Por Lic. Gregory Castellanos Ruano
«…yo no era más que un instrumento como el cuchillo o la cuerda. ¿Porqué tenía que tener remordimientos?«
(Papini, Giovanni: Gog; publicado por Plaza and Janes, S.A., Barcelona, 1965, página No. 261)
«…pude comprender que se trataba de una subasta.«
(Papini, Giovanni: Gog; publicado por Plaza and Janes, S.A., Barcelona, 1965, página No. 263)
La inmensa mayor parte de los abogados a los que Miguel Alberto Surún Hernández y su banda les fabrica acusaciones y sentencias disciplinarias falsas van al azar, como todos los buenos ingénuos, a la Sala Fenicia de la Fiscalía Nacional y del Tribunal Disciplinario, supuestamente «de Honor« (¿?), pero pronto, no a muy largo plazo, advierten que hay algo vil en su entorno, que aquello es una casa negra en la que se esconden obscuras premeditaciones de las cuales son culminaciones aquellas fabricaciones de acusaciones y sentencias disciplinarias falsas.
Gran parte de la Historia lo ha sido la Historia de los tiranos y en esta la esencia es esa: los abusos de los tiranos, los exabruptos autoritarios, el amargo signo de la perversión, de la perversidad. Para Stalin las contradicciones simplemente eran «molestias que sólo existían para ser eliminadas«. Así como Hitler tuvo un juez, Roland Freisler, que es conocido en la Historia como «el juez de Hitler«, así mismo el Presidente del Colegio de Abogados, Miguel Alberto Surún Hernández, ha tenido en el tribunal disciplinario «de su propiedad« a «sus jueces« cuyas sentencias estaban y están determinadas de antemano, siendo el juicio que ahí se celebra toda una farsa judicial.
En la República Dominicana, pues, se da el modelo reducido, pero similar, idéntico. En esta Democracia Representativa hemos visto de todo, hemos visto hasta lo grotesco: que Surún, una mediocridad y una podredumbre ambulantes, tenga jueces de su propiedad porque tiene `un Estado dentro del Estado`, una pequeña `Republiqueta`, pero, al fin y al cabo, `otro Estado dentro del Estado`.
El es una expresión concreta, la más grotesca, de las desgracias de las dictaduras que en determinadas ocasiones se instalan en los gremios. Fabricar acusaciones y sentencias disciplinarias falsas es algo que sólo puede ser concebido en la mente enferma de un verdadero victimario. Que un desalmado llegue a ser propietario de un tribunal con la facultad de pronunciar sentencias condenatorias es una de las hogueras inextinguidas de la Humanidad, vivificada y encarnada dicha hoguera por un infame ambicioso, por un angurrioso acumulador de dineros y riquezas que la usa como una máquina de asesinar reputaciones para incrementar su patrimonio.
Lo que hay instalado en esa Sala Fenicia es una `Máquina de Fango`, una literal `Fábrica de Fango`, una `Fábrica de inmundicias` dirigida por una inmundicia y servida por otras inmundicias serviles de la primera. Al descorrer el velo de lo que hay ahí lo que se está haciendo es desenmascarando a un sujeto y a su pandilla situados en el último fondo del desenfreno.
Ese manejo de la Fiscalía Nacional y del Tribunal Disciplinario por Miguel Alberto Surún Hernández es un manejo pestilencial, un manejo que apesta, un manejo del cual brotan miasma y hedor, pues él y demás co-manejadores y co-manejados están infectados por la gangrena de tal suerte que marcan una época inmunda. Una astucia fría y rastrera con su olfato colocado en el `business` teje las urdimbres que recaerán sobre los luego acosados, reducidos por la crueldad y la indiferencia absoluta a la dignidad y a los derechos fundamentales de los abogados víctimas de esas fabricaciones de acusaciones y sentencias disciplinarias falsas. Se trata de una auténtica `Fábrica de Fango` y ese tribunal disciplinario es la máquina de fango que él, Surún, un cubierto de fango inmundo, instrumentaliza para tal fin, haciendo substituir el aire limpio por su corrupción, pues allí corren las aguas de sus cloacas, se respira la tortura del fétido amontonamiento de dichas aguas que apestan y que protagonizan una historia putrefacta donde para nada están escondidos los innobles móviles que motorizan e impulsan las ruedas de ese mecanismo de fabricar acusaciones y sentencias disciplinarias falsas producto de la inmundicia y la vileza de la ambición económica de quien preside el Colegio de Abogados de la República Dominicana.
Se trata de una situación vil y triste. El plano de la brutalidad, es decir, de la violencia impulsada por el interés económico se ha apoderado de esa entidad, respecto de la cual se puede decir que su presidente no difiere nada del propietario de un prostíbulo por más que haya pretendido usar un disfraz de supuesto «ángel de luz« (¿?). Ese sujeto es propietario de bienes inmuebles que él no puede explicar su origen y de manejo de sumas que tampoco puede explicar.
Se trata de un semidiós dueño de una finca, de un conuco propio, donde puede hacer, como en efecto lo hace, lo que le viene en gana. Y para camuflar tales cosas le encanta vender sueños y `una seriedad inexistente, fingida`. Hace mucho tiempo que tuvo el aprendizaje de la mentira y hace también bastante tiempo que viene rindiéndole culto a la mentira, pues ese culto le rinde pingues beneficios económicos con esas fabricaciones de acusaciones y sentencias disciplinarias falsas.
La hez de la profesión, con su mente llena de ascos, de podredumbres ha envilecido en los usos más humillantes al Colegio de Abogados, el cual ha pasado a estar en las manos más inmundas. El podrido tribunal de Surún es tan podrido como él, pues es un simple instrumento suyo que da manifestaciones que mancillan hasta la sombra de la persona humana, manifestaciones que revelan la miseria, la desnudez absoluta de su bajeza, manifestaciones que han insertado a esa entidad en medio de la decadencia, pero otra cosa no se podía esperar viniendo de esa cavidad sombría. … Se enriqueció artificiosamente, es decir, sin crear riquezas nuevas…
Tiene dos métodos. El primero consiste en participar directamente en la fabricación y/o en la transportación de la acusación de antemano convenida producto de la negociación asqueante. Y el segundo consiste en dejar que se amontonen las carroñas por sí solas, esto es, en dejar que, producto de lo contencioso entre dos partes que degeneran en acusaciones disciplinarias para esperar que de alguna de las partes, de la acusadora o de la acusada, brote alguna oferta para entonces caer como un ave de presa contra el que no ha pagado.
Los abogados serios de este país corren el riesgo de la creación deliberada, intencional, maquinada, planificada de una acusación artificiosa para meter a un abogado serio al acoso pagado de la jurisdicción disciplinaria. Se trata de un mundo obscuro, inquietante, pero existente, pues es tan real como que existimos, ya que estamos hablando de un chacal que se halla apostado en espera de una víctima, de un can Cerbero a la puerta de `su` infierno particular gracias a que tiene monigotes, sujetos que se han convertido en unos autómatas carentes de voluntad: eso es lo que halla en medio de su corte barbárica.
Para que se pueda tener una idea de algunos de esos monigotes que han desfilado por ahí nos encontramos, entre otros, con los siguientes:…
Domingo Arístides Deprat Jiménez, un desviado en cuyo tribunal ejercía su amante Erasmo de Jesús Pichardo Cruz.
Abraham Ortiz Cotes, juez del supuesto Tribunal Disciplinario y Ministerio Público al mismo tiempo ya que desempeña el papel de Adjunto del Procurador General de la Corte de Apelación de San Pedro de Macorís: una abierta y descarada violación al Artículo 172, Párrafo II, de la Constitución que expresamente dispone: «La función de representante del Ministerio Público es incompatible con cualquier otra función pública o privada, excepto la docente y, mientras permanezcan en el ejercicio de sus funciones, no podrán optar por ningún cargo electivo público ni participar en actividades político partidista.« El Colegio de Abogados es una Corporación de Derecho Público Interno, según el Artículo 2 de la Ley 3-20l9 y el Tribunal Constitucional ha señalado que el Estado delega en el Colegio de Abogados una potestad pública llamada ius puniendi.
Ver a éste sujeto en su poltrona del Tribunal Disciplinario de Surún parecía que se estaba viendo a un tratante de bueyes.
Wagner Piñeyro, el cual desvencijó a un sindicato de choferes de Barahona, y, estando en una audiencia en dicho «tribunal« (¿?) se bajó del Estrado a buscar una pistola, volvió con ella en su mano derecha y en plena audiencia procedió a colocársela en la cintura a ojos vistas de todos. Aquél matón moral también quería transmitir la idea de que él simultáneamente podía ser un matón físico de peor calaña que aquéllos que nos ha dado a conocer la Historia del Salvaje Oeste. Aquella escena hizo sospechar que se tenía delante a un malhechor escapado del brazo de la Justicia.
Tal es la catadura de algunos de éstos delincuentes que se prestan a `las farsas grotescas` que se escenifican en esa Sala Fenicia.
Y el Fiscal Nacional ante ese supuesto «tribunal« (¿?), Mayobanex Martínez Durán, un simple presta nombre, un sello gomígrafo, un simple rubricante de iniquidades… A sabiendas de que acusa a un inocente, presenta un informe falso contra ese inocente movido por `un dolo maligno` personal contra un inocente para que la maquinaria económica de Surún funcionase.
Es decir, estamos hablando de jueces falsos y de un Fiscal Nacional falso con Fiscales adjuntos igualmente falsos.
Un verdadero `Cuarteto de máscaras` que con los demás jueces y con sus suplentes y con los Fiscales adjuntos en su totalidad conforman un verdadero `Coro de máscaras`, una comparsa en el sentido literal y estricto de la palabra…Simples `marionetas de jueces y fiscales con birretes` tras los cuales había y hay un diestro titiritero que movía y mueve los hilos de un sainete supuestamente «moralista« (¿?), una oligarquía compuesta por pocos que saben que hace tiempo perdieron la honra sobre la base de atropellar la honra de abogados inocentes.
Así se constituye la justicia disciplinaria del tribunal sin honor del CARD: una justicia disciplinaria que no es justicia por tratarse de una justicia manipulada por Miguel Alberto Surún Hernández, quien tiene instalada allí una maquinaria criminal que usa según el Norte de las conveniencias de sus bolsillos, conformando eso un mundo obscuro, inquietante donde sólo reina la obscuridad y que plantea un escenario perverso que además trae consigo la consecuencia de que conduce a la caricaturización de mecanismos e instituciones.
La tienda de Miguel Alberto Surún Hernández es semejante a la tienda de Ben-Chusai y ello es el producto natural de que sus monigotes, como él mismo, son asesinos morales, verdaderos sicarios que se ceban sobre sus víctimas mudas y pacientes, creando así Surún y sus monigotes su necrópolis doméstica hasta tal grado que sus libros registros son una nueva colección: la Thanatoteca de asesinados moralmente por aquéllos sicarios iguales al infame que la dirige. Se trata de un subastador del tiempo de estudio de los abogados, de su esfuerzo en la Universidad y en el ejercicio profesional, y a quienes somete, a cambio de lo mismo que movió a Judas, a experiencias humillantes haciéndolos objetos de la crueldad y la indiferencia absoluta a la dignidad y a los derechos fundamentales de todo ser humano acosándolos y reduciéndolos sometiéndolos a un feroz suplicio, a un aplastamiento de su dignidad movido por su ambición fenicia.
Sus monigotes para incurrir en sus falsedades judiciales acuden a una formalidad que linda con el ridículo, a un procedimiento que invita más a la burla que al respeto vistiéndose severamente de negro… Esa negritud obviamente sólo es el reflejo del alma negra de su mandante y de éllos mismos, pues son sus serviles y a quien sirven con la máscara de la hipocresía que es el traje y el birrete con que se disfrazan, es la negra grieta de la comparsa compuesta por aquéllos lúgubres fantoches que acaban por producir no ya terror, sino una especie de náusea que quita la respiración. Estos «simulacros venerables« son protagonizados por los más ridículos granujas de la Tierra. Es una comedia –una ridícula comedia– que no tiene, por fortuna para dichos granujas, espectadores debido al carácter privado del desenvolvimiento de dichas falsas audiencias. Los únicos espectadores son los propios acusados víctimas de ese mecanismo corrompido y espectador indirecto lo es el titiritero de dichos peleles. En esa Sala Fenicia se produce siempre, pues, la misma función, ése mismo espectador indirecto, el mismo teatro: lo único que cambia son las víctimas.
Esa degradación y decadencia a que ahí se ha llegado genera auténticos contubernios con los ofertantes y es por ello que el Colegio de Abogados se ha convertido en una entelequia que cada día merece menos y menos respeto y reconocimiento por parte de los abogados serios de la República Dominicana, pues lo que hay allí instalada es una Mafia con un mercado asegurado.
Siempre la misma función (– una farsa) en el mismo teatro (– la Fiscalía Nacional y el tribunal disciplinario ambos propiedad de Surún) producto todo ello de los auténticos contubernios motorizados por la ambición infrenable de Miguel Alberto Surún Hernández. Allí se llevan casos donde ejercen hasta el Consultor Jurídico, Manuel Galván Luciano, y el Sub Consultor Jurídico, Lucas E. Mejía Ramírez, y Surún a través de éllos.
Como todo ello no tiene la guía y el freno de una rectitud moral no hay visos de que ese panorama pare en lo que resta del período o gestión de éste sujeto que simboliza el deseo de hacer el mal estimulado por la ambición por el dinero.
Todo eso que allí acontece evidencia que hay experiencias en la Historia que prácticamente de nada sirvieron, pues ahí opera, así, una auténtica hoguera que nada tiene que envidiarle a las pirámides de cráneos de Tamerlán, a las ejecuciones de Calígula, a las de Nerón, a las de Robespierre…
Todo ello es sencillamente una expresión concreta de la instrumentalización del CARD por el referido obscuro personaje. El mismo personaje y las mismas actuaciones que hubieran sido el material perfecto para que Jorge Luis Borges le añadiera el capítulo final a su Historia Universal de la Infamia, pero la muerte sorprendió a Borges y por ello no pudo llegar a tener conocimiento de la existencia de lo precedentemente narrado.