Sara Pérez
Antes de la construcción del Aeropuerto de Santiago, me opuse a él por muchos años, debido a su ubicación y su potencial contaminante.
La ubicación tenía y tiene de malo que RD cuenta, si no me equivoco, con un 33 % de su territorio en condiciones para la agricultura y que de ese 33%, la zona de Licey, donde se encuentra el aeropuerto, tiene las tierras mas óptimas del país en cuanto a su potencial agrícola.
Pero a pesar de que habían informes técnicos que recomendaban la ubicación del aeropuerto en otro lugar, o hasta descartarlo, por cuestiones como la orografía del entorno, el aeropuerto se hizo y es por el que yo suelo viajar, ya que está a 15 minutos de mi casa y además siempre odié, de todo corazón, el aeropuerto de Puerto Plata, cuyas nociones de institucionalidad y derechos, son aún mas primitivas que las de Santiago y el resto del país. Una vez presencié y escuché en Puerto Plata a un oficial uniformado decirle a un jovencito de padres dominicanos, pero nacido en EU, que andaba de vacaciones: «Nosotros te podemos poner cualquier cosa en tu maleta». Eso sí, que el asunto no era conmigo, ni conocía al jovencito, pero si el oficial está vivo, seguro que se acuerda de mi…
En la actualidad, cada vez que paso por el aeropuerto de Santiago, no puedo dejar de recordar que las instalaciones están en tierras de primaria vocación agrícola, que no es el mejor lugar para despegar ni aterrizar un avión, que las actividades de la exitosa empresa tienen un impacto adverso en el ambiente, que las acciones que le correspondían al gobierno dominicano (es decir, a todos nosotros) que fuimos los que aportamos los terrenos, acabaron en manos de la PUCMM y de Agripino…Pero en fin, eso es lo que hay, mientras no surja un gobierno que al menos se preocupe por recuperar los bienes públicos en manos privadas.
En tanto, el aeropuerto funciona bastante bien. Solo he tenido dos o tres altercados, con un guardia que quiso meter una familiar o amiga delante de mi en la fila y con los militares de la DNCD y/o no se qué otra vaina, que durante el gobierno de Hipólito, registraban a la gente cuando pasaban por las instalaciones de seguridad y luego la enviaban a un estanquillo de un banco privado, para que compraran un seguro de viaje. O sea, que como quienes enviaban a los viajeros al banco eran los agentes de seguridad, mucha gente, especialmente de los campos, compraba el seguro (de 10 dólares), creyendo que era parte de lo obligatorio y no de lo absolutamente opcional en su viaje. Malditos ladrones. Los rellené, al banco y a ellos, como una longaniza.
Ahora, hay varios detalles cuyo misteriosa utilidad a mi se me escapa. Para entrar a migración hay un militar que examina el nombre en el tíquet de abordaje coincida con el nombre en el pasaporte y que la foto del pasaporte sea la de quien lo porta. Es un procedimiento estándar en todos los aeropuertos, aunque no es habitual que quien haga eso, vaya vestido de militar.
A migración se entra con el tíquet de abordaje, el pasaporte y un papelito blanco para registrar la salida. El papelito blanco hace siglos que está obsoleto, porque el registro de salida se hace electrónicamente en las computadoras, pero no se puede descontinuar el papel, supongo que porque la impresión del mismo es una contrata que se le ha concedido a un compañero del partido para que se haga millonario con esa estafa.
Ese papelito, obsoleto e inútil, es un verdadero dolor de cabeza, para empezar, porque se le entrega al pasajero cuando ya está en la fila para registrar su equipaje y buscar su tíquet de abordaje. Mucha gente -muchísima gente, especialmente entre los envejecientes- no sabe leer ni escribir y para muchos de los que si saben leer y escribir, llenar un pequeño formulario no es paja ‘e coco. Por ahí empieza el legendario molote típico dominicano en el abordaje de aviones.
Cuando entras a migración, el papelito -que no sirve ni para limpiarse la nalga con él- tiene que pasar por tres manos (cinco de ellas botellas) antes de llegar a su destino final, que es el escritorio de un boca abierta, cuyo oficio es recibir los papeles, que me imagino se meterán en cajas con varios pedruscos y se le entregarán al síndico, que los mete en los camiones de unos socios que él tiene, a los que el ayuntamiento le paga la basura por su peso, repartiendo los beneficios entre todos los participantes.
En fin, después de eso, viene la parte más profesional del proceso: pasar por el detector de metales y someterse a un escrutinio manual para confirmar no que lleves una bomba, sino que no vayas a llevar droga, sin pagarle los correspondientes impuestos a los de la DNCD que trabajan allí y que tienen el monopolio de ese comercio.
Mientras te enteras de todo lo que está pasando en el aeropuerto, (los que pasan el equipaje de manos por las máquinas, no paran de cherchar con las muchachas que trabajan en el aeropuerto y tampoco se inhiben para «piropear» viajeras) una chica me registra palpándome por todas partes, incluyendo el pubis:
-Tú tienes la menstruación? Me tutea con toda familiaridad.
-No.
-Se siente acolchado…
-Sí, modestia aparte, estoy muy bien dotada.
-Ah! Te hiciste un embellecimiento? Con qué médico?
-No, todo es natural, pero algunas amigas si se han hecho el «embellecimiento», con el doctor Nelson Rubio, en el HOMS y están muy contentas. Parece que tienen un pan de agua abierto…
-jajajajajajajaja! Así es que yo quiero ponerme. Cómo dices que se llama el doctor?
-Nelson Rubio. Búsquelo en la internet.
-Sí, gracias, déjame anotarlo…y puedes seguir, que ya hay una fila.
-Umjú. Gracias a usted…