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Luis Henriquez Canela

Hoy lunes me tocó presenciar un acto cruel, sumamente preocupante. Podría decirse que se trató de una acción inhumana. Era la una de la tarde, me encontraba en la oficina, de repente oí voces y gente corriendo. Salí apurado y lo que presencié, pasaré a contarlo; 

En la esquina conformada por la Calle Padre Castellanos con 12 de Julio, caminaban dos parejas de turistas con sus hijos, se encontraban casi frente a la oficina de periódico Listín Diario. Venían desde el mar hacia la montaña. Un atracador que venía al acecho detrás de ellos, se lanzó a arrebatarle una cámara fotográfica que, cruzada en el cuello, tenía una de las señoras.

Al parecer, por la fortaleza de la correa de la cámara, el capo no pudo arrebatarla y entre forcejeos, el esposo se abalanzó sobre él y logró tomarlo por el cuello. Era una lucha de vida o muerte. Me encontraba de espaldas a la montaña y de frente al mar justamente presenciando el triste espectáculo cuando por mi lado pasó el cómplice del atracador en una motocicleta Yamaha, iba despacio, sin detenerla, gritándole al turista que soltara el ladrón. Vi que el cómplice se ponía la mano en la cintura como queriendo sacar una pistola. Entre los pocos que nos encontrábamos convencimos al turista de que soltara al capo. El visitante lo soltó y este salió corriendo detrás de la motocicleta y desapareció doblando en la Calle Margarita Mears hacia la Separación.

El turista quedó todo herido por el forcejeo. Sangraba profusamente por los brazos. Fue un espectáculo deprimente, sombrío y angustioso. Los niños gritaban desesperados, las damas, se refugiaban despavoridas en las oficinas cercanas. Era el fin, pensaban, eso es seguro.

Eran simples turistas tomando fotos, despreocupados, deseosos de caminar la ciudad histórica. Esperanzados en conocer las bellezas que deslumbraron las miradas de Europa hace más de 500 años, disfrutar de las playas, la montaña, las casas victorianas, los paisajes, etc. Puerto Plata, pueblito encantado, qué tiempos aquellos!

LA REALIDAD

Se llamó a la policía y no llegaban. Llegó el periodista Manuel Gilbert y comenzó a llamar desde su celular. Estábamos desesperados. Salí, y en el malecón encontré dos patrullas cuyos integrantes estaban tomando agua de coco un poco más hacia delante del restaurant Jambis. Los dije lo que había sucedido y salieron raudos hacia el lugar del hecho.
¡Qué impotencia mis hermanos, qué impotencia! Tantas gentes trabajando para relanzar el turismo y unos pocos matando la gallina.

No quiero echarle la culpa a la policía porque si yo fuera policía no me moviera de mi casa por cinco mil pesos mensuales y menos arriesgar mi vida en busca de nada. Y no es cuestión de patriotismo, es cuestión de realidad, de realidades. No es justo que algunos ganen millones mensuales y los que cuidan, los que viven el día a día en las calles anden harapientos, sucios, sin recursos, sin comunicación, sin gasolina, sin un peso en el bolsillo, solamente dando lástima, pidiendo para sostenerse y hasta a veces siendo cómplices de esas mismas tropelías para mantener sus familias.

A la policía de turismo no se le ve ni los domingos ni los días feriados ni al medio día. El malecón, lo he dicho antes, se convierte los domingos y días feriados en una pista para correr motocicletas y nadie dice nada. Están de lujo, parece.

Los del ejército, sentados en las esquinas bajo las sobras de los árboles, sudorosos, con esos uniformes de guerra del golfo, mirada perdida, con sus San Cristobal al hombro, no tienen recursos tampoco para hacer nada. Yo no sé qué es lo que hacen. Será meterle miedo a los mismos turistas, digo yo. Porque sin vehículos, sin comunicación, sin inteligencia, sin ley efectiva (El código procesal penal con el exceso de “garantías”, lo que da es risa), no pueden hacer nada. Eso para mí es politiquería pura. (Pa que crean, como dicen en el campo).

Lo cierto es que el espectáculo que protagonizaron esas dos familias desamparadas en las calles de una ciudad que no conocían, pero que ya conocen, fue espeluznante. Ésta es una ciudad que fue y quiere ser, una ciudad que tuvo y ya no tiene. Si siguen así las cosas, no volverán a ser ni a tener.

Todos los profesionales hijos de puertoplateños que se gradúan en Santiago y Santo Domingo se quedan para allá. Aquí no hay nada que buscar. Y es por eso; porque no hay esperanzas, porque no hay empleos, porque el comercio está en el suelo, porque aquí se vive del turismo y con atracos no hay turismo. ¡¿Cuándo es que lo van a entender?! ¡¿Cuándo?!

¡Señores, qué desorden! Es asco lo que dan con esta politiquería barata de que la criminalidad está disminuyendo. Son babosadas dignas de competir con Quevedo en ingenio. A ellos mismos no les roban porque tienen 20 gentes cuidándoles.

No hay paz. Estos pueblos están siendo asaltados las 24 horas del día y estos babosos diciendo que las cosas están mejorando.
¿Hasta dónde es que esto va a llegar?