunales cada momento que pasa.
Con sus nubes envuelve
todo el horizonte
de manera inclemente.
A tanta fuerza reunida
no le es ajena la energía,
su interior de repente despide rayos, relámpagos y centellas de muerte
que alumbran las unidas y extendidas
nubes negras, grises y blancas,
y truenan estrepitosamente
y se mantiene esa actividad en su seno
acompañándole en su trayecto.
II
Estamos situados
no sólo en el trayecto del Sol,
sino también
en el trayecto
de los huracanes.
III
La calma más solemne a su paso le precede…
Como toda calma
que precede a toda tormenta.
Al acercarse,
su silbar de murmullo
se transforma en ronco rugido de León
que permanece.
Cruza rugiente y trágico,
con estruendo pavoroso,
con silbidos lúgubres que sólo anuncian destrucción y muerte:
es un viento trágico,
un viajero violento en el cielo,
este caminante en el cielo.
IV
Enrrumba decididamente,
unas veces directamente,
otras veces alocadamente,
con su carga de vida y muerte,
se aprecia en forma más inmediata, por ser la más impresionante,
la que causa dolor y muerte.
Va empujando atropelladamente olas en el mar,
tornándolas agigantadas.
Como si se tratase de una incontrolada criatura
que ha apretado fuertemente los dientes para arremeter contra todas las cosas
que en su camino se interpongan.
Su fuerza es destructiva:
sus ráfagas, furiosas ráfagas de viento y agua,
se van llevando todo por delante.
En sus ráfagas
flota la furia.
V
¡Furia de Dios sobre la Tierra!
Dicen algunos.
¡No!: ¡Es actuación de la Naturaleza del planeta
que para cumplir su cometido
para con éste,
se transforma en destrucción
para renovar en la creación!
Señalan otros.
Extraño fenómeno de vida y muerte.
Es «el aire acondicionado de la naturaleza«, dicen unos; es «el dedo de Dios sobre la Tierra«, dicen otros.
Sus vientos empujan las aguas,
es un hirsuto de la fuerza;
la vorágine de sus vientos
ciegamente
tritura y devora todo.
VI
La noticia de su trayectoria
y de su avance hace despertar
intranquila a la ciudadanía.
¡Alarma, tensión a rebato en la ciudad!
¡Agitación y terror!
¡Qué sobrecogimiento causa pensar que puede tocarnos su terrible poderío!
Que sobre nosotros se precipite desbocado
este fenómeno
en el que muchos, todos,
pierden algo, si acaso no todo.
Su amago
es un recordatorio
del estado de indefensión del hombre sobre la Tierra.
Es un poderoso
capaz de alterar los destinos de todos.
VII
Los que han podido conocer de cerca
parecida experiencia
sólo hablan de miedo,
de que pone a zumbar las ramas y las hojas,
de que el mar se inquieta,
de que barre la tierra,
de que contemplarlo es espantoso,
de que muchas veces ni el rejuego de las ventanas y de las puertas tienen capacidad de detener las ráfagas,
de que arrebata todo,
de escombros,
de que si se mete puede atravesar los montes,
de tratar de sobrevivir a la destrucción,
de que después de su paso las aguas quedan calmas
y que se sale a preguntar quiénes sobrevivieron,
qué cosas fueron sepultadas, qué casas y plantas fueron arrancadas,
en general, quiénes y qué
resistieron a tan poderoso empuje
y de recomenzar la vida.
Hablan de los demonios del huracán.
VIII
Un antiguo ancestro tuyo, huracán, siglos ha,
frustró el proyecto del Almirante de la Mar Océana
de fundar a Puerto de Plata,
obligándolo a él y a sus naves a batirse en retirada
desde Cafemba
hacia el Oeste
donde terminó fundando otra ciudadela
a la que llamó La Isabela.
IX
Hoy, tú, huracán, apuntas
hacia Puerto Plata…
¡Ojalá y Dios intervenga
para salvarla de tu amenaza
y te desvíe hacia donde daños causar no puedas!
Por Lic. Gregory Castellanos Ruano
Poema inspirado al escuchar por primera vez el tema musical instrumental «Hurricane« del grupo estadounidense «The Ventures« y por los recuerdos de mil novecientos setenta y cinco (1975) de la alarma causada por el anuncio de que el huracán Eloísa pasaría por Puerto Plata. 13/6/2015.
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