Por Lic. Gregory Castellanos Ruano
El Paraíso o Edén creado por Jehovah (Yavé) Dios en la Tierra era una sociedad perfecta: sus dos únicos habitantes del mismo, Adán y Eva, eran inocentes totales: no conocían la perversidad bajo ninguna de sus modalidades, de ahí que el castigo no tenía allí necesidad de existir, hasta que «la serpiente« aquella introdujo aquello en aquel lugar de dicho experimento divino: a partir de ahí esa sociedad dejó de ser perfecta.
Parece que a alguno(s) de los auto creídos iluminatis creadores del cepepeísmo alguien en un sueño le(s) mostró el Cielo, lo cual les permitió a todos éstos creer tener un mapa del mismo con el cual todos éllos se familiarizaron tanto que creyeron conocer la geografía de dicho Cielo; y acariciaron tanto esa geografía creída del Cielo que, a su vez, creyeron conocerla hasta más que Dios y sus ángeles; es decir, creyeron conocerla más que los propios habitantes del Cielo.
Si la virtud debía ser el Norte de la vida de los ángeles la inclinación natural es a suponer que los mismos ninguna infracción castigable pudiesen cometer en la sociedad celestial a la que los mismos pertenecen.
Según el acopio de alusiones bíblicas sobre Lucifer, éste fue arrojado a la Tierra y a su larga y nutrida legión se le encerró en las prisiones del infierno por infringir todos el `Reglamento o Estatuto de los Delitos y de las Penas` de los ángeles específicamente por cometer un `Crimen contra la Seguridad Interior del Cielo` al intentar derrocar a Jehovah Dios del `Gobierno del Cielo`, pues de dichas alusiones bíblicas a Lucifer se entiende que `El Gran Crimen` perpetrado por él y sus seguidores habría sido pretender substituir y usurpar a Dios como Gobernante del Universo, esto es, del Cielo y de la Tierra.
Si la narración bíblica se corresponde con la verdad hay que colegir necesariamente que el destierro de Lucifer y la prisión en el infierno de sus legiones seguidoras evidencia que en el Cielo hay ese `Reglamento de los Delitos y de las Penas` de los ángeles aplicables a estos.
De dichas alusiones bíblicas a Lucifer y a sus seguidores se desprende meridianamente que los actos que se alegan como cometidos por Lucifer y sus secuaces evidencian, a la vez, que los ángeles tienen debilidades: el orgullo, la envidia, el ansia desmedida de poder, la proclividad a la violencia, la rebelión contra la autoridad, atentar contra el orden establecido, etcétera; actos que entre nosotros los seres humanos son normales en el sentido de que se dan con facilidad en el seno de las sociedades humanas.
De ahí que en ese sentido entre los ángeles y los seres humanos (a partir del fracaso del referido experimento divino del Paraíso o Edén) no habría una gran diferencia.
Así mismo la narración del conjunto de las tentaciones de Lucifer a Job evidencian que Lucifer conocía al dedillo lo que es perverso y lo que no es perverso.
Por la apreciación de todo esto resulta obvio que lo que no les interesó a los cepepeístas, tras su sueño «revelador« (¿?), fue obtener una copia del `Reglamento o Estatuto de los Delitos y de las Penas` de los Angeles; y por eso no se familiarizaron con ese Reglamento o Estatuto y esa laguna la pretendieron suplir con las invenciones de su fantasía que lleva a darle un trato divino, un trato de guante blanco, a los delincuentes, como si éstos fueran ángeles desprovistos de perversidad; de ahí el cuasi-absolutizado `Estatuto de Libertad` o `Licencia Macabra` que permite que los delincuentes convivan con los no delincuentes, o, mejor, `Licencia Macabra` con la cual se obliga a los no delincuentes a convivir diariamente con los delincuentes con las necesarias consecuencias ruinosas y macabras correspondientes; de ahí la ausencia de interés sobre el delincuente que repite la infracción penal; de ahí la ausencia de interés sobre la personalidad del delincuente; de ahí la ausencia de interés sobre los resultados de alejar las penas de los delincuentes; de ahí la ausencia de interés sobre la defensa de la sociedad; largo etcétera.
Primero el afán anti-penas del Abolicionismo Penal que está en la raíz del Código Procesal Penal (CPP) y luego el reduccionismo letal del Garantismo al este último enfocarse única y exclusivamente en la relación «Estado-Imputado«: ese es el quid del cepepeísmo: el considerar que el peligro proviene del Estado y que ese peligro existe hacia el imputado: haciendo, así, a un lado el delito cometido, lo mismo que a la persona víctima de dicho delito; e igualmente haciendo a un lado al resto de los componentes de la sociedad; e igualmente haciendo a un lado a esta. La relación de la víctima con el Estado prácticamente es tratada con desprecio. Lo mismo cabe decir de la relación «Estado-Sociedad«. Lo mismo cabe decir de la relación «Imputado-Sociedad«.
El cepepeísmo casi por completo hace a un lado el que antes que con el Estado el hombre se relaciona con otros hombres y que el Estado surge por la necesidad de cada hombre verse protegido frente a la amenaza que constituye cada uno de los demás hombres, es decir, se olvida de que el Estado surge para evitar que los hombres se exterminen recíprocamente entre sí, para buscar que cada hombre deje de ser una fiera para los demás hombres; que el Estado surge para evitar que cada hombre tenga la libertad de atentar contra los demás hombres. El cepepeísmo casi por completo hace a un lado lo que acontece en el terreno de juego de la vida social diaria. El cepepeísmo casi por completo hace a un lado que en ese terreno de juego de la vida social diaria hay otros hombres que no quieren sufrir lo mismo que sufrió el primer hombre víctima del hombre judicializado comenzando con una medida de coerción blanda, que ésos otros hombres no quieren ese sufrimiento, sea que provenga del mismo hombre judicializado con esa medida de coerción blanda, sea que provenga de otro hombre diferente a éste o de otros hombres diferentes a éste.
Es decir, el cepepeísmo no se da cuenta -ni le interesa darse cuenta- de que la más grande de la amenaza reside en los mismos hombres, en cómo proceden entre sí los hombres: esa es una realidad que es menospreciada, minusvalorada y despreciada por el cepepeísmo.
La sociedad de los hombres no es perfecta como tampoco lo fue la sociedad de los ángeles, según se desprende de las alusiones bíblicas a Lucifer. Si la sociedad de los ángeles no fue perfecta mucho menos lo puede ser la de los hombres. Si los ángeles no eran seres perfectos muchos menos los son los hombres. No echemos estas observaciones al olvido. ¿Quiénes son los delincuentes? ¿Quiénes son ésos individuos que tan hostilmente enfrentan y atacan a otros individuos débiles e indefensos? Si los ángeles no eran seres perfectos mucho menos los son los delincuentes con quienes (con el Estatuto de Libertad) se obliga a los no delincuentes a convivir. Si se conocía la perversidad en el Cielo entre los ángeles, si la perversidad existía en el Cielo entre los ángeles: ¿cómo diablo puede pretenderse que la misma no exista entre los hombres?
La sociedad de los hombres no es un laboratorio angelical, preciso: la sociedad de los hombres no es un laboratorio de ángeles `no pervertidos` y ya hemos podido apreciar que hasta los mismos ángeles son susceptibles de tener las mismas inclinaciones o debilidades que los hombres.
Los hombres tienen una irresistible y natural inclinación a las confrontaciones o pleitos de todas índoles; y los delincuentes son los peores inclinados de los hombres. Mientras el cepepeísmo no entienda esto último seguirá sumergido en la burbuja de una ilusión fantasiosa, seguirá desarrollando la ficción (y todas y cada una de sus ficciones concretas a las que ha erigido en dogmas fundamentalistas totalitarios), seguirá como lo que es: un funambulista que camina sobre un fino hilo que no existe.
La disciplina procesal penal del cepepeísmotiende a obrar sobre la realidad con la ultrapretensión de que con ella ya la justicia humana se realiza en «la ciudad terrena« en la forma de una retribución «de carácter divino« (¿?) tanto que esa «retribución« (¿?) es `un beso divino` ansiado por los delincuentes, de una retribución que viene «con el sello de Dios« (¿?). Sus creadores creyeron que crearon la forma de llegar a una nueva forma de la justicia absoluta, a una nueva forma de la «justicia divina« (¿?) de «la ciudad celeste«, creyeron que crearon un «orden divino« (¿?) «con penas divinas« (¿?) «con sutiles« (¿?) distinciones (que en realidad son sofísticas). Todo ese «poema sagrado« (¿?) ha llevado a la infantilización de muchos abogados que se consideran «no perdidos« (¿?), sino «orientados« (¿?) «en el templo« (¿?), pues dichos abogados crédulos (estafados) y cretinizados con semejante ingesta creen que éllos también forman parte de la divinidad al compartir la supuesta suculencia «divina« (¿?) supuestamente `descendida del cielo` (¿?)…
Si en el paraíso celestial mismo (no en la Tierra) hubo una masacre entre ángeles producto de una guerra entre ángeles por el push o `tentative de coupd`Etat` encabezado por Lucifer, ¿cómo no habrá masacres entre los hombres por los más diversos motivos?
En su obra «Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil« precisamente de esa guerra de exterminio entre los hombres (a la que yo llamo guerra entre `leviatancitos` o `pequeños leviatanes`) es que habla Hobbes y previene contra ella.
La única sociedad perfecta que ha existido, pues, fracasó: y eran dos los que la conformaban: y fueron directamente creados por Dios: recién salidos «de la fábrica« dichos dos únicos integrantes fracasaron en la integración de dicha sociedad perfecta.
¿Qué decir de sociedades creadas o integradas por hombres no directamente creados por Dios, sino que son el producto de la multiplicación de la prole de aquéllos dos primeros seres humanos que fueron contaminados?
Si dos seres creados directamente por Dios fueron alienados, ¿porqué hay que creer que puede llegar a haber una sociedad perfecta compuesta por supuestos «desalienados« (¿?) por los dogmas de una ideología política (la utopía marxista de «la sociedad comunista futura«)?